LA CORRIDA. La corrida de toros no es una fiesta exclusivamente andaluza; Navarra también podría reivindicar su paternidad. Pero son los andaluces quienes -a finales del siglo XVIII- empezaron a codificar las reglas; maestros como «Costiltares» y «Pepe Hillo» en Ronda y Pedro Romero -a quien Goya dedicó un retrato-, de quien se dice que se retiró a los 75 años, después de haber lidiado más de 5.600 toros y sin recibir el menor rasguño.

En las marismas han proliferado las fincas dedicadas a la cría de toros de lidia, lo que ha llevado a numerosos jóvenes a elegir esta arriesgada profesión, ya sea en busca del ascenso social, ya sea por estar familiarizados con la cultura taurina, origen de muchas vocaciones.

La mayoría de las ciudades andaluzas han sido cuna de grandes toreros. Los sevillanos son innumerables, pero destacaremos los nombres de Juan Belmonte y José Gómez «Gallito», quienes entre 1910 y 1920 protagonizaron la época dorada de la fiesta taurina, y Curro Romero, una leyenda viviente que a sus 63 años permaneció en activo. De Córdoba son los cuatro «califas»: Lagartijo, Guerrita, Machaquito, y el gran Manolete, así como Manuel Benítez, «El Cordobés».

Ronda vio nacer al maestro Antonio Ordóñez, Jerez es el reino de Rafael de Paula, un gitano cuyas faenas fueron legendarias y cosechó enormes triunfos; se dice que era capaz de «detener el tiempo». Sanlúcar es la patria de Paco Ojeda, el último torero que ha revolucionado la tauromaquia. Cada pueblo tiene su gloria pasada, su realidad presente o su futura promesa del toreo.