Trastienda del mundo

Trastienda del mundo

Aquel poeta intentaba salirse del mundo; el horror del abuso político, la maldad de los que predican el bien, le habían socavado la fe en los hombres y en las instituciones sociales. Ante la imposibilidad de “salir del mundo”, optó por vivir en la “trastienda del mundo”. Le ocurrió como a cierto joven que, decepcionado y entristecido porque su novia le abandonó, se refugió en los peores burdeles de la ciudad. En aquellos lugares encontró más traiciones, envilecimiento y aberraciones, que las que pudo imaginar hubiese en los barrios donde vivía su noviecita. El poeta comenzó a tener relaciones con personas tormentosas, de difícil trato, casi todas ellas “contestatarias”.

Conoció adictos a las drogas, bebedores consuetudinarios de ron, maniáticos de la pornografía, chulos y celestinos. También entabló amistad con individuos de gran talento e inteligencia, de vida desordenada, para quienes hijos y mujeres no merecían atención cuidadosa. Arte pictórico, poesía, literatura, eran ejes de las vidas de la mayor parte de sus nuevos amigos, algunos de ellos verdaderos maestros en sus oficios artísticos. A través de estos sujetos, tan notables como extravagantes, tuvo el poeta varias versiones acerca de la humanidad. Y fue pasando por el cedazo riguroso de su alma sensible un montón de opiniones radicales. Vivía y “pernoctaba” en la trastienda del mundo.
Así como hay un atrio del mundo, un “lobby” abierto para todos los que llegan, existe una “trastienda”, oculta a las miradas de la mayoría de las personas. Sólo después de haber conocido ambos lugares, es posible hacer el “balance final” sobre la conducta de hombres y mujeres. Lentamente, el poeta comprendió que todo tiene dos caras, anverso y reverso. Que hasta las cosas horribles presentan un lado positivo; viendo la muerte, aprendemos a vivir.
Así, llegó a contemplar los objetos con miradas dobles, esto es, con ojos poéticos. Oyó historias sobre las vidas de Verlaine y Rimbaud; leyó, asombrado, los versos Baudelaire. Hasta el mal puede dar flores, le decían sus amigos. Años después, el aprendiz de poeta supo de la existencia de un tal San Juan de la Cruz, fraile de Ávila enredado con múltiples entrevisiones de Dios. Entró al fin en la “noche obscura del alma” y, plenamente, en su oficio.

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