Ramón María del Valle Inclán (1869-1936), es el escritor de más difícil clasificación de la generación del 98.

 De estética claramente modernista en sus inicios, como Machado, se da a conocer con Femeninas (1895), un libro de cuentos, y se consagra con las prosas de las Sonatas: Sonata de Otoño (1902), Sonata de Estío (1903), Sonata de Primavera (1904) y Sonata de Invierno (1905).

Poco después se aleja con meridiana claridad de los cánones modernistas con la publicación del ciclo de La Guerra carlista (1908-1909), formado por tres novelas, y con las Comedias barbarás (1907-1922).

Con la obra dramática Divinas Palabras (1920) Valle Inclán abre el ciclo de su producción teatral, una de las  más importantes y esenciales de la literatura española contemporánea.

Surgen entonces los esperpentos, que, cual los Disparates de Goya, componen, en un conjunto de obras dialogadas en las que la sociedad española es vista desde un ángulo deformante y grotesco, un maravilloso retablo de los vicios de la vida social.

Pertenecen a las series de los esperpentos Luces de bohemia (1924), Los cuernos de don Friolera (1925), Las galas del difunto (1927) y la hija del capitán (1927).

También en la línea del esperpento están escritas las novelas Tirano Banderas (1926) y El ruedo ibérico, Trilogía compuesta por la corte de los milagros (1927), ¡Viva mi dueño! (1928) y la inacabada Baza de espadas (1933).

“No podemos engañar a la naturaleza, pero sí podemos ponernos de acuerdo con ella”- (Albert Einstein).