Armas y mantequilla: Bush puede tener ambas, al menos por ahora

Armas y mantequilla: Bush puede tener ambas, al menos por ahora

NUEVA YORK. Armas o mantequilla. Esta es la elección que los historiadores convencionalmente dicen que enfrentan los gobiernos. Pueden incrementar su capacidad militar para ejercer poder en el exterior, o pueden buscar elevar el nivel de vida de sus ciudadanos.

En «The Rise and Fall of the Great Powers» (El Ascenso y Caída de las Grandes Potencias), el historiador de Yale Paul M. Kennedy desarrolló su modelo de suma cero para elaborar una teoría de cómo funciona el imperio. En esencia, se necesita riqueza para poder combatir a los rivales, pero si se dedica demasiado dinero a la guerra, la riqueza tiende a estancarse. Eso es porque (según la teoría) la inversión en la industria armamentista conduce menos al crecimiento económico a largo plazo que la inversión en sectores que finalmente satisfacen algún tipo de demanda del consumidor.

Una versión más simple de esta idea sugiere una relación proporcional entre gasto militar y consumo personal. Las «armas» son pagadas elevando los impuestos, y esto deja a la gente con menos dinero para gastar en «mantequilla».

El gobierno de George W. Bush actualmente está involucrado en un experimento audaz algunos dirían imprudente para desacreditar esta teoría. A juzgar por sus acciones, la respuesta del Presidente Bush a la pregunta «(Armas o mantequilla?» es: «Gracias, tomará las dos cosas». Esta, en suma, es la presidencia de las armas «y» la mantequilla.

Generalmente es una suposición acertada que, en la política como en la vida, no se pueden tener las dos cosas. Pero hay excepciones, siempre que sea el momento correcto. Las circunstancias económicas de hoy significan que, a corto plazo, el gobierno estadounidense realmente «puede» darse el lujo de gastar miles de millones de dólares simultáneamente en la conquista y en el consumo.

A largo plazo, esta estrategia de el doble o nada tiene riesgos; pero como declaró John Maynard Keynes, a largo plazo todos estaremos muertos. Todo lo que Bush necesita para tener una buena posibilidad de ser reelegido es 12 meses más de armas y mantequilla. En suma, el segundo mandato del Presidente Bush depende de ser el Presidente Ambos, en referencia a que pueda acceder a ambos objetivos.

Muchos gobiernos han terminado cornados al enfrentar la cuestión de las armas y la mantequilla. En vísperas del Día de Acción de Gracias, sin embargo, dos medidas simbolizaron la convicción del gobierno de Bush de que puede tomar esos cuernos y montar el animal. La primera fue la aprobación de un paquete de asignaciones militares por 401,000 millones de dólares para el año próximo, el más grande registrado. La segunda fue la aprobación del Congreso de una revisión del sistema Medicare que incrementa los costos del sistema añadiendo un beneficio de medicinas por receta.

Pero estas son sólo dos partes de una política de armas y mantequilla más amplia. Consideremos el compromiso del gobierno de gastar 87,000 millones de dólares en la reconstrucción de Irak y Afganistán. Eso destaca en los costos militares iniciales del «cambio de régimen» en ambos países. Llanamente, algunos costos de la recuperación de Irak serán soportados por otros donantes extranjeros y por las ventas del petréleo de Irak. Sin embargo, nadie cree seriamente que estas otras fuentes cubran los costos totales de la «construcción de la nación».

Además, estos costos coinciden con crecientes donaciones estadounidenses a países útiles. La ayuda a Jordania, por ejemplo, ha aumentado de un promedio anual de 225 millones de dólares en los últimos cinco años a 1,500 millones de dólares este año. Después de décadas de declinación en relación con el producto interno bruto, el presupuesto económico y militar combinado parece destinado a subir en términos relativos bajo el mandato de Bush. Sin embargo, éste es el mismo presidente que impulsó tres grandes reducciones de impuestos.

Para los críticos de la Casa Blanca, el rápido cambio del presupuesto federal del super vit al déficit es un signo de despilfarro; parte de lo que llamarían la Enronización de las finanzas públicas. Es cierto que hay resitricciones reales sobre cuánto puede tener el gobierno de armas y mantequilla a la vez. Sin embargo estas restricciones pudieran resultar ser más débiles (o, para ser preciso, más alejadas en el tiempo) de lo que anticipan los críticos de Bush.

Primero, recordemos que Estados Unidos ha roto la regla de armas o mantequilla antes. Bajo el mandato del Presidente Ronald Reagan, aumentos sustanciales en el gasto militar coincidieron con incrementos comparables, en relación con el producto interno bruto, en el consumo personal; es proporción del PIB que el público, en oposición al gobierno, gasta.

De 1979 a 1986, el gasto militar saltó de 4.6 por ciento del PIB a 6.2 por ciento, mientras que el consumo personal se elevó de 62 por ciento a 65 por ciento. Esto no carecía de precedentes. De 1965 a 1968, el Presidente Lyndon B. Johnson se las ingenió para combinar las armas necesarias para combatir la Guerra de Vietnam con la mantequilla de la Gran Sociedad, por no mencionar la creciente sociedad de consumo.

El punto crucial, por supuesto, es que, al corto plazo al menos, la política fiscal no es un juego de suma cero. Un gobierno puede incrementar fácilmente el gasto militar sin reducir la demanda de consumo si financia el gasto más alto a través del endeudamiento en vez de la tributación (y siempre que los contribuyentes no consideren el endeudamiento como futura tributación y reduzcan el consumo en anticipación).

