Árboles, árboles, árboles y educación verdadera

Árboles, árboles, árboles y educación verdadera

Resulta que en estos días escuché a un solemne personaje afirmar que “los árboles no son importantes ni tienen nada que ver con el clima o la lluvia”. Añadió que “el progreso está en el cemento… Mira Nueva York… ¡rascacielos y rascacielos!

Pensé que se trataba de un ingeniero civil enloquecido porque no lograba trabajo, pero no. Se trataba de un hombre de negocios que acababa de llegar de la gran urbe norteamericana, embriagado de torres altísimas y cemento.

–¿Y qué cree usted del Central Park? –le pregunté–.

–Un desperdicio –repuso– ¿Usted sabe todo lo que se pudo haber construido en ese terreno perdido en medio de la ciudad?

Me quedé perplejo.

¡Dios mío! ¡Hasta qué punto la ignorancia es atrevida! Estamos dejando de lado la naturaleza, para encerrarnos en lo artificial. Las viviendas con jardines y patio están siendo borradas por cubículos de cemento que nos aprisionan y, más grave aún, empezamos a no darnos cuenta de que hemos convertido el “vivir civilizado” en una ergástula en la cual nos aprieta el miedo, la incomunicación con el vecino, el temor a abrir la puerta cuando llaman a ella, la incapacidad hasta de corresponder a un saludo, porque los neoyorquinos, a menos que sean de ciertas zonas exclusivas, no lo hacen.

San Agustín trata de la Ciudad de Dios, opuesta a la Ciudad del Diablo (“Ecce duas civitates, unam Dei et unam diaboli”. La “civilización” se nos está tornando diabólica. Y nos estamos acostumbrando.

Ahora me parece necesario (¿?) decir algo acerca del árbol. ¿Una escuelita?

El agua y las sales minerales que un árbol necesita son transportadas por un sistema de conductos llamado albura. El árbol produce albura nueva cada año para llevar la savia hasta las yemas, que la necesitan para producir hojas, flores y frutos.

La actividad de las hojas les hace perder agua constantemente por un proceso de evaporación llamado transpiración. El agua que sustituye la que se pierde, sube por el árbol desde las raíces, como un eficiente sistema de cañerías.

La savia transporta el alimento producido por las hojas debido a un proceso químico llamado fotosíntesis, mediante el cual las hojas verdes aprovechan la energía solar, transformándola en dióxido de carbono (CO2) y agua, usando el aire y la tierra para modificar los elementos en azúcar y almidones.

Con todo lo que avanza la ciencia, de día en día, es asombrosa la función del árbol, que también mantiene un equilibrio en el aire, compensando el anhídrido carbónico originado por las combustiones de tipo físico o biológico como es la respiración.

Perdónenme el párrafo. Es que yo amo los árboles.

 

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