Aproximaciones al corazón

Aproximaciones al corazón

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Dibujarle. En la historia de la pintura y el arte figurativo, desde las cuevas de Altamira hasta el Jazz de Matisse, el corazón fue fuente de expresión espiritual y divina. Bastaría con detenerse en las obras de Klimt, Miró, Warhol, Rivera, Leonardo o Picasso para encontrar una gama de representaciones que a pesar de diferencias temporales, revelan una idea común: El sentimiento humano cobijado en un lugar palpable, pero no visible; asequible, pero remoto; frágil, mas cómodamente acorazado en el centro de nuestro cuerpo.
Varias obras pertenecientes a períodos diferentes de la pintura ilustran poderosamente tal simbología. La primera, anónima y sin título, está inspirada en la tragedia de Tristán e Isolda y se exhibe en el archivo histórico de la ciudad alemana de Colonia. Ambos personajes, unidos en la muerte y casi sonrientes, yacen bajo un árbol de tronco doble que nace de sus pechos y desde cuyas ramas florecen hojas y frutas en forma de corazón. En la segunda, ¡Y tenía corazón!, el español Enrique Simonet critica el puritanismo hipócrita decimonónico en un lienzo perteneciente a la colección del Museo de Bellas Artes de Málaga en el que una hermosa joven con evidentes rasgos de desgaste físico reposa muerta a la diestra de un incrédulo médico, quien, tras realizarle una autopsia descubre corazón en mano, que la “infame mujer de la calle” posee alma.
En tercer lienzo, Estrazione del cuore di Sant’ Ignazio d’ Antiochia, fechado en el siglo XIV y exhibido en la Galería Uffizi de Florencia, Sandro Boticelli reencarna el martirio de San Ignacio al narrar cómo este aseguraba a sus torturadores que tenía el nombre de Jesús inscrito en su corazón. Recuérdese que la utilización del corazón en la iconografía cristiana se populariza justamente antes de la época de Boticelli cuando los monjes y autoridades eclesiásticas le aceptan como símbolo de compasión y devoción. Como tal, en la sociedad católica del presente lo encontramos en las imágenes del Sagrado Corazón, que, convertido en refugio de los sufrimientos del hijo de Dios, reencarna entre nosotros.
Una vez dijimos que el cuerpo, y en particular el corazón, es drama, pasión, horror, espíritu y humanidad en el trabajo de la artista plástica dominicana Iris Pérez Romero; instrumento de conexión útil para observarnos tal cual ante un espejo y encontrar a través de ello lo que realmente somos. La artista admite cómo sus personajes en ocasiones están carentes, desprotegidos; expuestos por sus actos trasgresores de seres vivientes portadores de las tribulaciones del alma y del espíritu, ambas, piezas esenciales de la constitución del Ser. De esa alma que “como esa mano que del cuerpo tendido se eleva y quiere solamente acariciar las luces, la sonrisa doliente, la noche aterciopelada y muda” en voz de Aleixandre, ha dibujado la silueta del Ser dándole voz. La pieza “Corazón radiante” así lo confirma.
El calendario del corriente nos brinda la oportunidad de observar cómo en el festín del mercado de cada febrero sufrimos la invasión del corazón icono y del corazón San Valentín: tapas de botellas, relojes Tommy Hilfiger y pendientes Gucci; espejos, sartenes y chocolates; muñecas, lápidas y portarretratos; alhajeros de cerámica, cojines, jabones, lámparas y tatuajes inspirados todos en dicho órgano, conversan el lenguaje del amor mercantil al mejor postor. Trivialización de la metáfora o deconstrucción de la metonimia, el corazón contemporáneo ha dejado de representar lo que en aquellas piezas ya aludidas quiso ser. Para colmo, hasta la tecnología le juega tretas: el virus “w32.heartworm”, moldeado a su imagen y semejanza, ataca el programa Windows Live Messenger de los ordenadores mientras simultáneamente roba información personal del usuario, que conste, no necesariamente de índole romántica.
Conformarle. Embriológicamente hablando, la formación del corazón se completa durante la cuarta semana de desarrollo fetal en el momento en que una estructura conocida como tubo endocárdico se convierte en órgano de múltiples cavidades gracias a una serie de abultamientos progresivos que culminan en las aurículas, los ventrículos y las arterias principales. La revista PloS Biology ha publicado una investigación conducida por Heidi Auman y Deborah Yelon que arroja nueva luz a la comprensión de este proceso más allá de lo puramente científico. Veamos.
Es sabido que múltiples factores de índole genética influyen en el desarrollo, composición y forma de un tejido particular ya sea a través del movimiento de sus células, su división y reproducción, o por cambios que afecten su tamaño. Partiendo de la pregunta de cómo entonces puede un órgano funcionar mientras simultáneamente crece, las investigadoras mencionadas estudiaron la conducta de las células cardíacas de peces cebras transgénicos (genéticamente modificados). Observaron que para adquirir su contorno era necesaria la participación de los factores genéticos previamente aludidos (a través de la contracción celular) así como también la de otros, externos y ajenos al órgano (provenientes de la circulación sanguínea).
Este experimento, reminiscente de muchas de las consideraciones del maestro Galeno, nos conduce a la conclusión de que la explicación más plausible de los trastornos cardíacos podría ser un simple desbalance entre fuerzas internas, quizás determinadas por la genética, y factores externos transportados a través de la sangre, como serían la nicotina, el colesterol, el azúcar o la sal; justamente los razonamientos constitutivos del sostén científico de la cardiología moderna.
Desde una perspectiva puramente simbólica, nos provoca la idea de que la verdadera forma del corazón quizás no sea aquella proveniente de su anatomía propiamente dicha, sino la que adquiere al ser moldeado por asuntos allende su existencia de monótono músculo rojo: El desamor, el pesar o la melancolía; el odio o el rencor. Es así cómo, conductores de nuestro sentir, conformaríamos (o deformaríamos) los límites y perímetros del corazón trazando la huella final de su devenir. Nos haríamos sus arquitectos, constructores del ánima que repleta de pneuma psiquicon, poblaría ese órgano que nos guía en ocasiones fatigado y en otras vibrante, otorgándole en tal faena su verdadera faz.

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