Armas de civilidad

Armas de civilidad

YLONKA NACIDIT-PERDOMO
La República Dominicana, en el presente, ante la extrema ola de violencia y criminalidad, se encuentra en el fondo de un abismo. Parece que estuviéramos ante un conflicto en el cual la batalla mayor es no morir nunca de espíritu ni de sentimientos. Sin embargo, estamos ante un mundo estrecho, donde unos y otros se combaten, donde se teme ser devorado por el otro, y ser vencidos y no vencedores.

A este respecto debemos volver la vista a los valores, ya que tanto en doctrina jurídica como en toda la vida práctica son la suma auténtica de la razón verdadera, puesto que constituyen los rasgos originarios de la libre actividad del individuo conforme al ejercicio de sus derechos y deberes en el conglomerado social.

con el surgimiento del Estado moderno, el orden social y la vida en convivencia requieren no sólo de una autoridad que preserve las instancias de la razón natural, sino que garantizara a su vez que ninguna criatura humana pueda ser víctima del sufrimiento e inclusive del dolor, ya que el hombre teme a la crueldad, a la exageración de los placeres y su deleite, y al dominio equivocado e insensible.

El temor se entiende como la presencia de peligro, como algo que perturba el razonamiento, es como un fantasma de la inseguridad que puede llegar a suprimir a la autoridad, repercutiendo en uno hasta provocar una dislocación de los sentimientos. El temor es una debilidad corriente, natural, incomprensible que exista al instinto de supervivencia o conservación, es una lucha contra la impiedad, una desesperación ante el odio o ante la inocencia de la perversidad como consecuencia del desagrado.

El ser humano desde el origen y el inicio de la civilización tiene un límite. La justicia o la equidad es la buena conciencia de todos; la conciencia máxima que debe tener todo individuo porque revela su lealtad a lo razonable o a la bondad de la inteligencia.

Para uno conocer cuáles son los valores de equidad del ser humano habría que estudiar a fondo qué es el deber social y qué es el deber individual como condicionalidad exterior e interior de la vida humana o la puridad inviolable y manifiesta de la ética como ciencia del bien o una jerarquía de bienes que están dentro de la esfera operari de la responsabilidad, de la libertad intangible y necesaria. Entendiéndose que la libertad de ser y la libertad de obrar la acción de la virtud, no es una acción aislada sino una acción física, histórica y metafísica.

Siendo así, la civilidad del género humano depende de la disección psicológica, y comienza como observación y luego continúa como principio. La civilidad es el espejo del pasado en el presente. La civilidad es la no conciencia, el aturdimiento de los sentidos, una esclavitud del individuo a la animalidad, no sentir los motivos intelectuales superiores de la civilización, a pesar de que existe dentro del libre albedrío la conciencia de la falta.

Y allí, en la incivilidad, está la barbarie que sólo es propia de los hombres crueles y atrasados, que no han trascendido de las formaciones inferiores anteriores, por lo cual se habla de una moral de doble casta: la moral de agradecimiento y la moral de los agradecidos.

A la sociedad dominicana en el presente le está haciendo falta una conciencia de absoluta certeza sobre el sentido del deber, una conciencia inquieta, una conciencia que pueda socorrer heroicamente a todos los que tuvieran fe en conservar a la Nación, a la homogeneidad que somos como comunidad; y creo que no hay dificultades ni obstáculos para que esa conciencia imaginada y buscada venga con una reflexión profunda y desnuda de los mejores ciudadanos dominicanos, aquellos que siempre son la fuente de las hazañas históricas, conforme a su posición hondamente humana y solidaria.

¿Cuál es entonces el punto d partida del ser humano? Acaso ¿la desesperación resignada o la superación de la resignación? Me pregunto: ¿cuál es la verdad más obvia sobre la humanidad, como inquisidora de sí misma, que no sea la avaricia espiritual y la moral respulsiva del individualismo anárquico? ¿Qué es lo que suprime a la humanidad sino la indiferencia fratricida de su propia colectividad? No sé si es el ideal un ejercicio de orden civil o un sentimiento ético eternizado pro los dogmas, pero sé que la esclavitud trajo la violencia y la especulación sobre la necesidad de un Estado o República.

Por tanto, al parecer, la violencia social es como la guerra: un choque de ofensiva y defensiva misma que pone en contacto a los pueblos para conocerse o, tal vez, para odiarse, pero es la violencia lo que despierta la solidaridad humana y, en el fondo, a la tolerancia.

Pero también quiero que nos preguntemos: si culturalmente las virtudes pertenecen a los hombres inteligentes, a los hombres de ciencia, a los religiosos, a los civiles, y a los que van a combatir por la moral de la razón.

No obstante, lo cierto es, que culturalmente las virtudes se cultivan desde que nacemos, desde las aguas mismas de la niñez, porque las virtudes no se imponen sino que crecen echando raíces profundas, íntimas, a ver si el ser humano deja de ser su propio lobo, y el destructor de su propia cultura.

La armas de la civilidad pertenecen al buen ciudadano, ese individuo de apariencia inmutable, cuya causa mayor es la fe en le libertad, la abnegación y la infatigabilidad. Al buen ciudadano le está prohibida la falsedad y replicar sin tener profundo alcance de los hechos, ya que es un sujeto adiestrado y educado para el inalterable respeto a la autoridad, de acciones cotidianas con sentido de verdad, con la sensata virtud del valor cristiano, de alma altruista, porque al decir de Nietzsche los hombres «buenos son una casta; los malos, una masa semejante al polvo».

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