Apuntes de bolsillo

Apuntes de bolsillo

JOSÉ M. RODRÍGUEZ HERRERA
URGELL E INGLADA
(Modesto. Pintor y dramaturgo español, nació en Barcelona (1839-1919). Fue amigo de Fortuny y de Courbe, de París, cuya escuela admiraba. Paisajista y marinista obtuvo las más altas recompensas en exposiciones nacionales y extranjeras, y supo, como pocos, trasladar al lienzo la melancolía de los cementerios y de los lugares abandonados. Uno de sus lienzos más famosos es el titulado ¡Dios mio, que solos se quedan los muertos! En el Museo de Arte Moderno de Madrid.

WATTEAU (Juan Antonio). Pintor francés de origen flamenco (1684-1721). Dirigió la revolución artística contra el pomposo clasicismo de Luis XIV y combinó una imaginación de poeta con un gran poder de aprender y expresar lo real. Es el auténtico representante del siglo XVIII francés y en su arte se encuentran los gérmenes del impresionismo. Es la mejor expresión de la gracia del barroco, la sonrisa de la línea, el alma de la forma, como han dicho calificados críticos. Pintó, principalmente, fiestas campestres y galantes.

PACHECO DEL RIO (Francisco). Pintor y escritor español, nació en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz, 1564- 1654). Aprendió a pintar en Sevilla, donde transcurrió casi toda su existencia; se adscribió rigurosamente a las escuelas renacentistas italianas y sintió veneración excesiva por el dibujo de la escuela florentina y por el colorido de la escuela romana. Su libro titulado Arte de la pintura, escrito en 1638 e impreso en 1649, no es sino una apología de las normas clásicas, que consideraba preceptos inmutables. Sin embargo, como consecuencia de sus viajes, en uno de los cuales conoció al Greco y a Gante, donde recibió lecciones de Lucas de Here, tanto por los consejos de su yerno Velásquez, evolucionó su concepto de la pintura en un sentido naturalista, hasta el punto de figurar como pintor de transición entre las dos tendencias. Su mejor obra de estilo italiano es El Juicio final, en el convento de Santa Isabel, y entre los de orientación naturalista figuran San Sebastián en el lecho y Cristo crucificado, precedente de los de Velásquez y Zurbarán. Pacheco fue la personalidad más revelante de Sevilla y gozó de gran prestigio como pintor, literato y poeta; su casa se convirtió en centro de reunión de personajes eminentes, circunstancia que aprovechó para irlos retratando individualmente, y añadió a cada uno un elogio del modelo, con lo que dejó a la posteridad un tesoro en su libro de descripción de verdaderos retratos. Le cabe también la gloria de haber sido maestro de Velázquez.

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