Aquellos hombres de antaño

Aquellos hombres de antaño

Recién partió en el extraño viaje que nos aguarda a todos, Bebecito Martínez. Al igual que mi padre, que también se  llamaba Bienvenido, Bebé dejó este plano terrenal –aunque resulte extraño– “cuando le dio la gana”. Bebecito a los cien años y mi padre a los ochentaidós, el día de su cumpleaños.

   No lo traté yo tanto como hubiese deseado y el austero y temperamental ingeniero mostraba desear. No tenía tiempo libre en sus años extensos de trabajo febril, en los cuales no admitía manejos turbios y sus ingresos procedían de una enormidad de trabajos importantes que están ahí, de pie. Después, acabada la Era, modificada la crueldad contra el pueblo, lo que se construye ha de vivirse reparando porque los controles estatales… no es que no funcionen… funcionan muy bien para beneficio de un grupo de súbitos súpermillonarios producto de la permisividad al latrocinio, que todavía andan por ahí, insultando con riquezas mal habidas, protegidos por ciertas altas autoridades gubernamentales y por espléndidamente  pagadas voces mentirosas arrellanadas en un lujo delincuencial que nunca soñaron.

   Aquellos hombres de antaño, que no vendían su honestidad, parecen haber desaparecido.

Hay que comprender que Trujillo constituyó un fenómeno mayormente positivo en su tiempo inicial, como lo fueron Hitler o Mussolini en momentos de decaimientos nacionales. ¿Cuál dominicano honesto no habría de preferir el ordenamiento drástico e inconcesivo del ‘Jefe’ de esos años iniciales, (aunque ya manchados de sangre) al desorden político que teníamos y que lucía incorregible? Multitud de “generales” de montonera “buscaban lo suyo”: unas veces los ingresos en puertos de exportación, otras el control de fincas y diversos negocios que manejaban con actitud de “gente seria”, bajo el amparo de frondosos bigotes y rostros adustos.

Hoy la población se escandaliza e indigna con quienes sirvieron –aún positiva y decentemente- el régimen trujillista, antes de que éste enloqueciera bajo el peso envenenado de la descomunal adulación.

   ¿No recuerda la gente que en un simple período presidencial ya levantaron una estatua ecuestre del presidente Hipólito Mejía cabalgando a Pegaso, el caballo alado que nació de la sangre de Medusa, según la mitología griega? ¿No se ha querido endiosar al ex presidente Fernández?

   ¿Por qué? Beneficios que, en el mundo de la electrónica, son instantáneos.

Pero hubo otros hombres que nunca vendieron sus convicciones, entre ellos mi padre, que como periodista y soñador al fin, opinaba: “Aquí hace falta mano dura”.

Ahora, como cuando los generales díscolos de Trujillo en 1930, sobran los ladrones y los generales de nueva montonera, que se conforman con yipetas, villas y residencias pagadas por los contribuyentes, por las tarjetas astronómicas que cubrimos sin saberlo.

Vale, a la partida de Bebecito Martínez, hablar de los hombres honestos –de aquel y de este período– que los hubo y los hay.

Gente que trabajó –y tal vez trabaja– en el terreno pulcro de la decencia y la honestidad.

No tengo que desearle Paz a sus restos.

Estoy seguro de que la tiene.

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