Apuntes de bolsillo

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SOSÚA. Dos días es muy poco tiempo para enjuiciar a esta hermosa villa y su encantadora playa. No más llegar nos instalamos en la casa de huéspedes de la señora Socorro Gell, en el centro de Sosúa, calle Alejo Martínez, nombre del médico petromacorisano, excelente caballero y mejor persona, víctima de los últimos días de la dictadura.

Solo cruzar la “Street” – aquí todo es inglés, francés o alemán – está el restaurant bar “Baileys” del austríaco Arnold, confortable instalación sin puertas y atendido, entre otras, por la morenita Mariela, de bellos ojos y franca sonrisa, y Bélgica, la cajera, no menos estilizada y hermosa.

La playa, un remanso de paz en horas tempranas, “vigilada” desde el horizonte por la montaña Isabel de Torres, acariciada por el vaivén rumoroso de las olas, donde el camarero Alfredo dispensa con esmero y simpatía, sus atenciones.

En el bar de Arnold, el austríaco, parecía que habíamos llegado a algún lugar de Europa por la cantidad de personas de tez rosada, que hablaban en diferentes idiomas o se hacían entender.

 Una señora, con un lindo perrito a su lado de nombre Boris, decía: “el no jau jau”, para significar que su Boris a nadie ladraba.

En Kafe Kolao, pequeño negocio de la señora Cinthia, donde se sirve “la Bandera” y otras delicias, una dama comentaba:

“Ya Sosúa no es lo que era; aquí la prostitución callejera recorre sus calles sin que a nadie parece importarle y es una pena”.

¿Y las autoridades?

Bien, gracias…

 

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