Apuntes de bolsillo

<p>Apuntes de bolsillo</p>

JOSÉ E. RODRÍGUEZ HERRERA
Alburquerque, población a 44 kilómetros de Badajoz (España), fue importante enclave -se han encontrado restos prehistóricos y de época romana- y perteneció a los musulmanes, quienes le dieron el nombre de Aba al-Qurq, “país de alcornoques”. En el año 1166, Fernando II la reconquistó para la Cristiandad.

Pero fue don Alonso Sánchez, hijo bastardo del rey portugués con Dionis, quien ordenó la construcción de la fortaleza, impresionante castillo que se levanta sobre una cresta de la sierra de San Pedro, allá por el año 1276. Más tarde, en tiempo de don Hivaro de Luna, se levantó la torre del homenaje, con cinco pisos y un llamativo arco ojival que la une con la torre de los Locos o de los Siete Picos. Precisamente, a la fortaleza se la conoce como castillo de Luna por el largo período de tiempo que este personaje fue su dueño y señor. Durante su mandato, y para evitar que un buen número de tierras cayera en su poder, los infantes de Aragón donaron la zona conocida como “los baldíos de Alburquerque” -unas 42.000 hectáreas- al pueblo, y que hasta hace pocos años han permanecido en manos privadas, pues no fue hasta 1991 cuando la Junta de Extremadura promulgó una ley mediante la que expropiaba las tierras de alrededor, que han pasado ahora a pertenecer a la comunidad.

Españoles y portugueses estuvieron a la gresca durante muchos siglos para ganar el dominio sobre Alburquerque. Y es que éste se encuentra situado sobre un promontorio, en zona fronteriza de gran interés estratégico para ambos bandos.

La villa está dividida en dos partes. Villa Adentro y Villa Afuera. La primera es el barrio medieval, más conocido entre las gentes de allí como “barrio de la Teta Negra”, situado a los pies del castillo. La calle principal que une ambas, es conocida como calle Derecha y está flanqueada por portadas ojivales y otros de tipo renacentista o barroco.

La segunda, Villa Afuera, fue levantada hacia el siglo XV, cuando el pueblo creció y rebasó el recinto amurallado.

El paisaje que rodea la población está salpicado de alcornoques y carboneras para hacer picón. Los piconeros continúan elaborando su producto siguiendo el método antiguo, con grandes montones de leña cubiertos de tierra, en cuyo interior se produce la lenta combustión de la madera.

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