Aprender primero

Aprender primero

La información es poder y la desinformación también. Cuando se pontifica desde el desconocimiento las consecuencias son fatales. La progresía urgente, fundamentalista, la del tuit malevo, comenzó su vida sin referencias. El pasado poco importa porque el momento dicta y la adultez convocante tiene una tarea pendiente con la historia reciente que prefiere encubrir con una militancia frenética que el odio empuja. Esos mandarines de la corrección decidieron que su pasado sea misterio, así construyeron una fábula heroica. Historieta con testigos complacientes que avalan la mentira. Armados de ese modo prescriben, auguran desgracias. Desde hace décadas anuncian con trompetas bíblicas el fin del mundo y mientras no llega, reeditan sus profecías, conspiran. En nombre de la libre expresión del pensamiento sus dicterios son sacrosantas expresiones. Ay de quien mencione que en el código penal está descrito su memorial cotidiano de agravios e irrespeto, de provocación e injuria.
La crónica del inicio de la democracia compromete demasiado. Tendrían que explicar silencios, deserciones y después, el disfrute del erario sin importar quien ha presidido el gobierno. Esas complacencias, camufladas, justificadas, o, lo que siempre es mejor, no divulgadas, permiten la arrogancia ética. Bastaría hurgar para descubrir y quitar caretas, aunque desde sus podios sacrosantos jamás tendrá cabida la especie. Con el acomodo, sus anécdotas las convierten en historia patria. Se solazan atribuyéndose proezas inexistentes. Tanto las repiten que hasta las creen reales. Colocan en la agenda “dictadura”, “regímenes de fuerza”, sin invitar a sus jóvenes incondicionales a revisar algún texto que explique y recree tres décadas de oprobio, complicidad, miedo, muerte. Porque después del tiranicidio no hubo tiempo y la izquierda de entonces tenía otras preocupaciones. Dejó quietos a torturadores, asesinos, violadores, traidores. No hubo Comisión de la Verdad. Todo sucedió tan rápido, todo fue tan deslumbrante como lastimoso. El fin de aquello, las elecciones libérrimas, golpe de estado, gobierno de facto, intervención de EUA. La guerra mezcló guardias trujillistas, militares represivos seducidos con el estreno de la libertad con muchachos idealistas. Del 30 de mayo del 1961 hasta las elecciones del 1966 se vivió lo inimaginable. Fue el debut de la democracia y su derrota. La hazaña de mayo quedó en el olvido. El procerato tardío de los protagonistas permitió la crítica más que la exaltación. El periodo de los 12 años trajo otras pendencias y poco a poco la “era gloriosa” quedó atrás por el reciclaje deplorable de sus gerifaltes. Sin culpas y sin imputaciones viven tranquilos. La profusa e imprescindible bibliografía sobre la tiranía es desconocida por los mismos que alegan que no se enseña nada sobre el trujillato. Quien quiere saber busca y encuentra. Cuando se habla de dictadura y, sin embargo, se anhela la mano dura, la desolación conceptual atribula. Algunos analistas brasileños arguyen que el éxito de Jair Messias Bolsonaro, obedece a que la mayoría omite, no recuerda o ha preferido olvidar la dictadura que colmó de sangre y terror el país -1964 1985-. La presidenta Dilma Rousseff fue torturada y estuvo tres años presa. Después de asumido su primer mandato designó la Comisión de la Verdad para establecer la responsabilidad durante la represión. Aquel informe no supera, dicen los entendidos, el contenido de la documentación desclasificada de la CIA. El olvido ha convertido en presidente a un defensor de la dictadura. Aquí, 57 años después de la muerte del tirano, la deformación de los hechos amenaza. La frivolidad se impone, el imperio de la desinformación manda. No hay preguntas, como si todos tuvieran respuestas. Bernard Diedrich concluye “Trujillo. La Muerte del Dictador”-1978-de manera desoladora: “Un muchachito, que jugaba debajo de un gran árbol en el traspatio de la casa de Juan Tomás, pareció intrigado cuando un visitante le preguntó si fue en ese garaje donde descubrieron el cadáver del jefe. Contestó: ¿cuál jefe?” Las soflamas libertarias deben informar antes de provocar. Cada día dejamos de saber qué ocurrió en la “era de Trujillo.” Aprender primero debe ser obligación antes de anunciar tragedias imposibles.

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