Aprovechar el descanso

<p>Aprovechar el descanso</p>

JOSÉ BÁEZ GUERRERO
Una noche de principios de enero, hace casi diez años, mi hijo mayor y yo contemplábamos el cielo nocturno, tendidos en la arena, junto a una playa. El reflejo de Venus rielaba en el fluido espejo marino. Una luna casi llena iluminaba las nubes en el horizonte. Y miles de estrellas titilaban en la bóveda celeste. De repente, absorto bajo el embrujo lunar, el niño -que tenía entonces ocho años— me preguntó: “¿Dónde es que están los tres reyes magos?”. Señalé hacia una constelación en la que tres grandes estrellas alineadas en ese momento apuntaban hacia la luna.

Aquella pregunta me hizo recordar unas viejas lecturas sobre la fiesta de la Epifanía, que es más antigua dentro de la tradición cristiana que la celebración del nacimiento de Jesús ó Navidad. Muchos eruditos bíblicos aseguran que lo más probable es que los magos de Oriente hayan sido astrólogos provenientes de Persia o Mesopotamia, lo que hoy son Irán e Iraq, atraídos a Judea por una singular alineación de astros y planetas que indicaba el nacimiento de un gobernante redentor, o Mesías, con lo que se cumplía una profecía.

El tremendo ajetreo de trabajo de estos últimos días me ha impedido cumplirme a mi mismo una promesa que me había hecho de organizar algunos apuntes sobre el significado religioso de la Navidad y la Epifanía, que junto con la Pascua de Resurrección constituyen las mayores fiestas de la cristiandad. Me lamento por haber dejado para último lo que debió ser lo primero. En muchas otras cosas de la vida, comete uno el mismo desdichado error. Y estalla la pregunta como un fuego artificial: ¿dedicamos realmente el tiempo necesario a las cosas importantes? Me asusta pensar que no.

Para las cosas importantes siempre hay tiempo. Debe ser una medida de la responsabilidad y el carácter de cada cual escoger cuáles cosas son importantes en la vida. Cuando se quiere, se encuentran temas o asuntos a los cuales uno desea dedicar tiempo y esfuerzo. Nada, creo, puede ser más importante que la salvación del alma. En eso se trabaja cuando se saca tiempo para Dios y sus cosas. Por mi parte me confieso culpable de eso que los gringos, aun aquellos con léxico limitado, llaman “procrastinación”, una palabreja de poco uso en castellano, que es diferir o aplazar, dejar para después lo que puedes hacer ahora. Arropado por la urgencia del trabajo, por la terrible necesidad de posponer aquellas cosas que uno sabe importantes por otras que lucen impostergables, lo trascendente se queda en la cola…

Las vacaciones, como estas de Navidad y Año Nuevo que terminan esta semana, o las de semana santa o verano, o hasta los fines de semana, deberían servir para ponerse al día en estos asuntos que uno va posponiendo y que son, a la postre, más importantes que todo lo demás.

Hasta aquellos que desdeñan la religión, que desconocen o están alejados de Dios, pueden beneficiarse de hacer un alto, romper la rutina y dedicar la mollera a pensar o repensar las cosas importantes, los planes y los sueños, el rumbo de la vida propia y cómo nuestras acciones impactan a quienes tenemos alrededor. ¿Los hacemos felices? ¿Les causamos penas? ¿Somos responsables? ¿Podemos explicarles a los hijos cómo nos ganamos el sustento? ¿Nos agrada lo que hacemos o lo que somos?

“¿Dónde es que están los tres reyes magos?”. Aquella pregunta de un niño que hoy casi es hombre es un recordatorio de que una de las funciones del descanso es meditar, hacer conexión con lo trascendente, renovarse espiritualmente. Lo demás es cháchara y resaca.
 j.baez@verizon.net.do

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