«Apuntalar la República»

«Apuntalar la República»

MANUEL A. FERMIN
No quiero pecar de exagerado en los conceptos, pero ¿tenemos garantía los dominicanos de ahora y del porvenir de la perdurabilidad de los destinos nacionales? La sostenibilidad del país exige de una brega diaria por la solidaridad y no el egoísmo que ha ido asentándose como una vorágine que casi nos hace olvidar nuestros orígenes. Es verdad que el pueblo dominicano, muchas veces sorprendido por eventos que lo han puesto prácticamente de rodillas y que lo han abandonado a las manos de Dios, ha logrado sobreponerse por la fuerza de voluntad de legiones de sus mejores hijos, pero hoy llevamos un derrotero de perdición, de irrespeto a la autoridad, la vulgarización de la cultura popular, no se respetan las instituciones, el deterioro de la cortesía, el desmoronamiento de la familia, las drogas, las cortesanía, la prostitución, en fin, todo un relajamiento de los valores éticos.

Gran ola de escepticismo y de brutalidad crece y se aposenta cada día en nuestras masas populares que han optado por hacer lo que le viene en ganas.

Las deformaciones y flaquezas llegan a tanto que se solicita descargo para policías para no incriminarlos en el usufructo de vehículos robados; o resistencia para cobrar impuestos retenidos o evadidos, y para regular la chabacanería en los medios de comunicación. Es decir, poderes que aunque fácticos, por su peso y calado deben dar testimonios de honradez y sus símbolos de enseñanza.

Pero no solo se arremete la sociedad, sino también el medio ambiente (ríos, cañadas de drenajes naturales, fauna, flora, ruidos, etc); se ocupan áreas restringidas a orillas de ríos y arroyos para construir viviendas, solo para constituirse en hacinamientos humanos que son una verdadera plaga social.

En días recientes dos técnicos cubanos «especialistas en desastres naturales» nos deslumbraban con los progresos asombrosos de las técnicas cubanas «para evitar muertes y cuantiosos daños a su país por causa de los meteoros que azotan estas islas caribeñas. Sin embargo, no es extraño afirmar que la verdadera causa de los bajos índices de daños a los pobladores se debe exclusivamente a la fuerza dictatorial que emana del poder político que obliga al ciudadano a ir al refugio a contrapelo de desgracia mayor. ¿Quién osaría arrimarse a vivir a orillas de un río como el Ozama en Cuba? ¿Acaso crecen como hongos los barrios marginados en La Habana por las migraciones rurales? ¿Podría un bergante en forma caprichosa dividir y apropiarse de áreas protegidas?, ¿O verter líquidos corrosivos en acuíferos protegidos?.

Para los que vivieron la férrea dictadura trujillista saben que todo el que estaba expuesto a peligro tenía que guarecerse por órdenes superiores, que nadie se atrevía a agredir un recurso natural valioso, y la razón es tan obvia, tan de bulto que no necesita explicación.

Entonces, vista la incólume fe del pueblo dominicano en la democracia, el Gobierno Nacional y todos los ciudadanos deberemos contraer un compromiso de evitar que este país siga el camino disolutivo. Dos situaciones que no deben ser omitidas en esta opinión, por la significación que tienen para la supervivencia de la Nación Dominicana son: la situación de los haitianos y la justicia dominicana. Con la primera se ha ido generando una áspera ola de repudio a la inmensa «ola de color» y de pobreza extrema que arrastra la inmigración haitiana, que terminarán superando las posibilidades nacionales, y todo esto en total tolerancia de las autoridades que tienen el temor de defender el país ante las mal veladas advertencias injerencistas de extranjeros que se inmiscuyen, siempre de modo adverso, en los destinos nacionales. Ni siquiera podemos hacer uso de la soberanía que no se delega, no se restringe, no es transeúnte, y es inminente y absoluta, simplemente porque ahora vivimos en forma lastimera, le debemos dinero a las siete mil vírgenes y carecemos de autoridad moral para exigir, o por lo menos, reclamar derechos.

De la justicia, cuando más necesitamos, por la hora, de madurez, de experiencia y de pulcritud, sentimos temores porque más que magistratura vemos asomos de botín. Hay que apuntalar la República y cerrar el camino al abismo o nos vence la ambición desmedida. Aquí si es verdad que calificaremos para formar parte de las «naciones fallidas», pues sólo podrá invocarse la apología del anarquismo, porque ya la Nación Dominicana habría abdicado a su potestad de la cultura occidental.

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