Aprender a pensar:
¿una necesidad o algo superfluo?

Aprender a pensar: <BR>¿una necesidad o algo superfluo?

POR ALTAGRACIA LÓPEZ
El pasado 11 de noviembre el respetable grupo Ámbito de Investigación y Divulgación María Corral, me colocó ante el compromiso y la oportunidad de compartir mis ideas en torno al pensar,  indiscutible fuerza propulsora de todos los resortes  de la humanidad, que ha dado lugar a una rica gama de corrientes filosóficas. Asumí plantear el diálogo desde un enfoque acorde con mi experiencia e inquietudes como educadora que quisiera compartir con todos (as) ustedes. 

La controversialmente denominada sociedad del conocimiento pareciera convertir en apremiante la necesidad de enseñar y aprender a pensar. Por ello la pregunta ¿aprender a pensar: una necesidad o algo superfluo? nos coloca frente a un tema cuyo integral abordaje demanda una mirada a través de su dimensión filosófica con todas las posibilidades del mundo de la epistemología, la lógica y la ética. La dimensión psicológica que busca explicaciones al pensamiento a través de la psicología evolutiva y la psicología pedagógica, entre otras. Y, por supuesto, el mundo de la educación  que nos mueve a buscar respuestas a las preguntas ¿es posible enseñar a pensar?, ¿es posible aprender a pensar?, y de ser afirmativas las respuestas, ¿por qué hay que hacerlo?, ¿qué tipo de pensamiento deberíamos potenciar para tener un mejor ser humano?, ¿qué recursos logran potenciar el desarrollo del pensamiento?.

La educación no debe ignorar que el mayor desafío del momento actual es formar personas para desempeñarse en un escenario de interdependencia y transculturalidad, cuyas consecuencias son palpables a través del fenómeno de la  globalización. Este desafío no puede ser asumido desde la limitada perspectiva de una mera instrucción técnica o científica, sino que debe garantizar la promoción de una formación integral, en el marco de una ética que  valore la dignidad del ser humano, el respeto a la diversidad, el fortalecimiento de las identidades y la armonía en las relaciones entre los ciudadanos y entre éstos con su medio ambiente.  Me atrevo a afirmar que en el actual contexto de cambios, dinamismos e incertidumbres, pensar eficazmente  se transforma en algo decisivo para enfrentar cambios y elegir acertadamente entre diversas opciones, valorando las alternativas con mayor nivel de conciencia y con posibilidad de acceso a un volumen significativo de información. Entonces retomemos la pregunta, pensar para qué? Pensar para la sostenibilidad social, apuntalada por una inteligencia social capaz de armonizar demandas con respuestas, contando con insumos de conocimiento caracterizados por su pertinencia social y su relevancia conceptual.

En el escenario educativo, no hay duda que ‘pensar’ exige a su vez capacidad para sopesar alternativas,  valorar la solidez lógica de los planteamientos, analizar las implicaciones éticas, así como discutir argumentos a favor y en contra. Flexibilidad, respeto a la disensión y valoración de la dimensión intelectual de cada ser humano, parecieran ser rasgos imperativos de una educación dentro de los paradigmas de la contemporaneidad. Una educación capaz de releer los inmanentes como discutibles presupuestos del sistema ético kantiano, basados en la idea de que la razón es la autoridad última de la moral. Principio  que, para asegurar la salud del sistema educativo, deberíamos interpretar como la dinámica relación entre razón y moral. No requiero apelar a resultados de investigaciones para  expresar mi percepción de que el sistema educativo dominicano no logra desarrollar  el potencial de aprendizaje de los estudiantes conducente a una  actitud proactiva ante el futuro, previsora y moderadora de cambios,  generosa en la búsqueda de soluciones y que permita avanzar con decisión para enfrentar con éxito nuevas realidades. Es en este sentido que resulta palpable la diferencia entre pensar y conocer. Parecería  entonces que las instituciones educativas han empeñado más  esfuerzos en el conocer y menos en el pensar y, por vía de consecuencia, ser. Resulta obvia entonces, la necesidad  de un abordaje más integral  del pensamiento, sus posibilidades y, en consecuencia, la puesta en práctica de estrategias permanentes para fortalecer las vías para enseñar y aprender a pensar.

Este panorama rescata una pregunta que considero relevante, ¿Es posible enseñar y aprender a pensar?. La búsqueda de solución nos obliga a recordar que pensar está asociado muy íntimamente al ser humano, pues es una actividad tan cotidiana como respirar o comer, que no se circunscribe únicamente a la esfera del conocimiento, sino que abarca por igual imaginación, sentimientos, aspiraciones, creencias, actitudes y valores. De manera  que podemos convenir que la capacidad de pensar es algo consustancial a toda persona, bajo circunstancias normales, y ahí pudiésemos no tener divergencias.  A mi modo de ver una de las dificultades  del tema que nos ocupa está precisamente en  lograr delimitar a qué nos referimos cuando decimos aprender a pensar, ya que la sociedad  utiliza el término pensar bajo múltiples acepciones que van desde opinión acerca de, creer en, recordar, considerar, reflexionar, ponderar, razonar o deliberar.  Para los fines de esta intervención asumo las cuatro últimas, es decir: reflexionar, ponderar, razonar o deliberar, esa capacidad de aprender a aprender de la vida misma en todo momento. Asumo también que el conocimiento es insumo del pensamiento y parto pues de la existencia de una relación entre pensamiento e inteligencia. Gracias a la inteligencia humana, que no es una computadora,    podemos decidir lo que queremos aprender, ejercer control sobre nuestra mente, imaginar el futuro y esforzarnos por alcanzarlo. En esa capacidad de aprendizaje permanente del ser humano reside la posibilidad de aprender a pensar y a pensar bien. Afortunadamente la educación tiene la enorme posibilidad de actuar como importante espacio para cultivar el pensamiento y promover la inteligencia.

