Art Buchwald R.I.P.

<p><span>Art Buchwald R.I.P.</span></p>

UBI RIVAS
El notable y famoso periodista norteamericano Art Buchwald, quizás el Ultimo Mohicano de la vía láctea de maestros del diarismo, falleció el 18 de enero cursante, a los 81 años, de varias complicaciones de salud, muy comprensibles a su larga vida.

Digo quizás el Ultimo Mohicano, porque precisamente el año pasado falleció Jack Anderson, y las columnas de ambos se publicaron por cuatro décadas en El Caribe, cuyas copias conservo por centenares en mis nutridos archivos.

Consteló una referencia de estrellas del diarismo que integraron los hermanos Joseph y Steward Alsop, Edgar Snow y sus reportes inmemorables sobre la China de Mao, Stanley Karnow y su bien reconocida actitud reaccionaria, pero expuesta de manera exquisita y hasta convincente por su estilo.

También Bob Considine y su inolvidable columna Su Reportero Dice, Robert Preston y Tad Szulc difundiendo las luces de sus pensamientos desde las páginas editoriales del The NYT, y el más superbo de todos, el filósofo incomparable del periodismo norteamericano Walter Lippmann.

Todos ellos fueron mis maestros al leerlos con avidez desde mi adolescencia en el Primer Santiago de América, porque se aprende no acudiendo a un aula, sino leyendo, asimilando y comparando los estilos y sus interpretaciones de los hechos.

En nuestro terruño esos quesares del diarismo tuvieron en su época sus contrapartidas en Rafael Herrera, el más brillante periodista dominicano de todos los tiempos y más honesto que el que más, o como el que más; Germán Ornes y su encancatado modo de ser pero brillante y cultísimo; Carlos Curiel y la biblioteca andante que era su persona; Francisco Comarazamy y su filosofía ante los intemperantes y los bergantes, amado hasta lo indecible por el suscrito.

Rafael Molina Morillo y su quehacer luminoso en contra de los contravalores que amenazan de manera permanente diezmar a la sociedad dominicana.

Radhamés Gómez Pepín y su porfía cerrada en favor o en contra de lo que siempre, aunque equivocado, estima lo correcto y mejor para la sociedad que el ama al estilo Frank Sinatra, a su manera.

De todos ellos aprendí lo ínfimo que he logrado saber para aportarlo a mi sociedad idolatrada y cuya superación integral vertebra una de mis metas prioritarias y mis delirios oníricos troncales.

Mario Alvarez Dugan, Cuchito, afecto especial que palpita en mi vida como una obsesión afectiva irrenunciable, idéntico a una gota de agua a Buchwald como nos refiere a diario en su superba columna Coctelera, donde acicala el humor aún a costa suya, para que la explosión de la risa constituya el ingrediente permanente para diluir el stress, no tomárselo todo a pecho, porque al final de cuentas, y como me decía mi papá, ningún gran esfuerzo vale la pena porque nadie sabe para quien trabaja y porque también, siempre sucede lo mejor.

Gregorio García Castro leía a diario a Buchwald cuando su columna la publicaba El Nacional, y ambos reíamos sin contención con las ocurrencias afiladas de humor maestro de la crónica sardónica del periodismo estadounidense.

El palmarés del Pulitzer en realidad careció de impresión en su cosmos anchote, casi sin fronteras, y su filosofía ante la muerte, cuyo suceso inexorable no temía, contrario a un montón de pusilámines, es una prueba demostrativa a ese juicio de valor que expreso sobre la personalidad de Buchwald.

Se lamentó de ser dado de alta del hospital en una ocasión porque temía no seguir siendo visitado con tanta profusión que cuando estaba ingresado, prueba del humor que siempre lo fue fiel compañero, no importa si fuese a sus expensas.

Ese es el calibre humano del periodista extraordinario que nos priva de su presencia física y que nos aporta un legado invaluable en su éxodo escarpado hacia las regiones ignotas y sin reprisse hacia donde todos irremisiblemente acudiremos algún día. Paz a sus restos. Siempreviva a su memoria gratísima.

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