Apuntes sobre la Cuaresma

Apuntes sobre la Cuaresma

Aún estamos en Cuaresma, tiempo especial de gracia y conversión que conmemora los cuarenta días que pasó nuestro Señor Jesús en el desierto previo a su Pasión, Muerte y Resurrección. Nosotros, sus discípulos, estamos llamados a seguir sus pasos, con Él, por El y para llegar a El.

Contamos con muchos elementos que nos ayudan en nuestro peregrinar.

El primero, la oración personal. Encuentro íntimo, insustituible de cada uno a solas con Jesucristo. El canal por excelencia, el Espíritu Santo: quien nos guía, acompaña y nos conforta. Nos descubrimos tal como somos ante quien más nos ama, pero sobretodo, El se nos descubre de forma especial e indescriptible, llenándonos de su presencia.

La oración comunitaria, no menos importante, está recomendada ampliamente por el mismo Jesús quien nos dice en su palabra que cuando dos o más se reúnen en su nombre, El se encontraría en medio de ellos.

Aquí se cumple mejor el famoso refrán: “La unión hace la fuerza”.

Hemos visto las maravillas del poder de la oración cuando brota del clamor de una red de orantes.

Oraciones especiales como El Rosario que constituye un arma eficaz de intercesión que la Virgen María, Madre de Dios y Madre nuestra nos entrega, no para servirnos de adorno sino para que lo usemos, apelando a su corazón maternal y meditemos con ella los sucesos más importantes en la vida de Jesús en la tierra y que consiguieron la victoria sobre la muerte definitiva.

También señalemos las prácticas tristemente olvidadas por muchos pero que son particularmente queridas por Dios como son el Ayuno, la Limosna y la Penitencia.

¡La Cuaresma es el tiempo idóneo para éstas!

Gracias al maravilloso sacramento de la Reconciliación o Confesión, recibimos el perdón, nos robustece nuestra vida interior, nos santifica y estimula nuestra voluntad a un acto de amor o de arrepentimiento.

Es lamentable el desconocimiento y desprecio de algunos, y aún católicos de este sacramento. Muchos alegan diciendo: “Yo no confieso mis pecados a ningún hombre igual a mí y que puede ser igual o peor que yo.”

Quienes así piensan, ignoran para su desgracia que quien perdona y actúa realmente en este sacramento es Jesucristo a través de ese sacerdote. No importa si dicho sacerdote sea santo o no, lo que importa es que por fe y por la investidura de su sacerdocio sabemos que es Jesús quien nos libera y ayuda con nuestras faltas.

En el libro “La confesión frecuente”, de Benedikt Baur nos abunda sobre el tema y hemos escogido esta frase que nos animemos en este tiempo a este sacramento: “La confesión frecuente no mira sólo hacia atrás, hacia lo que ha sido, hacia las faltas cometidas en el pasado; también mira hacia delante, hacia el porvenir. Aspira también a construir, quiere efectuar un trabajo para el porvenir. Cabalmente, con su frecuencia, aspira al robustecimiento y nueva vida de la voluntad en su lucha por la verdadera virtud cristiana, por la pureza perfecta y la entrega total a Dios”.

Sobre el Ayuno agregamos que en el Evangelio vemos en una ocasión donde Jesús les recomendaba a sus Apóstoles esta práctica para los casos más difíciles!

Sigamos con la Limosna. Nuestro Señor Jesús, considerando lo que queremos los hombres y qué pretendemos cuando guardamos nuestros bienes en la tierra, nos dijo: “Guardadlos en el cielo; confiádmelos a mí”. Por tanto, quien nos mandó dar, no quiso que perdiéramos nada, sino sencillamente que lo cambiáramos de lugar. Es decir, que nuestros bienes van delante al lugar a donde hemos de seguirle nosotros.

Decía San Juan Crisóstomo en un sermón pronunciado hace quince siglos: “Cuando repartes limosnas, das dinero y recibirás cielo. Alejas la pobreza de otros y se te acercarán a tí las riquezas de Dios. Das cosas terrenas y recibirás bienes celestiales.”

Enumeremos las catorce obras de misericordia que nos sugiere la Iglesia. Las corporales: dar de comer al hambriento, dar de beber al que tiene sed, regalar vestidos a los pobres, acoger al peregrino, liberar al cautivo, visitar y cuidar a los enfermos y rogar por los vivos y los muertos. Las espirituales: enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo necesita, corregir al que se equivoca, consolar al triste, perdonar las injurias y sufrir con paciencia las molestias del prójimo.

Finalmente y de forma particular, nos referimos a la Eucaristía, misterio y centro de nuestra Fe.

San Agustín cuando se dirigía a sus feligreses, antes de comulgar, les decía con voz fuerte para que reaccionaran en su indiferencia: Es que no se dan cuenta que es a Dios mismo a quien reciben?

Y es que Jesús es el mismo ayer, hoy y siempre y quiere que todos nos acerquemos a su gran misericordia para que vivamos en su compañía y su gran amor que nos da la paz y felicidad que el mundo con sus placeres fugaces y falaces es incapaz de llenarnos.

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