Arte contemporáneo dominicano en el Museo
de Arte Moderno (1 de 2)

Arte contemporáneo dominicano en el Museo <BR>de Arte Moderno (1 de 2)

MARIANNE DE TOLENTINO
«Difícil sería volverlos a reunir» nos expresaron en el Museo de Arte Moderno. No cabe duda de que Elía Alba, Tony Capellán, Polibio Díaz, José García Cordero, Marcos Lora Read, Pascal Meccariello, Fausto Ortiz, Raquel Paiewonsky, David Pérez, Jorge Pineda, Belkis Ramírez y Raúl Recio constituyen un núcleo muy importante en el arte dominicano de hoy.

Tienen audiencia internacional. Son exigentes. Están conscientes de sus niveles respectivos. Se sienten responsables del presente y del futuro en las artes dominicanas. No conocen la (falsa) modestia.

Que sea la primera gran exposición del Museo de Arte Moderno en su actual período, alegra a todos los fieles de la contemporaneidad y del buen arte en general, ¡la estábamos esperando! El hecho de presentarlos colectivamente expresa un mensaje de confianza en la nueva imagen dominicana y ha alentado a artistas, que, por su índole creativa y una incomprensión frecuente, necesitaban ese estímulo notable.

Una nueva imagen… que no lo es tanto ya que reúne a artistas, dueños de una sólida y merecida reputación desde hace 20 años y más. Ciertamente, como en toda colectiva ordinaria (en oposición a las extraordinarias como los concursos), la curaduría ha hecho su elección, y la selección resultante hubiera podido ser mayor o menor. Pero su virtud fundamental reside en la calidad inobjetable de todos los participantes.

Que haya uno, dos a lo sumo, del tercer milenio, adquiere hasta un alcance simbólico: después de los ya consagrados del todavía llamado arte joven, otros continúan en la trayectoria de la experimentación, y según una opinión crítica conocida «todo arte es experimental, de lo contrario no es arte».

PRIMERA VISIÓN CON LOS GRANDES
La exposición se llama «Cuerpo (im)propio», juego de palabras y concepto profundo. Si el cuerpo siempre ha sido protagonista del arte dominicano, las expresiones presentadas aquí dan un testimonio de diferenciación radical, cada creador quiere y logra formular propuestas personales, más introspectivas, más sociales, más históricas, no importa, que persistan en técnicas tradicionales u opten por la nueva tecnología, la preocupación por producir una obra original queda la misma.

La museografía ha sabido poner de manifiesto ese objetivo. Particularmente bien montada, la exposición se despliega entre el primer piso y el sótano, permitiendo disfrutar cada pieza, leer textos claros y llevarse la impresión de un conjunto de gran armonía. Si la mayor parte de las obras son conocidas por los asiduos de exposiciones, el público en general las descubre, y el hecho de verlas integradas e interrelacionadas realza globalmente la coherencia de la muestra.

Lógico es que Tony Capellán, artista polivalente, con un liderazgo nacional e internacional desde hace muchos años, tenga el privilegio de «la sala». Las migraciones y los abusos siguen siendo sus grandes temas, y nadie como él ha sabido producir un «arte pobre», con tanta riqueza de lectura, significado y connotación. Las tres instalaciones de pared, en tirillas de calipsos encontrados, evocan el desamparo de los emigrantes ilegales –y la pobreza popular en general–. También se convierten en metáforas marinas… de liquen, aparte de que «brotan» del muro en forma casi inquietante y podrían avanzar inconteniblemente.

La instalación central, «Lugares vacíos», de lejos nos extraña, de cerca nos perturba. Esas sillas –que solamente conservan el armazón de hierro– vieron sustituidos sus asientos por cabezas de muñecas maltratadas. Tony invita a una lectura participativa, en la que destacamos una alusión a la incertidumbre pesimista del futuro, la desgracia anunciada de las nuevas generaciones o los peligros de la superpoblación… como también tremendas composiciones lúdicas, que incluyen, para su creador, el placer del hallazgo y del ensamblaje.

Por lógica generacional e igualmente contenido del mensaje, se colocaron las fotografías de Polibio Díaz, en las dos concavidades de la sala. No compartimos el mismo entusiasmo, aunque son tres buenas fotos de gran alcance dramático, con el tullido en busca del óbolo sobre la playa y los dos niños desnutridos. Ese sobresaliente cazador y constructor de imágenes criollas merecía, todavía más que otra colocación, participar con piezas contundentes que lo identifican hoy. Creemos que esta observación, necesaria tratándose de una personalidad como Polibio Díaz, concierne a la presencia de la fotografía en general, que se quiso incluir pero no consigue su lugar.

El sótano del MAM se ha convertido en espacio estelar, sobre todo con esta exposición, reuniendo obras excelentes.

Quien mira desde lo alto –nos sucedió visitando la muy diferente exposición de Vangelis en la segunda planta– se queda impactado por la instalación de Belkis Ramírez, otra artista que se mantiene fiel a sus bienvenidas «obsesiones» y demuestra cuánto pueden variar las propuestas. Esa gran cama, isla y prisión, ha sido reformulada en esta excelente segunda versión. La intervención real y simbólica del color –rojo, negro– contribuye al dramatismo, incrementado aun por los alambres de púas, rayos agresores de un sol de la melancolía –recordando nosotros a Durero–. Verdadero universo concentrado donde la pareja está incomunicada.

La artista continúa utilizando sus materiales de origen, las matrices de madera que la sitúan como grabadista sin par en la xilografía. Una segunda obra, que también esculpe la madera y entreteje los alambres, está en una plataforma del vestíbulo. Contundente y misteriosa, refiere a la condición de la mujer, la seducción de sus pechos y la opulencia del embarazo. La alegoría de la fertilidad, como componente primordial sino único del sexo femenino, se trata entre el humor, la reflexión y la rebelión.

El tercer gran creador de la plástica contemporánea dominicana, Jorge Pineda, valoriza, con dos instalaciones de pared –por cierto a menudo recurre a la pared exitosamente– los muros del sótano. La primera nos recuerda la que él había presentado, en el contexto de «Travesías», anteriormente, pero con mayor amplitud y fuerza. Sucede que, subconscientemente, un artista hace una figura polisémica, y el público le revela un significado no premeditado. Así, cuando, rabiosamente, Jorge garabatea un monstruo o metaforiza una pesadilla al carboncillo , también aparece la isla de Quisqueya. Nos agradó mucho que él haya tallado en madera el cuerpo del niño. Aparte del tema de la violencia y la niñez abusada –sin que falte el signo de las medias–, él conserva materialmente el culto ecológico de las materias naturales.

En cuanto a su «archivo» de autorretratos, superpuestos, clavados, apretados, intervenidos, fotocopiados, es una fiesta de inventiva y humor. Después de esa autocrítica –en la que el artista se psicoanaliza infinitamente– ¿cuáles otros calificativos le podremos decir… que él no se haya aplicado a sí mismo, reinventando además la ortografía? /¡Un excelente mo(nu)mento!

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