¿Armas deportivas?

¿Armas deportivas?

Lo asombroso es que, no por descuido, los dueños de armerías continúen anunciando armas de guerra, preferentemente potentes pistolas que apuntan a quien pasa frente a las tiendas insólitas, promoviéndolas como “armas deportivas”.

   Ni en el Lejano Oeste norteamericano, ni en las películas de vaqueros como aquella famosa “Gun Fight at O. K. Corral” que tradujeron los críticos de cine Armando Almánzar y Arturo Rodríguez Fernández como “A la hora señalada”, ni aún en esos negocios para venta de armas de fuego que en ese tiempo eran indispensables para defenderse, se promovían armas del modo que se hace ahora.

   Las “vaqueradas” o “westerns” tenían su atractivo. John Wayne era inconcebible sin su revólver. Un Jorge Negrete y otros grandes charros mexicanos no estaban elegantemente trajeados sin un buen revólver. Pero no era para pasársela asesinando. Era el antiguo duelo, en el cual el más hábil vencía a un oponente igualmente armado.

   El poeta romano Horacio, en una de sus Odas se preguntaba ¿Quién fue el primer horrendo ser que inventó la espada? (Horrendus primus…).

   Pero la capacidad de matar a quien no se puede defender crece y crece, como enfatizaba un viejo anuncio de spaghettis con respecto a sus productos.

   Pero no se trata de alimentos.

   Se trata de muerte. Del veneno maldito de la  ira sin fundamento que asciende a la cúspide enloquecida del descontrol.

Me contaban los viejos que cuando un joven conseguía un revólver para hacerse hombre, era impulsado por los viejos mañosos a dispararle a alguien por cualquier tontería, porque de otro modo le decían burlonamente: ¿Y dónde te conseguiste ese “pajuil?” (para huir), por lo cual los jóvenes, dispuestos a hacerse  respetar, estaban ansiosos por recibir cualquier ofensa, por pequeña que fuese, para batirse a  tiros y demostrar que sabían usar un revólver. Que podían matar.

      Hoy resulta hasta elegante portar una Beretta o cualquier bello diseño de pistola, si no es que se quiere impresionar con la fiereza de una pistola 45. 

    El tiro deportivo aquí no existe fuera de los costosos resorts donde se practica ocasionalmente. Tampoco tenemos hatos de cacería de animales salvajes, aunque nos comportemos como tales.

  Un arma constituye una gran responsabilidad, parece que, construidas para matar, incitan al crimen.

Ya se ha establecido que de cada diez muertes violentas en nuestro país, seis son  realizadas con un arma de fuego.

  Repito,  las armas están hechas para matar.

 Corresponde al gobierno regular su uso.

 Severa y drásticamente.

 Acojo y apoyo cabalmente el reciente editorial “Armamentismo y violencia” publicado el martes 12 en este periódico, que afirma: “El Estado está en el deber de cortarle las alas a la violencia y para ello debe reunir la suficiente voluntad política para retirar de las manos de la gente todos los instrumentos de muerte, legales e ilegales. Para eso es necesario un sacrificio fiscal con todas sus consecuencias implícitas.”

   ¿Qué puede pasar más allá del disgusto de ciertos altos militares y otros beneficiarios de este tráfico criminal?

   Ya se ha visto que la peligrosidad conspirativa de altos oficiales, es cosa de tiempo ido.

    A quienes fracasaban en sus malos manejos,  los viejos le cantaban burlonamente (¿una guaracha?): “A llorar a Papá Montero, ¡ay! canalla rumbero”.

      ¿Será el caso?

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