BALZAC, Honoré (1799-1850), es el primer gran novelista que se propone vivir de su oficio. Fecundo y diverso, realista minucioso y exhaustivo, su obra novelesca aparece como un gran fresco en el que da cabida a toda la tipología social de finales de siglo. Pero lejos de ser un esclavo de la realidad y de aplicarse a su fiel reproducción, Balzac es capaz de transfigurar todo este material con su poderosa imaginación y personalidad. Entre sus obras las hay psicológicas, autobiográficas, históricas y filosóficas.

Fue en 1842 cuando Balzac decide poner la suma de sus novelas bajo el epígrafe de La comedia humana, divididas en tres grupos o apartados: estudios de costumbres, estudios filosóficos y estudios analíticos.

De estos tres grupos, el más completo y extenso es el primero, que constituye un vasto inventario social y psicológico, dividido en ‘escena’: de la vida en provincias (Eugenia Grandet, 1833, Las ilusiones perdidas, 1837-1843), de la vida parisina, (El primo Pons, 1846, La prima Bette, 1847, o Esplendores y miserias cortesanas, 1838-1847), de la vida política (Un asunto tenebroso, 1841) o de la vida rural (El médico rural, 1833, El cura de pueblo, 1841) o El lirio en el valle, 1835).

Realismo, naturalismo y “Fin de Siecle” en  Francia. En términos generales, el realismo entraña una concepción de la literatura según la cual el artista, el escritor, no debe tratar de idealizar lo real o dar de él una imagen expurgada.

En Francia sus representantes principales son Honoré Balzac y Gustave Flaubert.

Emilé Zolá fue el padre del naturalismo, según el cual el novelista debe operar sobre los hechos humanos como lo hacen químicos, físicos y fisiológicos en sus respectivos campos de investigación. Los últimos años del siglo XIX contemplaron el desarrollo de movimientos como el decadentismo y el simbolismo.

“En una bandada de blancas palomas, un cuervo negro añade un aumento de belleza como no lo haría el candor de un cisne”. (Giovanni Boccaccio).