Aprender a perder

Aprender a perder

A partir de los trabajos de B. F. Skinner, profesor de la universidad de Harvard, sobre análisis transaccional, se abren las puertas para estudiar la inteligencia emocional. Nacen las distintas clases de inteligencia que hoy no dejan lugar a dudas, así se explican casos de estudiantes mediocres o sencillamente malos que resultan muy exitosos en algunas actividades de la vida.

En la educación de párvulos y niños empieza una revolución importante; se reconoce por qué algunos niños no se interesan por las actividades que se practicaban en las aulas o patios de la escuela, en consecuencia, esos niños se aislaban de los demás, lucían inadaptados o ineptos. En la actualidad, como hay inteligencias sociales, deportivas, léxicas, de idiomas, etc., se han introducido nuevas métodos de enseñanza que tratan de incorporarlos.

Maestros y consejeros van detectando las cualidades y aptitudes de los pequeños. En algunos países europeos, los maestros gozan del poder de definir los oficios y carreras que podrán seguir los estudiantes. Deciden, así, en gran medida, su futuro. Cuando los maestros se equivocan, en el mejor de los casos, los jóvenes deben volver a hacer los estudios que le faltaban para entrar en la nueva profesión y pasar a la facultad correspondiente o tomar el entrenamiento de una nueva ocupación. Trágicamente, también podría destruirse una vocación.

La idea es integrar a los niños de todas las vocaciones, aptitudes y destrezas. No sólo es interesante que todos participen, si no que también, se acostumbren a ganar y perder, que desarrollen sus iniciativas, su imaginación sin temores por resultado final. Se enseña a participar con toda intensidad, siempre con el compromiso de dar el máximo de sí. Con los estudiantes alfa se pone especial cuidado en el “derecho” a cometer  errores, desterrando de ellos, acostumbrados a ser los primeros, el temor de que algo no le salga bien, que no logren resolver el problema, que no tengan éxito; en una palabra que pierdan y ese temor los petrifique al punto de no querer tratar acciones nuevas, distintas o riesgosas, con lo que se privan a los mejores de oportunidades de éxitos pues son ellos, los que lógicamente, tienen las mayores probabilidad de triunfar.

A todos los países les interesa conseguir que los alfa triunfadores se mantengan en combate, probando y tratando de resolver o emprender nuevas acciones por riesgosas que parezcan. Son los motores que impulsan el bienestar de las naciones. En consecuencia, desde los maternales, los años de primaria y siguientes se pone énfasis en la participación continuada de todos los niños, en desarrollar sus talentos, acostumbrándoles a ganar y perder. Puesto que no siempre se gana, se les enseña a perder y a reconocer su error o pérdida, sin que el sentimiento de “fin del mundo” los atormente. Aprender a perder no quiere decir aprender a conformarse con perder, sino reconocer que se ha perdido, investigar las causas de la derrota, corregirlas y seguir adelante.

El éxito llega luego de muchas horas y varias derrotas. Un autor que leí recientemente ponía varios ejemplos de personas súper exitosas, calculó el tiempo que habían dedicado a tropezones y fracasos para llegar a sus éxitos, concluyó que les habían requerido unas veinte mil horas de afanes. Así, se habían coronado indiscutibles campeones, mundialmente reconocidos.

Es lógico suponer que no toda persona llega a esos súper niveles pero la estadística es reveladora del sacrificio que requiere el éxito, aun en otros niveles, y, al mismo tiempo de la paciencia y humildad necesarias para llegar y moverse en esos grupos exitosos.

Ganar con humildad y comprensión para el que pierde es muy importante pero aprender a perder lo es tanto o más. A los dominicanos nos da trabajo reconocer que perdimos una competencia cualquiera, aceptar a los triunfadores y continuar con nuestras vidas. No tenemos el placer de ver, como en otros países, a los perdedores conceder que han perdido en buena lid y actuar con gran naturalidad, no como que el mundo se va a acabar al otro día.

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