Los valores son parte de la cultura, se transforman o se mantienen, no se pierden. Forman parte de un sistema de creencias y prácticas sociales. No se “enseñan” discursivamente, por el contrario se aprenden en la convivencia cotidiana y en el modelaje social.
La solidaridad es un valor en la sociedad dominicana sobre todo en los estratos pobres, no está escrito ni se enseña en discursos, se aprende en la convivencia cotidiana. Por ejemplo cuando una mujer está de parto las vecinas le preparan sopa y se trasladan a su casa para apoyarla en las labores domésticas, esto se reproduce continuamente.
Nuestra sociedad tiende a mostrar resistencia al cambio de algunos valores. Uno de estos cambios es el de la participación activa de la mujer en su vida sexual y en el placer. Esto se sanciona con juicios como que ya “las mujeres no son serias”, expresión discriminatoria que no tiene el mismo significado para los hombres. Las mujeres y jóvenes están rompiendo con los tabúes que la mantenían en relaciones desiguales con el hombre frente al sexo y al placer.
Otros valores encuentran contradicciones en nuestra sociedad. Los grupos pobres tienen una vida basada en mucho esfuerzo para sobrevivir. En campos y barrios la gente se levanta a las 5:00 a.m. para salir a buscarse alguna forma de sobrevivencia en los conucos o en el chiripeo, sus hijos e hijas tienen que caminar muchos kilómetros para llegar a la escuela. Este esfuerzo es desigual y entra en contradicción con la promoción desde distintas vías del dinero fácil y la impunidad.
La intolerancia y el irrespeto hacia las mujeres, la población LGTBI y la población migrante haitiana desde forjadores de opinión, líderes políticos y religiosos son contradictorios con una sociedad democrática y con nuestra constitución.
Igualmente en una sociedad donde se reprime y sanciona a las personas por la forma de vestir, por sus prácticas sexuales, por ser diferente, se promueve la intolerancia y el irrespeto, el otro no tiene derecho a ser diferente.
Para promover valores se necesita que los forjadores de opinión, la población adulta con responsabilidades en la crianza y educación de las nuevas generaciones, los líderes religiosos y políticos y los sectores de poder cambien su modo de actuar. Dejen de usar la violencia verbal con discriminación permanente hacia la diversidad en todas sus formas y asuman los valores democráticos que se establecen en nuestra constitución en su práctica cotidiana.