Apuntes de bolsillo

Apuntes de bolsillo

JOSÉ M. RODRÍGUEZ HERRERA
El primer chiste de la historia del cine data de finales del siglo XIX. Fueron los mismos inventores de esta fábrica de sueños (los hermanos Lumiere) quienes llevaron a la pantalla una historia cómica para regocijo de los espectadores. Era “El regador regado”, interpretado por un jardinero de la finca de los Lumiere que se ponían perdido de agua con la manguera que manejaba. Pero los auténticos maestros del género se revelarían más tarde (en los años veinte de la siguiente centuria) y lo harían en los Estados Unidos de América.

Una de las grandes figuras del cine cómico fue Buster Keaton. Su característico semblante impasible (se le conocía como “cara de palo” y “el hombre que nunca ríe”) o su actitud imperturbable incluso en las más comprometidas situaciones, se veían compensados por la desbordante expresividad de sus ojos, que le confería una dimensión sobrehumana y con la que transmitía un profundo lirismo. Su gravedad mormorea, unida a su extraordinaria capacidad para sorprender con unos gags bien elaborados y calculados, quedan patentes en sus filmes más célebres: la ley de la hospitalidad (1923), el moderno Sherlock Homes (1924), etc. Precisamente, una de las condiciones que estipulaba su contrato era que bajo ningún concepto se riese ante la cámara. Parece ser que tal prohibición le provocó un desequilibrio psíquico y emocional que derivó en un arrebato de locura, que le valió para ser internado en un centro psiquiátrico en 1937.

Y uno se pregunta: ¿No será por eso que nuestros humoristas son los primeros en reírse de sus propias gracias?

La nómina de grandes intérpretes del género cómico era cada vez más extensa (Harry Langdon, Harold Lloyd, Stan Laurel y Oliver Hardy, etc.), mas, de todos ellos fue el genial Charles Chaplin quien hallaría una mayor aceptación entre los críticos y público de la época. Guionista, productor, director y actor, tenía gracia, ternura, emoción, exponentes de su valor humano. Nunca río a carcajadas de sus propias ocurrencias ni tampoco mostró jamás la lengua.

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