Aproximaciones al corazón

Aproximaciones al corazón

Allor fu la paura un poco queta
che nel lago del cor m’era durata
la notte ch’i’ passai con tanta pieta.

(…Entonces se aquietó un poco el espanto,
que en el lago de mi corazón había durado la noche entera,
que pasé con tanto afán.)

Canto I Inferno, Dante Alighieri, 1308

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Mirarle. En la Cantabria nórdica española fue descubierta en 1908 una cueva decorada con grabados correspondientes al Paleolítico tardío; en dicho lugar, hoy conocido como La cueva del Pindal, se encuentran imágenes de bisontes, peces y otros animales que datan de 20 mil años a.C. Una en particular atrae la atención: un mamut trazado con cuidadosa destreza en intenso color y en cuya parte frontal cercana a las patas aparece una mancha roja en las cercanías del corazón de la bestia. Dicho detalle aun cautiva a los expertos quienes debaten su significado: coincidencia, huella del tiempo, o la percepción de aquellos primates de que una flecha dirigida a tal región pondría fin a todo. Convencimiento, en suma, de que el corazón era el hogar de la vida y, sobre todo, la intuitiva suposición de que nuestros antepasados poseían conciencia de su existencia. ¿Qué les motivó entonces a conceptualizar un órgano corporal menos visible que la cabeza, las manos o los genitales? ¿Qué los llevó a adjudicar al corazón semejante forma y simbolismo?
La más antigua gráfica del corazón como hoy le conocemos corresponde a una vasija olmeca de tres mil años donde aparece dibujado en forma de hoja de hiedra; tal tradicional imagen nos ha sido familiar por siglos y se remonta al ideario aristotélico que atribuía al órgano la tarea de alojar el sentimiento y el alma. En 342, Aristóteles fue asignado por el rey Filipo II de Macedonia a educar a su hijo, el posterior Alejandro Magno, y es justamente en esta etapa de prolija vida intelectual que el filósofo se convierte en biólogo. Es el primero en clasificar los seres vivos y animales en categorías, y, junto a Platón, pionero en adjudicar funciones a los órganos corporales: al cerebro el encargo de enfriar la sangre, y al corazón constituir el centro vital. Por igual, en el texto Historia de los animales el Estagirita describe tres cámaras cardíacas y no las cuatro que hoy sabemos le forman gracias a la descripción que William Harvey publicó en 1628 en el tratado De Motus Cordis.
Galeno de Pérgamo, el médico de mayor influencia durante los inicios de las disciplinas médicas utilizó los principios aristotélicos y platónicos para describir la fisiología del órgano que nos ocupa afirmando que el alma constituía el principio vital manifestada como alma “concupiscible”, con sede en el hígado, “racional”, localizada en el cerebro, y como alma “irascible”, habitante del corazón. Sostuvo además que la actividad cardiaca estaba determinada por su fuerza propulsora intrínseca, la vis pulsífica, de los ventrículos y las arterias, y también por los pneumas: El physicon o natural, el zooicon o vital, y el pneuma psiquicon o del ánima.
Estas empíricas concepciones fueron perpetuadas por los médicos al impedírseles estudiar el cuerpo a causa de las restricciones impuestas por la religión; en consecuencia, los artistas de la época reprodujeron la imagen del corazón a su antojo, usualmente en forma triangular con el ápice dirigido hacia la izquierda tal como es concebido en el presente. Historiadores y antropólogos debaten el origen de dicha iconografía ya que no guarda semejanza con el órgano humano; metafóricamente, lo explican por su similitud con el contorno de los genitales femeninos (el monte de Venus y la vulva), principio de la vida y el amor. En otra curiosa alegoría, los egipcios imprimieron monedas con la forma del corazón copiada de la semilla del silphium, laserpicio o silfio, planta extinta cuyas propiedades medicinales y contraceptivas la hicieron muy codiciada. Dicho árbol, hallado en la ciudad griega de Cirene en los siglos II o III antes de nuestra era, simbolizó la sexualidad y el amor romántico. Una tercera descripción del corazón que también data de milenios antes de Cristo es la contenida en un ornamento de arcilla exhibido en el Museo Kabul de Afganistán estilizada por sus orfebres inspirados en las hojas del higo y la hiedra.
Desde los albores de la literatura, el corazón simbolizó el refugio del sentimiento tal cual narra Dante en la Divina comedia: En el canto I él es guiado por Virgilio, y con el corazón roto a causa de sus pecados, arriba a la falda de una montaña donde encuentra “la luz del planeta”, la luz divina salvadora. Allí aquieta los temores que el “lago de su corazón” había soportado piadosamente. Este “lago” es, con toda certeza la tercera cavidad cardíaca descrita por Aristóteles y bautizada por Galeno como fovea.
Pierre Vinken afirma en The Shape of The Heart, que aquella cámara era la de posición más media y superior otorgándole al órgano una forma triangular que sirvió de inspiración para su representación pictórica en la civilización occidental. La persistencia de semejante modelo hasta nuestros días, según Vinken, respondería a consideraciones de naturaleza filosófica ya que, a pesar de conocer los detalles del corazón con exactitud gracias a la tecnología y las autopsias, la modernidad insiste en mostrarlo tal cual nuestros antepasados hacían. Este hecho, de acuerdo con el autor, más allá de poseer una significación comercial, representaría un irónico triunfo de la antigua espiritualidad sobre el cinismo y materialismo posmodernos.
¿Y qué tal los latidos, verbo del corazón: sería posible verlos? ¿Ver la realidad, el entorno, parpadear a su ritmo? Las desafiantes preguntas que al poeta José Mármol se le ocurrió enviarme por WhatsApp una mañana cualquiera, están indudablemente revestidas de una connotación ontológica; mas ellas no sólo inquieren sobre el carácter poético de la expresión del órgano y sus ramificaciones filosóficas. En realidad, nos impulsan a la búsqueda de la naturaleza de las relaciones sensoriales y su interacción con nuestro dominio. Esta última, paradójicamente, es la arista menos compleja de aquel desafío ya que las neurociencias contemporáneas explican con lujo de detalles cómo la visión está íntimamente asociada a los demás sentidos.
Lo percibido por los sentidos, en conjunto, conforma una madeja de mensajes que conecta la naturaleza, –la realidad– con complejas funciones cognitivas predominantemente a través de la visión, sentido que otorga significado y memoria a los sonidos y demás expresiones. Aquella madeja alcanza su máxima expresión en la tríada cognición-visión-sentimiento, concepto que explicaría cómo la manifestación del latido cardiaco, una vez más, símbolo del sentimiento, asociaría lo visto con lo percibido y lo pensado. Digamos, cómo podría ”versentirse” nuestro entorno inmediato; cosa que los no videntes saben desde remotísimos tiempos.
Quizás sin proponérselo, Mármol había respondido a la acuciante interrogante ya enunciada en su poema “Percepción de la vida”, incluido en Deus ex Machina, Premio de poesía Casa de Teatro 1994: “Cada cosa que palpita dibuja un corazón./ La fruta bien fresca, si al morderla resplandece, trémula como un pez escapado de la suerte./ El labio cuando besa, los dedos reventando las fronteras del muslo, hacia el tobillo avanzan o tal vez hacia el Sol./ Cada cosa que palpita pronuncia un corazón. La muchacha que alza su copa en una tasca, el público celebra, emperrado, mientras luchan las manos a muerte por tocarla.”
¿Estaría acaso resuelta aquí la duda de si podemos ver los latidos de ese corazón que dibuja cada cosa con su danza?

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