Desde el 6 de febrero hasta el 5 de mayo del año en curso, el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía-Madrid- y el Musée national Picasso-Paris, aunaron esfuerzos para el montaje de una gran exposición retrospectiva de Pablo Ruiz Picasso (1881-1973).
Curada por Anne Baldassari, directora del Musée national Picasso, la muestra se registra como una de las más exhaustivas y ambiciosas que se han celebrado en los últimos años, reuniendo más de 400 obras procedentes de la colecciones de las dos instituciones. Pinturas, esculturas, cerámicas, dibujos, grabados, cuadernos de apuntes y una selección de 20 fotografías documentales del archivo del pintor, se expusieron fuera del museo parisino aprovechando las importantes obras de reforma y ampliación que mantienen en cierre parcial el Hôtel Salé.
Dado el importante número de obras, el museo español habilitó tres grandes salas dedicadas a exposiciones temporales, más la sala completa de la Colección Permanente en la que se encuentra instalado el Guernica. En estos espacios, las obras procedentes del Musée national Picasso se exhibieron en diálogo con las del Museo Reina Sofía.
Sobre la obra y personalidad artísticas de Pablo Picasso se han escrito y publicado más libros que sobre los más importantes experimentos científicos y acontecimientos trágicos de la humanidad en los últimos doscientos años.
Historiadores, críticos, filósofos, especialistas y coleccionistas del arte de la modernidad; periodistas, poetas, publicistas de distintas estrategias del gusto, éticas, políticas y ministerios metafísicos del establishment; hackers fanatizados de la mirada y la percepción; estafadores de conciencia-ángeles y empresarios sin corazón-; exitosos y aclamados traders del hipermundo globalizado, insisten hoy-y persistirán mañana – justamente fascinados por la poderosa vitalidad del mundo picassiano; por los aportes trascendentales del precursor del Cubismo a la cultura visual de nuestro tiempo y por la misma histeria que hoy sigue apoderándose de los hombres y mujeres más ricos del planeta cada vez que se anuncia la venta de una de sus obras maestras en prestigiosas casas de subastas como Sothebys y Christies en Londres o Nueva York.
Entonces, a esta hora de la insurgencia reflexiva, desde estas latitudes precarias e inflamables del Caribe en torno a las prácticas artísticas contemporáneas, la cuestión sería: ¿acaso se puede agregar algo más al vastísimo tráfago y/o tráfico de especulaciones, sentimientos, emociones, deseos e intereses legítimos, provocados por la vida y legado extraordinarios de quien, ya en la plenitud de su formidable trayectoria profesional, lograba establecerse como el más célebre taumaturgo, prodigioso, polifacético, prolífico y auténtico representante del arte occidental del siglo XX?
Atendiendo a mi fragmentaria experiencia con su extensa obra pictórica, dibujística, gráfica y escultórica-y desde mi muy íntima disposición perceptiva-, sospecho que la respuesta positiva a tal cuestión sólo sería posible accediendo al instante efímero, inmutable y precioso de la dicha.
La dicha del instante revelador ante la obra de Picasso como metáfora del mundo, autobiografía y celebración de la naturaleza, luz, el tiempo, las formas abstractas de lo real y los enigmas de la existencia. La dicha cifrada en la oportunidad de poder franquear las puertas de la percepción y llegar a vislumbrar los depurados niveles de elaboración simbólica de la historia, de la cultura, de la espiritualidad, de la condición humana y de sus propias devastaciones ontológicas en un polisintético y trascendental universo visual materializado con genialidad y virtuosismo irrepetibles a lo largo de más de siete décadas de asombrosa actividad productiva.
La dicha de poder confrontar directamente su maestría técnica y expresiva como dibujante y creador gráfico en los trabajos de la Suite Vollard, la Suite 347, la Caja de remordimientos, exhibidos recientemente en nuestro Museo de Arte Moderno gracias a Bancaja de España; algunas de sus alegóricas, seminales e implicantes reacciones escultóricas monumentales como La dama oferente (1933), El hombre del cordero (1943), La cabra (1950) y Cabeza de toro, metamorfosis (1942), realizada con el sillín y el manillar de una bicicleta.
La dicha de volver a detenerse frente a algunos de sus hallazgos paradigmáticos pertenecientes a sus épocas azul (1901-1904) y rosa (1905-1908); al protocubismo, cubismo analítico y cubismo sintético (1908-1916); a su periodo negro que incluye una obra radicalmente revolucionaria como Les Demoiselles dAuvignon (1906-1909) y a sus deliciosas e impactantes figuraciones de estilo neoclásico y reminiscencias grecolatinas (1917-1924) que nos revelan su rigurosa formación artística y exquisita sensibilidad poética.
Asimismo, confrontar obras definitivamente proféticas y de máxima intensidad expresiva en torno a sus preocupaciones viscerales sobre los sueños, el subconsciente, la irracionalidad, la angustia, el erotismo, la sexualidad y la desesperación, ejecutadas en su período surrealista (1925-1935) y, especialmente, el terrible espejo sobre la violencia política en que deviene el Guernica, su obra más famosa y emblemática, realizada como reacción crítica al horroroso bombardeo alemán de la ciudad vasca de Guernica durante la Guerra Civil española y expuesto por primera vez en el pabellón de su país en la Exposición Universal de París (1937).
Además, no creo que haya palabra más afortunada para precisar el estado de gracia inevitable que nos depara la oportunidad de viajar atentamente a través del mundo vivo de Picasso; de sus temas muy caros y sensibles; de su esplendorosa relectura de la historia del arte, así como de su arrebatada capacidad de síntesis conceptual, de asimilación y transmutación de una extraordinaria diversidad de estilos, escuelas, movimientos, valores estéticos y formas expresivas.
La sobrecogedora taumaturgia y alucinante polisíntesis estilística de Picasso se advierten también en las imágenes de sus melancólicos autorretratos y de sus brillantes interpretaciones de obras famosas (1955-1961), incluyendo los más de 40 cuadros sobre Las Meninas de Velásquez; sus series de retratos femeninos y el pintor y su modelo (1919-1972), entre los que destacan distintas versiones de los realizados a sus esposas y amantes de mayor influencia en su vida y su obra como Marie-Thérèse Walter, Dora Maar, Françoise Gilot y Jacqueline Roque, musa y modelo con la que compartió los años dorados de su larga y fructífera existencia.