El tiempo avanza como un espejo subvertido. Ni antes ni ahoramismo ni siquiera las supermáquinas lo pueden detener o medir exactamente. Como decía Novalis, Pasan milenios huyendo a la lejanía Pasan siglos, años, meses, semanas, días, noches, lunas, soles e instantes siempre preciosos y fugitivos.
Pasan mis sueños en la vigilia de las risotadas y las alucinaciones de lo efímero. Y sigo bastante acelerao y todavía más sobreexcitado porque se me va el tiempo y no he podido ni puedo escribir con serenidad sobre las últimas pinturas que el reconocido artista cubano, radicado en Miami, Gustavo Acosta, ha exhibido recientemente en la galería de arte contemporáneo Lyle O, Reitzel de Santo Domingo.
Rompiendo un silencio de seis años sin exponer de manera individual en República Dominicana, hacia mediados de diciembre pasado, Gustavo Acosta ha visitado nuevamente la media isla, escogiendo nuestro país para presentar su nueva serie pictórica bajo un título terriblemente profético: The Time Machine.
El tiempo de la maquina deseante, al decir de Giles Deleuze y Félix Guattari (El Antiedipo), el mismo tiempo en que devenimos producción de la producción, hipermímesis constante frente a un espejo desmigajado y enceguecedor en el que estallan los invisibles mecanismos, estructuras y paisajes de la opulencia, el acoso, la tortura física y psicológica, el terror, la memoria y el deseo.
Tal como ya he advertido, ante las obras pictóricas recientes de Gustavo Acosta confrontamos la representación conceptualizada de vistas aéreas, signos arquitectónicos, escalinatas, puentes, murallas, máquinas, estructuras interiores y exteriores que, más allá del intento de frisar únicamente la ilusión del mundo perceptible y el carácter de fachada de nuestra civilización, nos sitúan ante la advertencia del carácter polisémico del producto artístico contemporáneo.
Estas obras resultan de una práctica creadora procesada con tal grado de especialización que, ya en su analítica construcción de atmósferas cristalinas y expresivas formulaciones de lo matérico, así como en su expansivo repertorio simbólico, percibimos un universo visual vitalizado, en primera instancia, mediante una serie de recursos expresivos que resultan de la sutil transmutación de los elementos fundamentales de la paisajística occidental tradicional. La obra de Gustavo Acosta retiene constantemente la carga significativa y admite una multiplicidad de lectura que nos lleva a contextualizar a su autor como una de las personalidades que con mayor rigor impone el signo profundo de la reflexión a la pintura latinoamericana contemporánea.
El potente cuerpo de obras de la exposición The Time Machine de Gustavo Acosta estuvo conformada por 15 pinturas en grandes, medianos y pequeños formatos, realizadas en acrílico sobre lino y algunos dibujos de exquisita factura, realizados en graffito sobre papel.
Entre las pinturas más impactantes se impone registrar las tituladas The Same Sky I, The Same Sky II, The Same Sky III, Dressed to Kill, Reading Backwards, Scenic View y The Shield II, todas ejecutadas en el 2009 y ante cuya confrontación vuelvo a caer en una especie de éxtasis, desasosiego o estremecimiento de la sensibilidad que, luego, ya no quiero reflexionar más sobre el tiempo ni sobre las fiestas del Cyborg a la que asistimos muy bien sobrecogidos por las maquinaciones cargadas de poder y de deseo cuyas cifras y destellos arquitectónicos nos fascinan y deslumbran en la noche sin estrellas de la posmetropolis.
Sí, ahora sólo quiero pensar en no pensar. Es decir, en lo que decía Jean Fautrier sobre la imposibilidad de la pintura-y digo igual de la escritura-cuando se trata de artistas como él mismo y, por supuesto, como Gustavo Acosta, con quien únicamente quiero hablar, cuando tenga la dicha de volver e encontrarlo, sobre postales viejas, sobre la primera vez que admiré su obra en la Primera Bienal del Caribe (1992), sobre nuestros queridísimos panas cubanos Bedia y Guanabacoa -que se me pierden casi-, sobre ese trasfondo insípido y delicioso del paisaje en la pintura china, sobre el taller, sobre ese olor, más que sobre el color o apertura hacia la luz y hacia la libertad expresiva que se instalan definitivamente en sus obras recientes.
En síntesis
GUSTAVO ACOSTA
Nació en La Habana, Cuba, el 17 de diciembre del 1958. Estudió en la Academia de Bellas Artes San Alejandro y en el Instituto Superior de Arte (ISA) de La Habana. En 1991 obtuvo el Tercer Premio en la III Bienal Internacional de Pintura de Cuenca, Ecuador. Entre sus más recientes exposiciones individuales destacan: Hipótesis de la Locura, Pan American Art Projects, Miami, Florida, USA; Transit Zones, Latin American Masters; Los Angeles, California, USA; Recent Works, Pan American Art Projects, Dallas, Texas, USA; Temporary Current, Bentley Gallery. Phoenix, Arizona, USA (2008); The Great Systems. Pan American Art Projects, Miami, Florida.USA; y Preguntas al espejo. Museo de Arte Contemporáneo, Panamá (2009). Sus obras se encuentran en la Colección Permanente de Museos de gran prestigio internacional, tales como: Museum of Contemporary Art, MOCA. Miami, USA, Diputación Provincial de Ciudad Real, España, Lowe Art Museum, Miami, USA; Nassau County Museum of Art, New York, USA; Museo de Arte Contemporáneo, Panamá, entre otros. Ha residido en Ciudad México y España.