Apuesto… al  de aquí

Apuesto… al  de aquí

Los ciudadanos de Estados Unidos de Norteamérica se encuentran a pocas horas de cumplir su obligación cívica. Con la crisis financiera rondando alrededor de George W. Bush, la ventaja la tiene Barack Obama. Las encuestas expresan lo que aparenta ser un enraizado sentimiento de amplios sectores de la opinión pública estadounidense. Pero, ¿ganará? ¿Podrán los fantasmas dejados por la guerra de Irak vencer a John McCain? ¿Aplastará la crisis financiera a este último?

Nada ha podido contra este mulato. Los racistas más empedernidos han emprendido injuriosas campañas contra Obama. Hace poco, durante una concentración de McCain en Chicago, una fervorosa republicana gritó a su candidato “¡acaba con ese árabe!”. Horas antes, en un programa de televisión, Obama elogió a su contrincante. Destacó que era un héroe de guerra, que había cumplido honrosamente sus deberes cívicos para su patria. Tal vez McCain enfrentó a la mujer que le gritó desde la innominada multitud, porque sabía de este comentario del candidato demócrata.           

Por encima de esas cortesías conservo mis dudas. El sistema electoral estadounidense es muy especial. Al Gore, candidato demócrata contra Bush, sacó más votos populares que éste. Pero Gore obtuvo menos votos electorales, y, por tanto, debió dedicarse a filmar películas sobre el medioambiente. Bush quedó con la silla de la oficina oval, desde donde ha enredado cada vez más la situación de sus compatriotas. De ahí la ligera ventaja de Obama. Los resultados de las encuestas no comprometen, empero, la decisión de los electores finales.

De manera que es probable que el racismo, combatido por Dwight D. Eisenhower primero y los Kennedy más tarde, se imponga. Por supuesto, no saldrán a quemar cruces, disfrazados al estilo del KKK. Esos días pasaron a la historia. Podrían ser determinantes, en cambio, a través de los votos electorales. Si la diferencia es abrumadora los miembros de los colegios electorales tendrían necesidad de cavilar la decisión. Y podría volver sobre ellos el pensamiento de Ike para recordarles que si esos negros son buenos para pelear por nosotros deben ser buenos para ser admitidos junto a nosotros.

Ike, sin embargo, no está. Su legado es un recuerdo, que ha doblegado mas no sepultado el resentimiento de razas. Por eso, quizá, temo por Obama. John F. Kennedy rompió una tradición entre los estadounidenses. Era católico, y aunque no precisamente un devoto feligrés, era católico. No fue, por supuesto la fe que profesaba la desordenada familia la que lo condujo al sacrificio. Pero él rompió una tradición, al ser electo, siendo católico. En el caso de que la llamada obamanía se impusiese entre votos populares y electorales, Obama sería un reto para esa nación. Como lo fue Kennedy.

Por eso, quizá, me alegro de no ser un elector, sino mero y lejano observador de los acontecimientos vecinos. A sabiendas de que Dios tiene sus maneras de conducirnos por derechos caminos entre agobiadoras curvaturas de las rutas de la vida.     

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