Muchas veces hemos escuchado a personas que viven con dolores y malestares todos los días, y cada vez es una enfermedad nueva que están sufriendo; dolor de cabeza, un dedo mocho, un rasguñón, cualquier señal puede volverse catastrófica si siempre hacemos foco en el malestar.
Estuve leyendo que los expertos han mencionado que en los últimos años hubo un aumento en la cantidad de personas con hipocondría. En parte, dicen que se debe al fácil acceso a las informaciones médicas, las alertas en los medios masivos sobre pandemias y enfermedades, y al estrés urbano. De hecho, han señalado que alrededor del 20% de la población entra bajo el rótulo de hipocondríaca.
Con esto me refiero a la enfermedad en que el paciente cree (de forma infundada) que en realidad está gravemente enfermo. Es un padecimiento muy antiguo que se dice que se producía por la acumulación de humores debajo de las costillas, en el hipocondrio, llamado el lugar de las emociones, de la melancolía; de aquí viene su nombre. Por eso es que la hipocondría se dispara por la interpretación catastrófica de los signos corporales.
Lo que no sabemos es que esto nos puede pasar cada vez a más personas, por el hecho de que cuando estamos más preocupados por todo lo habitual, aspectos que con anterioridad no nos angustiaban y ahora comienzan a hacerlo, nos exponemos entonces a tener activada la zona de alarma, la que se activa por cualquier factor ajeno a peligro. Y cuando estamos ansiosos ocurre igual, al tener encendida la zona de alarma, nos preocupamos por aspectos sin importancia, por el simple hecho de que tenemos activada innecesariamente una zona de nuestro cerebro.
Agobiarse por padecer estos síntomas es totalmente normal, pero en realidad solo aumentará la sintomatología. Suele ser frecuente que llevemos mucho tiempo padeciendo ansiedad, tirando la toalla al respecto y pensando que la ansiedad forma parte de nuestra vida. Y la realidad es que ni el agobio, ni rendirse a la ansiedad nos va a ayudar a sentirnos mejor.
La hipocondría es una enfermedad generada en gran parte, por la ansiedad de las sociedades opulentas o desarrolladas, en las cuales hay dos elementos claves que tienen que ver con su desarrollo. En primer lugar, la impulsión, el exceso o la saturación de información. A más información, mayor conocimiento, y a mayor conocimiento, mayor angustia. Y pese a que no siempre es una regla de tres, esta sucesión se produce como un efecto pernicioso en la psicología de muchas personas. El otro elemento es la abundancia material, el valor que tiene la vida en nuestra sociedad con el alargamiento de la esperanza de vida y sus implicaciones sociales. Esto implica el supuesto de que la vida tiene un valor muy alto que hay que cuidar, conduciéndonos al miedo, al pánico o al estrés, ya que no quisiéramos ver que todo lo que tenemos y somos se echara a perder por una enfermedad o por cualquier situación contraria a nuestro bienestar.
Todo esto ocasiona miedo, y el miedo hace que busquemos indicios de aquello que tememos, para prepararnos a solucionar lo que se avecina, que para nosotros es terrible. Eso hace que aquellos que tienen miedo al dolor busquen en su cuerpo cualquier indicio de que puede haber dolor para evitar que llegue a más. Si aparece la más mínima señal, que para otra persona hubiera pasado inadvertida, se disparan todas las alarmas y aparecen síntomas de angustia y de ansiedad que causan un malestar muy grande y hacen que el dolor se incremente. No es que exageren sus dolencias, al añadirles ansiedad y angustia se hacen realmente peores y más insoportables. Es importante conocer que la hipocondría se aprende, por lo tanto se puede prever. No hemos nacido con el miedo psicológico a la enfermedad, sino que la sociedad y el ambiente en el que crecemos nos hacen ser más o menos hipocondríacos. En realidad, todos somos hipocondríacos, aunque algunos en un nivel muy bajo que no afecta a la estabilidad; mientras que otros lo viven obsesivamente, llegando incluso a generar enfermedades. Por eso es vital dejar atrás el hábito de quejarse continuamente, ya que esto es contraproducente. Se acostumbra a decir que cuando comunicas y expresas una dolencia uno se descarga; pero no es totalmente cierto, el proceso se realimenta y se cae en el círculo vicioso de la hipocondría.