Aquella mañana que se vistió de blanco para rendir honor a un nuevo mandatario

Aquella mañana que se vistió de blanco para rendir honor a un nuevo mandatario

El estruendo del  primer cañonazo de las 9:15 de la mañana alborotó a las palomas que habitan en el edificio del Congreso Nacional. Las aves, asustadas y desorientadas por el inusual ruido, volaron en bandadas en diferentes direcciones, posándose en  edificaciones cercanas.  Al rato retornaron a su hábitat.

Antes de llegar el presidente Danilo Medina a la sede del Congreso Nacional,  los invitados  a la toma de posesión desfilaron hacia el salón de la Asamblea Nacional, entre ellos 14 gobernantes, representantes de 53 naciones,  de organismos internacionales, diplomáticos, delegados del Gobierno de Estados Unidos, funcionarios del Gobierno, diputados, senadores, representantes de la Iglesia Católica y una batería de periodistas, fotógrafos y camarógrafos que lograron acreditarse para el memorable acto.

Trajes blancos, corbatas negras, los hombres.  Las mujeres de blanco, con un notable derroche de maquillaje.  Es el vestuario que exige el protocolo para la ocasión.  Los mandatarios extranjeros eran escoltados por edecanes militares que los conducían hasta el salón de la Asamblea Nacional. Un cordón militar vigilaba celosamente cada movimiento en el área. El acceso a la explanada frontal del Congreso Nacional estuvo limitado a las personas acreditadas.   Pequeños grupos de comensales, que llevaron gorras moradas y distintivos  del partido de Gobierno, se quedaron fuera de la zona restringida.  Las “trabajadoras sexuales” que merodean en los alrededores de “la bolita del mundo” y edificios cercanos “espantaron la mula”. Nadie les vio el pelo hasta el atardecer de ayer, después que finalizó la toma de posesión.

Los buscavidas y pedigüeños que habitualmente merodean cerca de Congreso para “picar” a los legisladores,  se esfumaron como por arte de magia. Solo un hombre de tez oscura, con traje negro y una Biblia en la mano, se pasó toda la mañana pidiéndole a gritos a “Dios Todopoderoso que ayude e ilumine al presidente Danilo Medina”.

La comidilla de la mañana era las diferencias internas entre los diputados del PRD. Se rumoró que arriba, en el bloque perredeísta, se cocinaba un conflicto interno  bien sazonado de discordia, intolerancia y  malquerencias entre “miguelistas” e “hipolitistas”. Pero la sangre no llegó al río. El calor sofocaba. Los militares de servicio, estáticos, sudaban la gota gorda y cumplían estoicamente sus responsabilidades. Los invitados seguían llegando, departiendo ademanes y saludos.

Eka Tkeshalashivili,  primera ministra de Georgia; Raúl Izaguirre, embajador de Estados Unidos en el país; Wesley Momo Johnson, exvicepresidente de Liberia y embajador ante el Reino Unido;  Abel Coehlo de Mendoca, embajador de Nigeria;   Olatokundoh Kamson, embajador del alto comisionado de Nigeria; el príncipe de Asturias, Felipe de Borbón, y el  vicepresidente de Taiwán Wu Den-yih, entre otros, saludaron y siguieron su ruta hasta  la Asamblea Nacional. Michel Joseph Martelly,  escoltado por militares, cruzó sonriente en medio de una batería de periodistas. “¡Señor Martelly, señor Martelly, una pregunta, por favor”. El mandatario haitiano sonrió nuevamente y siguió su camino. Igualmente, el presidente Porfirio Lobo Sosa llegó con una sonrisa, saludó y ocupó  su asiento.

El sueño dorado. Danilo Medina, el hombre del  momento, el más esperado, el que todos querían ver, saludar, recibir una sonrisa fugaz, una  mirada de reojo, un ademán amistoso, llegó a las 10:00 de la mañana, puntual, sin ruidos ni sirenas.  Lo acompañaron  su esposa Candy Montilla y sus tres hijas: Sibely, Vanessa y Ana Paula, quienes no le perdían “ni pié ni pasᔠhasta que ocuparon sus respectivos asientos en el  salón de la Asamblea Nacional.

 Danilo Medina, vestido de blanco, corbata negra, bajó del vehículo, departió un saludo colectivo y avanzó al salón de la Asamblea Nacional.

Una periodista extranjera  levantó la voz: “¡presidente Danilo, Presidente, una preguntita, por favor!  Medina dibujó una leve sonrisa,  saludó con un leve ademán y siguió caminando.

El trayecto a donde iba era conocido. Había estado allí en varias ocasiones.  Medina fue diputado en 1986, 1990 y 1994. Fue vocero del partido que lo llevó al poder y presidió la Cámara de Diputados en la legislatura del 94, cuando el PLD apenas tenía una matrícula de 12,000   miembros.

Leonel  Fernández y Margarita Cedeño llegaron  15 minutos más tarde que Medina y su familia.  Cuando bajaron del vehículo presidencial, Fernández saludó  a varias personas y avanzó. Apenas sonrió, contrario  a su  esposa que mostraba una sonrisa franca, abierta, “de oreja a oreja”. La Vicepresidenta no ocultó la conmoción afectiva de carácter intenso que la embargaba.

Nueva vez, las palomas que habitan el Congreso Nacional se alteraron con la salva de 21 cañonazos  y los toques de corneta.  Cuando concluyeron los honores militares a Fernández, un intenso olor a pólvora se expandió en el área.

“Los últimos honores militares que recibirá Leonel Fernández”, comentó un camarógrafo. Inmediatamente, un funcionario de segunda categoría replicó: “¡Anjá, entonces tú quieres decir que el Presidente se va a morir?”. Su pregunta quedó sin respuesta.

Ya juramentado, Medina inició su discurso a las 11:11 a.m.  y concluyó a las 12:29  p.m. Luego recibió  aplausos y felicitaciones, los mejores augurios,  abrazos, palmadas en la espalda y una frase repetida: “¡Presidente, no se olvide de mí!”.

Rabia de la prensa; las acreditaciones

 Muchos periodistas de medios nacionales  y extranjeros no recibieron su acreditación a tiempo y eso limitó su trabajo. Cuando se requería una explicación,  la responsabilidad entre el equipo del Senado de la República rebotaba de empleado en empleado y nadie se hizo responsable de la situación.

“Vaya donde  Adalgiza Sánchez. Ella tiene su credencial”. Pero Adalgiza remitía a los indignados  miembros de la prensa a otra persona, Pedro Ángel Martínez, director de Prensa del Senado.

Nelson Guillén, periodista y diputado oficialista, observó el disgusto. Llamó a alguien por teléfono y le comunicó: “Oye, hay un problema con las credenciales de los periodistas. Hay que resolver eso”.

Al rato apareció Jéssica Ferrer, una joven con ojos intensamente verdes.  Escuchó la queja de los periodistas que insistían en el documento. “Bueno, el que sabe de eso es el general  Sarita. El puede autorizar que ustedes entren”. Nadie lo conocía.

“Esto es un absurdo. Yo solicité mi acreditación hace un mes y debo estar en el salón de la Asamblea Nacional. Esto no debe ocurrir en un país que se dice civilizado”,  se quejó un camarógrafo de un medio independiente de Estados Unidos.

Finalmente,  ningún empleado del Senado  de la República se responsabilizó del problema. Los periodistas perjudicados, como de costumbre, se tragaron su rabia y cumplieron con el sagrado deber de informar lo que aconteció en la toma de posesión del presidente Danilo Medina y la vicepresidenta Margarita Cedeño.

Publicaciones Relacionadas

Más leídas