La desventaja es que esas políticas fiscales financiadas a través de deuda condujeron a inflación en el pasado. A fines de los años 60 y a fines de los 80, los déficit fueron en parte financiados por la impresión de dólares, lo que finalmente condujo a precios m s altos.

La buena noticia para Bush es que esto es improbable que suceda ahora. Después de todo, heredó una economía al borde de una crisis deflacionaria. El estallido de la burbuja del mercado de fines de los 90 representó una amenaza para la economía estadounidense comparable con el desplome de 1929 y con las políticas erróneas la depresión podría haber sido igual de grande.

A diferencia del Presidente Herber Hoover, sin embargo, Bush no respondió a la crisis con reducciones de gasto y aumentos de impuesto, sino al contrario. Las reducciones de impuestos de su presidencia quizá no hayan sido especialmente buenas en elevar el consumo, pero al menos han tenido cierto impacto contracíclico. Llanamente, las lecciones de la Gran Depresi»n han sido aprendidas no solo en la Reserva Federal (que respondió con rápidas reducciones en las tasas de interés). También fueron aprendidas en la Oficina Oval. Esa es la razón de que la depresión de 2001 fuera tan poco profunda y breve.

Es cierto, como les gusta señalar al ex secretario del Tesoro Robert E. Rubin y otros, que Bush ha sido ayudado en gran parte por los superávit que heredó del gobierno de Bill Clinton. De 1995 al 2000 la deuda federal bruta declinó en proporción al producto interno bruto, de 66 por ciento a 57 por ciento; una carga manejable comparada con la de países como Italia, Bélgica o Japón, los cuales tienen deudas nacionales totales que exceden el 100 por ciento del PIB. Quienes entraron en pánico por la deuda bajo el mandato de Reagan no vieron cuán manejable era. Es incluso más manejable hoy en día.

Aun más importante, las declinantes tasas de interés han reducido drásticamente el costo de pagar el servicio de la deuda federal. En 1995, los intereses representaban 232,000 millones de dólares anuales, más del 3 por ciento del PIB. El año pasado la cifra había bajado a 178,000 millones de dólares, apenas 1.7 por ciento del PIB.

Todo esto significa que el gobierno de Bush tiene considerable espacio fiscal para maniobrar. El déficit (el exceso del gasto de este año sobre la tributación) quizá haya subido. Pero la Oficina Presupuestaria del Congreso prevee que la deuda federal (todo el endeudamiento acumulado del gobierno) realmente declinar en relación con el PIB en los años 2005 a 2013.

El inconveniente es que estas y otras proyecciones oficiales omiten las responsabilidades implícitas del gobierno federal; no su deuda oficial, financiada por la venta de bonos, sino la brecha entre los costos anticipados y los ingresos anticipados del Medicare, el Medicaid y la Seguridad Social. Una estimación reciente situó este desequilibrio fiscal en 45 billones de dólares, siete veces el tamaño de la deuda oficial. El efecto más importante de la revisión del Medicare es hacer esa cifra perturbadora aún más grande.

Un interrogante interesante es por qué este hoyo negro fiscal no está causando más alarma en los mercados financieros, porque la historia sugiere que un gobierno con deudas a esta escala tarde o temprano incumple sus pagos o recurre a la impresión de dinero, relanzando así la inflación. Las tasas de interés a largo plazo realmente han aumentado desde su nadir la primavera pasada, en anticipación de una inflación más alta. Pero este no será el tipo de inflación experimentado en los años 70 y 80. Tan poderosas son las fuerzas deflacionarias hoy en día (notablemente en la segunda y tercera economías más grandes, Japón y Alemania) que Washington puede gastar de manera extravagante en sus servicios militares y sociales con sólo un impacto modesto en las expectativas de inflación.

Ayuda que Estados Unidos tenga una ventaja singular sobre todos los otros deudores soberanos: los bancos centrales y otras instituciones alrededor del mundo necesitan tener dólares ya que es la moneda más frecuentemente usada en transacciones internacionales. Aunque esto es cierto, Estados Unidos puede con vender grandes cantidades de activos en dólares, como bonos de la Tesorería a 10 años, a extranjeros, cantidades muy grandes. En los #ltimos tres años, la participación de la deuda federal en manos extranjeras se ha elevado de sólo un tercio a casi la mitad. En particular, China ha invertido fuertemente en el dólar. Desde 2001 las reservas internacionales chinas se han duplicado aproximadamente, de 200,000 millones de dólares a 400,000 millones de dólares.

El #nico peligro inminente es que el dólar pudiera deslizarse significativamente ante las monedas asi ticas, como lo ha hecho frente al euro. Pero los principales perdedores entonces ser!an los asi ticos.

Parte del atractivo de Bush para muchos estadounidenses es que combina una certeza moral sobre los fines con una crueldad sobre los medios. Para lograr estos fines, el presidente no tiene escr#pulos en explotar la fuerza fiscal y monetaria del país, a su máximo.

Sin duda, la política de tener tanto armas como mantequilla posterga decisiones difíciles sobre el futuro del sistema de beneficencia, principalmente el Medicare y la Seguridad Social. Pero también garantiza la continuación del «dominio en todo el espectro» que tiene la nación del sistema de beneficencia.

Sí, todo ese gasto militar quizá no sea suficiente para estabilizar Irak o evitar el terrorismo. Todas esas reducciones de impuestos podrían no generar una recuperación sostenida. Sin embargo, si el Presidente Bush se hubiera convertido en el Presidente Depresión, sus posibilidades de reelección serían mucho menores de lo que son actualmente como el Presidente Ambos.

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