¡Aquí, yo hago lo que me da la gana!

¡Aquí, yo hago lo que me da la gana!

Píndaro, mi amigo, me recuerda que es uno de tantos dominicanos, y eso le permite proyectar aquellas cosas que a nadie les gusta mencionar, pero que alguien, en este caso él, alguna vez tiene que hacerlo. Al pensar que es uno de tantos, se reviste de una ropa distinta cada vez, porque así le ha formado el sistema y así se siente mejor. Piensa que tiene todo el derecho del mundo a faltarle el respeto, empezando por la gente de su casa, a todo el que se le ponga por delante, porque es el que es.

Hace mucho, en la escuelita, Él oyó a uno de sus compañeros decir que, como en su casa su papá voceaba desde que entraba, él tenía que copiarlo porque, si él lo hacía, estaba poniendo en alto a su familia. Es más, si él no lo copiaba no era del grupo. Y, todavía hoy, para ser del grupo tiene que mantener ese especial y falso espíritu de grupo porque, si no, es un pendejo.

Ayer, en la reunión con sus panas en la esquina de la cuadra, Rafelito, hermano de Píndaro, por poco le suelta una galleta a Manolito porque estaba defendiendo a su primo Juanito, el policía; no le importó que estuviera insultando e irrespetando a la autoridad; tenía todo el derecho a hacer lo que le daba la gana y Rafaelito, por supuesto, sentía que tenía el mismo derecho y casi se lanza a iniciar una garata con puños.

Una noche luego de ese encuentro callejero, Rafelito se fue al cine y ¡ahí fue que se dio gusto! Entró y “voció” lo que le dio la “mardita” gana… y, nadie le pudo decir nada, porque así es él, si no, su “tabanᔠse la llevaban. Le tiró cocaleca a la cabeza de cualquiera que entendió lo merecía. Cuando terminó la película, no recuerda haber entendido mucho de ella pero, como le dijeron que era buena, le confesó a Píndaro que fue buenísima. Cuando salieron del cine, arrancaron en el carro y, como nadie les podía ver porque tenían el último tinte en sus vidrios, se dieron el gustazo de cruzar cada semáforo de la Lincoln en rojo porque nadie les iba a parar, ni les iba a identificar. Total, ellos aseguran a voces que “tan pegao”.

Por lo que me ha dicho Píndaro, él está convencido que su problema y el de muchos de sus amigos, es que se mantienen viviendo en un Nueva York “chiquito”… y, no acaban de crecer. Él recuerda que, hace un mes, fue a ver a su hermana en Brooklyn y, después, se fue a Lawrence y, al salir del aeropuerto Kennedy, su propia hermana, en confianza, le soltó el guía del carro. ¡Carajo, qué gustazo! dice que sintió, porque manejó como un rey; se paró en todas las luces rojas porque “allá no se va la luz” y porque no era él que iba a pasar la vergüenza de que, acabando de llegar a “los países”, le metieran una multa. No le pasó a ningún carro hasta llegar, y manejó “como la gente”.

Es más, dice que le felicitaron porque el papel de la funda de la hamburguesa y la cajita de las papitas, que se compró y comió en el camino, las guardó para botarlas en el zafacón del apartamento de su hermana. Si no lo hacía, “hasta un carajito de la calle me iba a llamar sucio y me iba a meter un boche”, asegura.

Píndaro refiere, que tiene que confesarnos que está convencido de que su problema es que cuando llega a “los nuevayores” se siente “grande” y, “se obliga a sí mismo a “pensar en grande”. Porque total, en su país “le hacen pensar en chiquito” y “a ser chiquito”, y casi nunca está tranquilo porque siempre le llevan la luz y porque “sólo a un grupito “que manda”, muchos de ellos sin moral para serlo, le es permitido ser grande”.

Me comentó que ojalá le ayudaran a arreglar eso, porque le da pena pensar que tenga que volver pa’tras, después de estar donde su hermana y “portarse en grande”. Dice que, después de todo, si le llevan a respetar, “como lo hace en los países”, desde que llega hasta que se va, seguro que se pone en cintura y cumple. Él nos ha dicho que es “un rosca izquierda, a quien nada más le tienen que empujar y, aunque no quiera, lo hace”. Y agrega que “si desde arriba no me faltan el respeto, y no me siguen enseñando a hacer lo que me da la gana, lo acepto, los copio y por tanto mejoro”.

Mientras tanto, se jacta diciendo: ¡Aquí, yo hago lo que me da la gana!

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