Aquiles Azar Billini en Cap Cana

Aquiles Azar Billini en Cap Cana

No hay tal vez un discurso pictórico más personal y arduo que la abstracción. Es pura pasión y pura creación, sin el soporte de objetos y signos identificables: el poder de comunicación depende totalmente de su autor. Este debe poseer un dominio intrínseco de plano, forma, movimiento, con un camino cromático a la vez discrecional, experimental y coherente.

Aquiles Azar Billini, desde hace años, se ha adueñado de una efusión, dictada por su mente y su mano, desvinculada de lo real observable: esta, hoy, lo define, y no nos parece que habrá retroceso.

En Cap Cana, donde la quietud, el mar, la naturaleza le sensibilizan necesaria y singularmente, el artista ha hecho un compromiso con la investigación, la introspección, la alegoría del espacio.

Quienes le conocen desde hace muchos años –él tiene ya una bella carrera-, han sido testigos de una evolución sorprendente, que sustituyó paulatinamente un expresionismo “caricaturesco”, una especie de caos vital, un horror del vacío: la redefinición culminó en planteamiento y entrega, en “obra abierta” y liberación absoluta, al fin en íntima convicción y profesión de fe estética.

No nos cansamos de repetir que para ser un gran pintor abstracto, la etapa de la figuración y de la academia es imprescindible. La abstracción no se inventa ni se improvisa. Salvo excepciones –que ignoramos-, el abstracto inmediato fracasa en la mediocridad o peor…

Puede leer: Mont Saint-Michel, para una visita reposada a Normandía

El espacio y más

Tuvimos el agrado de ver obras muy recientes en muros institucionales, en el impresionante taller, también en la casa, y siempre nos comunicaron un lenguaje definido e infinito…

Aquiles Azar Billini no propone – aparentemente-, en la superficie del lienzo, ni punto de partida ni orden para la percepción. La mirada abraza la totalidad del espacio, el estallido de pinceladas y manchas, las infinitas variaciones y la plenitud del vacío… siendo este muy importante en el período actual.

Para el espectador, la libertad de mirar, en cualquier sentido, es no solamente total sino necesaria, quien buscaría una elaboración metódica, fallaría en la contemplación adecuada. Hay que dejarse llevar por gestos y estremecimientos, intensos o cuasi inmateriales, fuertes y frágiles a la vez, que “emocionan” la imagen. La figuración de Aquiles fue lírica, él ha transmitido esa poética a la abstracción.

Ahora bien, la mirada no puede impedir la búsqueda de referencias o alguna sugerencia relacionada con la realidad, diríamos que es parte de la riqueza visual, sobre todo en una lectura participativa que consideramos esencial. Así, de repente, surgen de la imagen a la imaginación, formas humanas, luego esas correspondencias subjetivas se desvanecen. ¡Es la magia… abstracta!

La obra vive, vibra, aúna energía, atmósfera, y espiritualidad. Mantiene permanentemente su dimensión meditativa, jamás es pura construcción, y cuando hay geometría sensible, la sensibilidad domina.

Aquiles Azar Billini, sin que olvidemos la fotografía, sumaba el dibujo y la pintura. Hoy, lo vemos más como colorista, pero siempre con libertad en la elección de tonos y gamas (i)limitadas.

Así, un cuadro impactante, que mueve un cromatismo a la vez “neutral” y sutil, entre gris, ocre, marrón, celebra el espacio que cumple un verdadero papel de iluminación irradiante y destaca el color cuando se prolonga la mirada. En otras pinturas, el azul se impone, y no dejamos de pensar en la influencia del entorno y el mar.

Publicaciones Relacionadas