Aquí somos así

Aquí somos así

EMMANUEL RAMOS MESSINA
Basta aguzar el oído para comprobar que aquí los asuntos públicos monopolizan la atención general y es común escuchar opiniones fanatizadas contra ciertos ciudadanos que unos consideran dioses, o semi-dioses o demonios. Poco tiempo después ocurre que a uno de ellos le toca el «privilegio» del banquillo de los acusados, aunque después todo lo cubra un espeso velo de olvido.

Sí, esos dioses o demonios públicos, siempre tienen sus fanáticos, pues el fanatismo, según Le Bon en su «Psicología de las Multitudes», es básicamente una religión repleta de devotos. Cabe pues preguntar: ¿es acaso la política una enfermedad grave de nuestra sociedad, o es un hecho santo y beatificante?

Según unos, es una enfermedad y se debe desde siglos a la baja calidad moral y ética del dominicano. Así opinaron José Ramón López, Américo Lugo, Incháustegui Cabral, Moscoso Puello y Antonio Zaglul. Pero estos ilustres autores no están presentes hoy para ver al dominicano del internet, del fast food, de la discoteca, del colmadón, del ajuste de cuentas, de la jeepeta entintada, del motoconcho y del reggaeton.

Antes se concluía que la enfermedad política era la evidencia, el síntoma, de una descomposición que venía de abajo, de lo profundo del cuerpo social. Así Ortega y Gasset, en la «España Invertebrada», sostiene que «cuando lo que está mal en el país es únicamente la política, puede decirse que nada está mal». Que «el daño no está tanto en la política como en la sociedad misma, en su corazón y su cabeza»… que si los males políticos son la única enfermedad social, éstas se podrían curar con unas cuantas pedradas, con una pastoral, un padre nuestro y una aspirina. Ortega, como ya vimos, opina que los males políticos son reflejo de algo peor si provienen de una podredumbre, sobre todo cuando se hacen burlas públicas a la virtud y se enaltecen los vicios… y agrega: «peor que tener una enfermedad es ser una enfermedad. Que una sociedad no sea una sociedad es mucho más grave».

No hay duda de la influencia en Ortega del pesimismo reinante bajo las ideas de Heedigger, Schopenhauer y Sartre.

Quizás esa tesis pesimista haya influenciado el intelecto dominicano del siglo pasado, que basándose en sus impresiones personales, vieron al hombre dominicano que los rodeaba, (un enfermo), con sus vicios, machismos, su ron, su revólver, sus trampas, su irresponsabilidad paterna y otras lacras, y a dos clases sociales opuestas, cerradas para siempre con candado, viviendo aisladas y alejadas, enclaustradas en un país, en un condominio insular de dos pisos sociales. En el piso de arriba los elegidos disfrutan de bienes abundantes, en el de abajo la chusma se come, sin «compaña», su triste destino. Era el concepto platónico del vicio como enfermedad social.

La visión pesimista del dominicano desde años, ha caído como una sombra negra sobre el país, hasta el punto de que algunos, con Nietzsche y otros, proclaman o la muerte de Dios o su sordera, o que El está escondido o que el mal se lo comió. Pero hoy día, el cielo parece despejarse, los nubarrones tienden a desaparecer. ¿Es acaso que Dios está vivo, o que resucitó, o que ha decidido salir de su escondite..? Esperemos, con la idea de que la historia divina no ha concluido; recemos con optimismo, porque a lo mejor al fin de la oración y del rosario aparece de nuevo la luz recién lavada, prístina y esperanzadora, que anuncia el fin de una era del pesimismo y de las lágrimas.

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