¿A qué estarías dispuesto por ver a tu país campeón de un Mundial?
En una competencia global de hinchas, seguramente argentina ganarían por goleada.
Pasionales y ruidosos, la euforia de los albicelestes fue creciendo en Doha al ritmo de “Muchachos” — el himno de su hinchada — con cada victoria de Lionel Messi y los suyos hasta llegar a la final contra el último campeón Francia el domingo en el estadio Lusail.
En un país visceralmente futbolero, dos veces campeón del mundo (1978 y 1986), que suele destacarse por la calidad de sus futbolistas al igual que por sus repetidas crisis económicas, la oportunidad de una nueva consagración después de 36 años ha dado pie a insólitas cábalas y sacrificios entre los miles de argentinos que viajaron a Qatar.
En un rincón del Souq Waqif, el tradicional mercado qatarí, locales y turistas se agolpan alrededor de una joven mujer con una casaca de la selección argentina que hace malabarismos con una pelota en sus pies. En un cartel escrito a mano en inglés y otro en árabe, pide “por favor entradas” para la final. En una gorra, los transeúntes le dejan dinero.
Respuesta de Argentina a la final
“El fútbol en Argentina es todo. Para mí el fútbol es todo”, dijo a The Associated Press Belén Godoy, una freestyler de 24 años que lleva un mes en Doha y pudo asistir a casi todos los partidos de Argentina con boletos de reventa. “Yo dejé familia, gasté todos mis ahorros. Vuelvo a Buenos Aires y no sé con qué voy a pagar la renta”.
“Pero lo vivido no me lo quita nadie”, expresó la joven emocionada antes de regresar a su exhibición.
No muy lejos de allí, Cristian Machinelli caminaba envuelto en una bandera argentina con las imágenes de Diego Maradona besando la Copa del Mundo y otra de Messi. Además, tiene escrito “Chubut”, la provincia en el extremo sur de Argentina.
“Vendí una camioneta Toyota para esto”, contó Machinelli, de 34 años. “Es lo que vengo gastando acá y me quedó para comprar la entrada de la final. No hay explicación, no hay razonamiento. Más allá que los argentinos somos medios enfermos del fútbol, hacemos cualquier locura para llegar, para alentar”.
No hay una cifra oficial que de cuenta de la cantidad de hinchas argentinos que viajaron a Qatar. No todos provienen de su país natal, ya que varios están radicados en Estados Unidos y Europa.
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Aunque no siempre fueron mayoría en las gradas de los estadios, su particular liturgia para alentar al equipo — los cánticos acompañados por bombos y la extraña manía de quitarse la camiseta y revolearla por el aire como un ventilador — fue vital para su selección en momentos cruciales y amedrentó rivales.
“Cuando perdimos con Arabia Saudí (2-1 en el primer partido), la gente estuvo con nosotros. Sentimos el apoyo de todos y eso es inigualable. Todos tiramos para el mismo lado. Todos queremos el bien común, todos somos hinchas de la Celeste y Blanca”, destacó el técnico Lionel Scaloni.
Julián Santander asistió a ese primer partido en el estadio Lusail con la casaca clásica de Argentina.
“Mis amigos me tildaron de mufa (agorero). Fui a ver España y Costa Rica. Tengo la camiseta de España por mi familia española y ganaron 7-0. Un amigo me aconsejó que mantuviera el atuendo con Argentina”, contó el hincha de 23 años, que desde entonces alienta a Messi con la casaca de la Roja.
Tras el tropiezo inicial, su padre Osvaldo también cambió de uniforme para el partido siguiente ante México, clave para seguir en la competencia. Se vistió con una réplica de color negro de la casaca oficial de uno de los arqueros argentinos en el Mundial 2014.
“Yo estaba de luto. Sacrificamos trabajo, facultad, vida, un montón de cosas por nuestra pasión y nuestra pasión nos estaba mandando a casa de nuevo. Las cosas se fueron dando vuelta de tal manera que hoy estamos a tres días de un momento que quién sabe”, apuntó el hombre de 57 años, en la búsqueda por las calles de Doha de una entrada para la soñada final.
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La clasificación al último partido del certamen trajo alivio a un país que está sufriendo una crisis económica con una de las tasas de inflación más altas del mundo y un crecimiento de la pobreza.
“Los pasajes son muy caros, también las entradas. Los esfuerzos son muchos. Argentina está tan complicado a nivel político y económico y todo cuesta 10 veces más”, comentó Viviana Rodríguez, de 53 años, que junto a su hijo Lautaro Longhi participaban de una multitudinaria protesta junto a otros compatriotas en el centro de Doha para reclamar a la FIFA el acceso a boletos a precios justos al dispararse su valor en la reventa.
“Están pidiendo (el equivalente a) un carro cero kilómetros por una entrada. Es una fortuna”, se quejó Longhi, de 20 años, angustiado ante la posibilidad de perderse en vivo una consagración de Messi. Ganar la copa sería “un vaso de agua en el desierto”.
Cada hincha argentino en Qatar siente tan importante como los once jugadores.
“Sería un buen cierre de vida, aunque no quiero ser apocalíptico. Desde el hincha hice todo el esfuerzo que había que hacer, viajar, dejar afectos, gastar muchísimo dinero, luchar por las entradas. A esto vinimos”, concluyó Santander padre.