Aquella canción en la voz de Pedro Infante

Aquella canción en la voz de Pedro Infante

De repente, salida de la nada -“out of the blue”, como se dice en ese inglés imperial que no nos da tregua- de repente, repito, me resuena en el recuerdo la voz dulce y varonil del  cantante y actor cinematográfico mexicano Pedro Infante (1917-1957), envolviéndonos en su canción “Cien años”. El texto dice: “Pasaste a mi lado con gran indiferencia/ tus ojos ni siquiera voltearon hacia mí/ Te vi sin que me vieras, te hablé sin que me oyeras/ y toda mi amargura se ahogó dentro de m픅 Luego dice que sin embargo “si vivo cien años, cien años pienso en ti”.

   Es que… resulta que nuestros gobiernos pasan a nuestro lado con gran indiferencia, sus ojos ni siquiera se vuelven hacia nosotros, los vemos sin que nos vean, les hablamos sin que nos oigan y nos ahoga la amargura. Es decir, que todo cuanto expresa esta canción   se nos aplica: Hasta agotar la vida –cien años si los vivimos- soñando con un cambio favorable. Un ordenamiento que no sea tiránico e impío, una justicia social que establezca una diferencia con valores humanos entre quienes lo tienen todo y quienes no tienen nada, teniéndose en cuenta que la pobreza no puede ser erradicada sino menguada y que los gobiernos –que son administradores del dinero del pueblo- deben asegurar un mínimo de protección a los indigentes y a los ciudadanos que, deseosos de trabajar y producir desde sus elementales niveles educativos o desde esforzados planos de educación, que no son tomados en cuenta.

   La pobreza, en general y en sus múltiples facetas, no se puede erradicar. Siempre habrá, como ha habido, ricos y pobres, débiles y fuertes, triunfadores y fracasados, ganadores y perdedores. Pero es posible, justo y necesario, “verdaderamente digno y justo, equitativo y saludable” como reza el Prefacio de la Misa (Vere dignum et justum est, æquum et salutare) que se aniquile la extrema pobreza, la carencia asfixiante.

   Y es posible.

   Sólo falta educar la conciencia, la compasión… alcanzar el nivel que se supone en quien se precia de ser Humano. Y es que no todas las criaturas que caminan apoyados en los pies, manejan brazos, manos y dedos con cierta destreza y supuestamente albergan un cerebro dentro del cráneo, merecen ser considerados Humanos. Son humanoides.

   Cierto agudo violinista de la Sinfónica Nacional Dominicana me decía, en mis años mozos (puedo mencionar su nombre, Eugenio Geraldino) que mi error conductual radicaba en no entender que mucha gente era simplemente “casi humana” y que no alcanzaban tan elevada condición ya que “Ser Humano” era un título de logros, un diploma de éxito en la comprensión posible  de la Creación. Mi brillante amigo aceptaba con instantánea actitud las pequeñeces malignas de cualquiera y las perdonaba de corazón: -Jacinto, es que este es casi humano, el pobre!

   Eso está bien. Pero cabe esperar que quienes nos gobiernen no sean “casi humanos” sino personas que aunque se enriquezcan monumentalmente como es tradición multisecular, tengan compasión por los débiles, y los ayuden.

   No esperamos alcanzar los cien años de Infante, pero mientras andurreemos por aquí, mantenemos viva la lánguida luz de una esperanza.

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