Así intitulé mi artículo publicado en HOY el 14 de febrero último, en el que vaticinaba que el presidente de Haití, Jean Bertrand Aristide, sería depuesto antes de que culminara ese mes, como aconteció finalmente, el día 29.
La capitulación de Aristide era algo que se palpaba por lo denso, empezando porque no ejerció el poder a la altura de las conveniencias del pueblo haitiano, y así conformó un narco-Estado de Haití, donde en el sur residen más de 60 mil colombianos traídos por su gobierno, sin que nadie explique qué hacen y cómo logran vivir económicamente en el país más empobrecido del mundo.
El 19-01-04, el Banco Mundial desestimó, en la persona de su ejecutivo Shengman Zhang, un pedido de ayuda económica, señalándole al entonces gobernante, que el BM no otorgaría un céntimo a Haití hasta que honrase atrasos por US$35 millones.
Apenas 48 horas antes de su dimisión, el presidente George Bush Jr. instaba a Aristide a abandonar el poder, y lo propio Francia y Canadá, que dicen ser los «amigos» de Haití, aunque con amigos como esos no se ameritan enemigos.
Esos tres países son los verdaderos culpables del desastre de gobierno que realizó Aristide, desde que fue «electo por una mayoría abrumadora de un 67.5% el 16-12-90, un embuste que a base de repetir, es decir un sofisma, no podrá convertirse nunca en verdad. A Aristide lo dejaron solo y solo nadie puede valerse para nada, mucho menos para gobernar a un país.
No podrá convertirse en verdad porque Haití no dispone de un registro electoral, un padrón electoral, sus nacionales no están carnetizados, ni declarados en oficialías de Estado Civil, y en unas «elecciones», un individuo puede libremente ejercer el sufragio cuantas veces desee sin ser supervisado, lo que traduce que «la abrumadora mayoría con que Aristide fue electo», fue una farsa, una comedia, una ópera bufa, una mentira tan grande como la alegada inviabilidad de Haití como país.
Haití puede y será viable cuando la comunidad internacional, empezando por Francia, Estados Unidos, Canadá, la Unión Europea, OEA, ONU, aúnen propósitos y con recursos abundantes que secunden proyectos prioritarios de desarrollo, consigan emerger del letargo pesaroso y deplorable en que se encuentra Haití y del cual las potencias mencionadas son las reales culpables.
No es posible hablar de derechos humanos, estigmatizar a los gobiernos que irrespetan los derechos humanos como se arroga a cada rato el Departamento de Estado de los Estados Unidos, cuando el primer derecho humano que es alimentarse, el segundo cobijarse, el tercero educarse, el cuarto disponer de atención médica y medicinas, son desdeñados sistemáticamente por esas potencias y ese famoso State Department.
Es el momento propicio de que todos vayamos en auxilio de Haití, sin palabras, mudos, sólo con recursos en las manos, relegar la demagogia para siempre que ha sumido a Haití en un infierno invivible, desde que Francia instauró la esclavitud y logró hacer de Haití la colonia más próspera y rica de las Indias Occidentales, y Estados Unidos en su intervención militar de 1914-34, socavó y susccionó todas las riquezas de Haití, incluyendo su patrimonio forestal, diezmado originalmente por Francia.
Ninguno de esos dos países imperialistas enseñaron a los haitianos a valerse por sí mismos, a cuidar su entorno, organizar proyectos de desarrollo, de irrigación, sino la simple y salvaje explotación con el látigo en las espaldas del pueblo haitiano.
El problema haitiano las potencias mencionadas han preferido dejárnoslos a los dominicanos, que estamos dispuestos a cooperar porque así cooperamos con nosotros mismos a evitar la terrible y preocupante migración que peligra nuestra soberanía, pero es imposible que se pretenda que todo sea a cargo nuestro. Un fideicomiso de dos años y organizar un padrón electoral, son prioritarios.
Como con claridad meridiana expuso el editorial de HOY del día primero de este mes de marzo. Empecemos todos a uno a ayudar a Haití a ser viable.