Aprendamos

Aprendamos

Los casos de dengue han ido aumentando de manera significativa. Las autoridades, que primero atribuyeron la incidencia a endemias, simples brotes y cosas parecidas, y que no hicieron caso a las denuncias y advertencias, reaccionaron demasiado tarde.

Nuevamente las distrajo el estéril debate sobre si se trataba de brote o de epidemia, y en medio de tanta distracción semántica y didáctica, vino a resultar que la incidencia de dengue se había generalizado.

Entonces, después de mucha distracción, se ha venido a entender que, en términos prácticos, muchos brotes de una enfermedad distribuidos en un país equivalen en sus efectos a una epidemia.

Ahora andamos con prisas y aspavientos, exhibiendo una efectividad que debió demostrarse a pequeña escala, cuando los médicos de los hospitales alertaron sobre los primeros casos de fallecimientos.

Ya es historia sabida que siempre que se producen brotes significativos del dengue «benigno» se produce también, aunque en menor proporción, una incidencia del mortífero dengue hemorrágico.

No es solamente que las autoridades reaccionaron tarde, sino algo peor, pues en este país no debería haber dengue, como dejó de haber malaria por mucho tiempo, gracias a programas permanentes de exterminio del mosquito transmisor.

Definitivamente, no hemos aprendido que la mejor medicina es la preventiva, la que se aplica para evitar lo que se ve venir.

Año por año aquí se producen casos de dengue, y si se analizan las estadísticas se podrá establecer que la mayor incidencia se produce en una determinada época del año. A pesar de eso, nos dormimos y ahora tenemos que andar con sobresaltos que pudimos habernos ahorrado. Aprendamos de los tropezones.

Contra los ruidos

Está en marcha una campaña policial contra los ruidos innecesarios, que abundan en este país.

No se trata solamente de los altoparlantes enormes que sacan a las aceras los dueños de colmadotes y que le arruinan el oído y los nervios a los vecinos, sino también de otras fuentes no menos molestosas.

Los motociclistas, que abundan tanto en este país, tienen predilección por removerle los silenciadores a sus máquinas, porque parece que el ruido atronador es parte de la emoción.

En cualquier parte se estaciona un vehículo de venta ambulante de chucherías con un altoparlante a todo dar, y no hay quien le ponga remedio.

Los vendedores de discos que improvisan puestos en las aceras no tienen reparos en reproducir música a altos niveles, sin importarles a quién le moleste.

Aquí se toca bocina bajo cualquier pretexto y ninguna autoridad se mete con los conductores cuyos vehículos tienen rotos los silenciadores.

Sin duda alguna, este país clasifica para figurar entre los más ruidosos del mundo, y eso tiene serias consecuencias adversas para la salud, sobre todo para los niños.

Así las cosas, hay que respaldar esta campaña anti ruidos que han desplegado las autoridades como parte del plan de reducción de la violencia. Los ruidos constituyen en este país un contaminante de terribles consecuencias para la salud y es preciso atenuarlos. Adelante.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas