Aquí, filosofando sobre pillos y salteadores

Aquí, filosofando sobre pillos y salteadores

Secuencia de escenas: El cura  en su carreta se encuentra con unos bandoleros; el cura convenciendo al jefe de los asaltantes, que se arrepienta de sus fechorías; el bandido llorando, el cura consolándolo;  finalmente, el cura caminando a pie por un largo sendero de las Pampas: los bandoleros le quitaron la carreta. Recuerda el poema de Darío, “Los motivos del Lobo”, que no pudo congeniar con los humanos, por ser lobo aquel y ser estos malos. También suele haber maldad en la naturaleza de las cosas.

En nuestra carne, en la cultura, que sana o perversa, es nuestra segunda naturaleza. Cada loco tiene su tema, cada sistema, “su lógica”, sus propias leyes de funcionamiento, sus “imperativos funcionales”. Como el lobo está determinado a ser lobo, una empresa está determinada a procurar ganancias, el mercado, tiene su oferta y demanda,  sus monopolios y sus trampas. Todo grupo humano tiende a la supervivencia, y nadie al suicidio, mucho menos las clases dominantes. La globalización capitalista neoliberal, ni los países desarrollados de occidente se acogerán a ninguna ley o principio, internacional, legal, ético o religioso, que ponga en peligro su supervivencia.

Con todo y los privilegios y las conveniencias a que ellos están acostumbrados y dan sobreentendidos. Nunca se detendrá un trasatlántico porque una piragua se encuentra en su camino, ni hará un viraje  forzoso un camión, porque se le atraviesa un chivo o una gallina. No siempre los corazones “cristianos” de los que dirigen están dispuestos para sutilezas sociales y exquisiteces espirituales. Nada puede ser más desalmado que una empresa transnacional, excepto, acaso y solamente, sus subalternos, comisarios, procónsules y capataces,  que suelen ser peores. Pero en el corazón de una gran empresa, como en el de una gran nación, tan solo hay, como decía el poeta amigo, escribiendo de su computadora: “un frío corazón de transistores”; un programa de supervivencia de los intereses creados, de metas organizacionales, o simplemente, los objetivos de los administradores de turno, que sólo piensan en las ganancias y sus bonificaciones de cortísimo plazo. Todos ellos muy dispuestos a patrocinar guerras para asegurar los suministros y los precios del petróleo.

Contra ese tipo de imperativo no hay legalismo, humanitarismo ni ambientalismo que valga. No les inspira respeto la Biblia, mucho menos el Corán. En el terreno doméstico, día a día, los asaltantes y los pillos de los partidos y los negocios públicos, se reparten el erario y los cargos como botín. Obedecen a las “leyes naturales”, inexorables, de la política, del clientelismo y del gansterismo. Contra las cuales ejercemos, apenas, el derecho a “buscárnoslas”, a patalear y hasta a filosofar algunas tardes. Desacostumbrados, como estamos,  a enfrentar los problemas, y buscar ayuda de Dios.

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