«Aquí nadie se rinde»

«Aquí nadie se rinde»

Quizás rememorando la valiente exclamación de Cambrone en Waterloo, Juan Almeida lanzó el desafiante grito «Aquí nadie se rinde» en el desastre de Alegría de Pio, cuando Fidel Castro inició, en la Sierra Maestra, la guerra contra el dictador Fulgencio Batista y los revolucionarios fueron emboscados con el resultado fatal de diezmar la tropa invasora.

Momento difícil para la hueste de Castro. De los ochenta y dos hombres que desembarcaron en el Granma el 2 de diciembre de 1956, sólo sobrevivieron dieciséis entre ellos Fidel su jefe.

Bajo una lluvia de balas retrocedieron ante el ataque destructor. Si muchos se hubieran batido escuchando la voz de Almeida «Aquí nadie se rinde» no habrían experimentado la tragedia de caer prisioneros y luego fusilados sin contemplación alguna.

Los que quedaron estaban dispuestos a seguir recordando persistentemente el grito de Almeida, grito de coraje y altivez y que los unía en un sólo propósito de imponer su amor por Cuba.

En tan precarias condiciones dominaba a los dispersos hombres un espíritu elevado de seguir combatiendo al ejército de Batista. El talento directriz de aquella lucha, Fidel Castro, nunca perdió la fe. Estaba seguro que, a pesar del revés inicial, llegaría al triunfo definitivo. Así se lo hizo saber a Universo Sánchez, un campesino de la Sierra y a Faustino Pérez, un reconocido médico en La Habana, cuando se encontró con ellos al deslizarse con cuidado dentro de un bajo cañaveral hasta que estuvo «completamente cubierto por una espesa capa de hojas».

Sintiendo las pisadas cercanas de las milicias batistianas, Fidel permaneció inmóvil pero con el fusil a nivel de su cuerpo y como el índice de la mano derecha en el gatillo.

Pasadas las horas en esas condiciones, comunicó a sus compañeros que ya la primera parte del triunfo se había realizado (lo miraron sorprendidos) y en voz baja comenzó a elaborar un plan para llegar a la Sierra Maestra y organizar su ejército. Sólo una voluntad de hierro y una convicción a toda prueba podían concebir el triunfo en las dificultades que afrontaban.

Retirada las tropas de Batista de Alegría de Pio, los expedicionarios pudieron marchar por rumbo a la Sierra Maestra, específicamente e la granja de Mongo Pérez, quien era partidario de Castro y lo ayudó enormemente a facilitarle su instalación en aquel lugar.

Mongo Pérez era hermano de Crescencio Pérez, quien con sus numerosos hijos había estado día y días buscando a Castro para protegerlo de las tropas de Batista. Al fin lo encontró y lo guió.

El historiador Huch Thomas no aprecia a Fidel Castro en muchos puntos de su libra «Cuba la lucha por la Libertad». De Crescencio Pérez apunta: «es curioso encontrar después a Crescencio Pérez convertido en uno de los padres fundadores de la revolución triunfante, pues más que un fundador era un bandido, un criminal común acusado de asesinato y que, según se decía, tenía ochenta hijos ilegítimos a lo largo y ancho de la Sierra Maestra».

Después de reagruparse los fidelistas, gracias al empeño de Crescencio Pérez, Fidel con su elocuencia que le era característica, como si estuviera hablando en un mitin político en La Habana, les aseguró que habían triunfado en la primera etapa de aquella guerra y que no tenía la menor duda de que a la larga la victoria sería suya… Todos quedaron convencidos por las vibrantes palabras de Castro.,

Más tarde, los acontecimientos le dieron la razón: Fidel Castro triunfó definitivamente y lanzó su gran Revolución en enero de 1959 y la que perdura en todo su esplendor hasta nuestros días.

Frente a la amenaza continua de los norteamericanos empeñados, de nuevo, en la destrucción del Estado creado por Fidel Castro en Cuba, se está resucitando la consigna «(Aquí nadie se rinde!» tomada del desafiante grito de Juan Almeida en el desastre de Alegría de Pio.

Una consigna, quizás, rememorando la valiente exclamación de Cambrone en Waterloo:

«(Mierda, la Guardia Imperial muere pero no se rinde!».

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