Arafat fue enterrado sin honores de Estado pero con el cariño de su pueblo

Arafat fue enterrado sin honores de Estado pero con el cariño de su pueblo

Por Beatriz Lecumberri
RAMALA, Cisjordania, Nov 12 (AFP) – Entre la multitud que se precipita hacia los helicópteros que trasladan el cadáver de Yasser Arafat no hay ningún jefe extranjero, sólo el pueblo al que entregó su vida, que lo entierra en medio del dolor y la veneración.

La ceremonia de despedida de Yasser Arafat el viernes en la Muqata, su cuartel general de Ramala, no tuvo alfombra roja, tribuna de personalidades o himno nacional sólo disparos de kalashnikov y lamentos elevados al cielo.

Comenzando por el comité de bienvenida, nada fue ordinario ni oficial en este entierro. Junto al primer ministro Ahmed Qurei y el responsable de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP) se colocó un grupo de las brigadas de mártires Al Aqsa, cercanas al Fatah, movimiento político de Arafat.

Vestidos de negro, con el rostro cubierto y empuñando kalashnikovs, estos combatientes consiguieron hacerse un hueco al lado de los representantes del gobierno e incluso ayudaban a mantener el orden.

Al mismo tiempo, miles de palestinos venidos de toda Cisjordania esperaban la llegada del féretro, subidos en los árboles, en los tejados de las casas o en los muros que rodeaban el complejo.

«Arafat no era un ser como los demás y merece que todos estemos aquí, dándole las gracias por todo lo que hizo por nosotros», explica Hosni, uno de los primeros en entrar a la Muqata.

Nada más ver aparecer los helicópteros egipcios en el cielo de Ramalá, la multitud estalla en lágrimas y ovaciona a su presidente. «¡Abu Ammar, Abu Ammar!», clamaban, llamando al dirigente por su nombre de guerra mientras atravesaban los cordones policiales para acercarse a los helicópteros procedentes de Egipto.

La banda palestina intenta tocar el himno nacional pero es literalmente aplastado por la multitud, completamente fuera de control.

«Israel tiene que ver estas imágenes, darse cuenta de que Arafat era querido por su pueblo porque nos dio su vida», afirma Jamal, joven miembro del Fatah.

De nada sirvieron los tiros al aire o las intervenciones de varios miembros del gobierno: el cadáver de Yasser Arafat es transportado a hombros, a paso lento y titubeante, hasta su sepultura, como el cadáver de los mártires palestinos. Las pocas mujeres que entraron a la Muqata lloran desesperadas.

La emoción y el dolor producen escalofríos.

El ataúd, envuelto en una bandera palestina, se pierde entre la multitud y el protocolo previsto para el acto se viene definitivamente abajo.

«Israel dice que Arafat es un terrorista pero calificar así a alguien que lucha por la independencia y libertad de su pueblo me parece asqueroso», explica Sabreen, una joven estudiante cristiana, vestida enteramente de negro y con lágrimas en los ojos.

Las banderas francesas se mezclan con las palestinas, los estandartes del Fatah y los carteles con mensajes para Arafat. «Padre», «tutor», «maestro», «líder», «nunca te olvidaremos», «guerrero de la libertad», «gran mártir»: nadie ahorra elogios hoy para el »rais» palestino.

Una vez el cuerpo enterrado, la multitud se dispersa lentamente, lanzan los últimos disparos al aire y vuelven a sus casas para romper el último ayuno del mes de Ramadán que termina el sábado, normalmente con una gran fiesta que este año se verá reducida al máximo y empañada por la tristeza.

 

 

 

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