Aquellas viudas

Aquellas viudas

En el dramático escenario de la llamada transición democrática, las calles del país se atiborraron de sangre y sus mejores hijos fueron asesinados en una lucha desigual. Cientos de huérfanos, dolor ante la desaparición de seres queridos y la construcción de un referente singular, capaz de retratar la continuidad de una lucha que con la muerte del esposo debía seguir con mayor impulso y abnegación. Así la viudez hizo de la ausencia del ser querido un compromiso inquebrantable.

En ese interregno 1966-1978, vestidas de negro visitaban las cárceles del país, organizaban huelgas de hambre, militaban en los partidos de oposición y su respetabilidad alcanzó niveles superiores porque nunca se tranzaron, y mejor aún, nadie conoce de un acuerdo, arreglo, pacto y entendimiento para negociar las cuotas de sangre de sus esposos. En ese ambiente toda era solidaridad. No obstante, el drama de la orfandad nunca disminuyó el cariño de los que, por sobrevivir, trasladaron sus afectos a los hijos e hijas de los muertos. Nunca nos faltó la educación, los libros para el año escolar, los tenis para practicar deportes y las clases de idiomas que adicionaban una nueva herramienta al conocimiento. Viudas sin llegar a los treinta, hicieron de la formación de sus hijos la meta revolucionaria. Y hoy, los veo profesionales de excepcional preparación, padres y madres ejemplares que en el nuevo ciclo de sus vidas, no militan con la intensidad de sus progenitores porque en el fondo saben que los ajetreos políticos imposibilitaron una larga relación con el ser querido asesinado por los excesos de la intolerancia reinante.

Aquellas viudas no traficaron con el dolor, militaron sin recibir pagos indecorosos, jamás orquestaron fundaciones para que el presupuesto nacional sirviera de anestésico a su dolor, sus apellidos no conocían la nómina congresual ni municipal para saldar gastos de un estatus perfumado. Esa es la respetabilidad que mantiene tranquila la memoria del ser que, ido a destiempo, no ha podido ser asesinado dos veces.

Como los lazos de cariño se mantienen, con frecuencia nos encontramos y siguen como el primer día. Siempre dispuestas, enérgicas, con la pasión que el paso de los años no doblega y presumo que si existe una dosis de amargura, es como resultado de aquellos esfuerzos donde las ideas provocaban un modelo de militancia capaz de hacer posible tocar el cielo con las manos, no terminan en traducirse en una opción de poder.

En el registro de mi conciencia esos referentes obligan a los paralelismos entre un pasado orgulloso y el presente vergonzante.

En esencia, los que tienen la condición de hijos, esposas y familiares de hombres y mujeres de excepción no deben calcarlos, pero sí desarrollar un precisa idea de no llenar de escarnio la honra del que generó los niveles de respetabilidad. Por eso, el cuidado y los limites para incurrir en reconocidos excesos que el silencio cómplice no logra ocultar.

Aquellas viudas eran otra cosa. Así de sencillas, siempre listas, en medio de una austeridad honorable porque hacer de sus maridos y del sacrificio un altar para rentabilizarse constituía una vergüenza.

En ellas, a todas, debido a que las no alcanzaron la notoriedad, también mantuvieron la dignidad necesaria, al siempre resistirse, de transitar el camino de negociar con la honra del marido asesinado y la del líder que no completó su obra política.

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