MARLENE LLUBERES
Por qué me pasan estas cosas? ¿Por qué no actué diferente? Y si yo hubiese.
Son algunos de los cuestionamientos y conclusiones que, refiriéndonos a determinada área de nuestras vidas, se repiten una y otra vez en nuestros pensamientos, de forma tan intensa que impiden percibir, de manera correcta, lo que está sucediendo en medio nuestro.
Existe en nuestro interior, en muchas ocasiones, un reclamo que nos atormenta: el por qué no lo hicimos diferente, para que nuestro presente también lo fuese. Miramos atrás, entendiendo que tuvimos oportunidades que no valoramos, que tomamos decisiones erradas y que, por acción u omisión, hoy, sufrimos irreparables consecuencias.
El lamento constante por lo ya vivido, las heridas recibidas que permanecen abiertas y el considerar que la vida fuese mucho mejor, si hubiésemos actuado de otra forma, nos hacen divagar en el desierto e ignorar los manantiales de agua que fluyen a nuestro alrededor.
Sin embargo, si meditáramos en los diversos hechos que nos han acontecido, tratando de preservar en nuestro corazón la enseñanza aprendida y viéramos el presente como la oportunidad precisa para hacer, de cada día, un día especial, nos sentiríamos totalmente diferentes.
Es entender que, a pesar de todo, aún hay esperanza, que no nos sentiremos olvidados para siempre porque las bendiciones de Dios nunca serán cortadas.
Todos los días que nos fueron dados fueron escritos cuando no existía ni uno solo de ellos, lo que nos lleva a asegurar que nuestro Creador diseñó un plan perfecto, el cual no se detendrá, aunque seamos débiles y consideremos que hemos fracasado, siempre que, abriendo nuestros labios, reconozcamos que Dios es el Señor, aquel que envió a su hijo a morir en una cruz para que, hoy, pudiésemos tener libre acceso al Padre.
No es de sabios considerar el tiempo pasado mejor que el presente, no es de inteligentes traer a memoria las cosas antiguas, cuando Dios nos ha puesto delante un futuro y una esperanza.
Aquello que fue, ya es; y lo que ha de ser, fue ya; y Dios restaura lo que pasó.
Dejemos a un lado las frustraciones e inconformidades, pidámosle a Dios que nos llene de su amor, del ánimo, del gozo y el anhelo de ser bendecidos y permitamos que Él haga su sueño realidad. Que sea nuestra visión primera el poder serle útil, el unirnos a su propósito para que nuestra vida tenga real sentido.
Es el Señor quien restaura todo nuestro ser, a pesar de nuestros errores y equivocaciones, es Él quien hace de cada amanecer un principio de días.
Determinémonos a decir sí a nuestra realidad, a buscar en Dios la paz, pidiéndole que vende nuestras heridas y coloque en nosotros la necesidad de perdonar a quienes entendemos causantes de nuestro dolor: a ellos, y a nosotros.