Ahora bien, potenciar las facultades del pensamiento en beneficio del desarrollo humano constituye una de las metas de la educación que ha estado presente en el tiempo, siempre que se aspire a formar un ser humano reflexivo, creativo y crítico, capaz de buscar posibles significados y sentido a su quehacer, y de resolver problemas en diferentes contextos. Claro está que no basta con declaraciones, es necesario propiciar desde distintos espacios múltiples oportunidades para ejercitar el pensamiento en un marco de libertad y de respeto. Asimismo, se demanda llevar a efecto acciones que muevan a las personas a organizar, sistematizar y aplicar la información para comprender mejor, a estimular la posibilidad de comparar, interpretar, observar, resumir y decidir, entre otras acciones. En el ámbito educativo, lo anterior está íntimamente relacionado al tipo de ser humano que queremos formar y el modelo de sociedad que aspiramos a mantener o a construir. De ello dependerán fundamentalmente las conductas que se refuercen, se premien o castiguen. Por ejemplo, una sociedad autoritaria  difícilmente acepta como parte de las vivencias del ser humano la posibilidad de disentir, cuestionar e indagar,  y es que la libertad y la independencia son pilares esenciales para el desarrollo del pensamiento. Subestimar el pensar puede entonces estar relacionado con ideas de poder y autoridad, ideas poco innovadoras que buscan mantener el “status quo” y en consecuencia rechazan toda posibilidad de cambio. De manera pues que para aprender a pensar, en el marco del inalienable respeto a la libertad,  se requieren no sólo gobiernos democráticos, sino también hogares y escuelas abiertas al diálogo, a la reflexión y al cuestionamiento.  Todo ello unido a la fuerza transformadora constituida por seres humanos  cuya disposición y entusiasmo conformen las indelebles huellas de un ‘pensamiento’ al servicio del bien común.

Visto así, en una escuela que se promueve enseñar a pensar, el currículo debe estar articulado de forma que este objetivo se logre a través de la enseñanza de las diferentes disciplinas, sean estas de carácter científico, humanístico, cultural, artístico o recreativo. El desafío de enseñar las habilidades del pensamiento representa una estrategia al servicio del currículo, dentro de una perspectiva que visualiza el aprendizaje como un proceso para la construcción de conocimiento, incorporando las posibilidades que ofrecen las nuevas tecnologías de la información y la comunicación, reivindicando sus ventajas y contrarrestando sus amenazas.

El maestro y la maestra con renovada energía podrán plantear abiertamente sus interrogantes sobre el libro de texto, la metodología, el currículo o los actores del proceso educativo, generando una relación dinámica, enriquecedora, capaz de contrarrestar nocivas dependencias que limitan la proactividad en la educación. Este ambiente se logra con personal docente  que actúa como diseñador de ambientes propicios para pensar, facilitador de nuevas estrategias para que sus estudiantes se ejerciten en comparar, resumir, observar, clasificar, interpretar, formular críticas, plantear suposiciones, imaginar, decidir y en definitiva,  ser. 

Tenemos entonces que en este marco, el pensar es una manera de aprender y de investigar el sentido de las cosas. Una constante histórica es que algunos adultos, tal vez sin plena conciencia del significado, limitamos la capacidad de pensamiento desde la niñez, cuando frenamos la curiosidad  de quien quiere llegar hasta el último por qué de cosas y hechos. Quizás sea porque no estamos preparados para enseñar a pensar y en consecuencia propiciar oportunidades para aprender a pensar. Sucede que padres, madres y docentes  no siempre tienen la capacitación y el entrenamiento para  apreciar y estimular el desarrollo de destrezas de pensamiento.

Es importante insistir que pensar requiere de tiempo, espacio  y ambiente propicio para hacerlo realidad. A nuestro alrededor confluyen diversos distractores que conspiran con  la acción de pensar y más aún de pensar bien. Llevamos siempre demasiada prisa y nos movemos en un clima de inmediatez orquestado por una inflación de mensajes, a través de los diferentes medios, que dejan poco espacio a una reflexión con vocación de trascendencia. La conversación serena, el debate enriquecedor y la tertulia sobre un tema de interés que puede fortalecer nuestra capacidad de pensar, están cada vez más relegados al pasado. En muchas ocasiones hemos perdido nuestra capacidad de asombro ante hechos que atentan contra la dignidad del ser humano y los asumimos como algo normal,  sin detenernos a pensar en respuestas idóneas para su intervención y solución. Parece entonces que para participar humanamente en el mundo, pensar requiere también de cierta pasión por la reflexión a fin de vincular el pensamiento con loables sentimientos y deseos no cumplidos, con esa aspiración por trascender y desafiar utopías. En momentos históricos cruciales resulta imperativo redescubrir el tan anhelado concepto de la sabiduría que, en términos éticos, es definida como una aguda percepción de lo correcto. El reto es lograr una educación capaz de hacer del pensar el sendero que conduce a una sabiduría liberadora, fuente inagotable de felicidad.

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La autora es educadora y Rectora del INTEC

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