ARTE CONTEMPORÁNEO
Carlos Goico Desayunando
con pintura  en la zona Colonial

<STRONG>ARTE CONTEMPORÁNEO<BR></STRONG>Carlos Goico Desayunando <BR>con pintura  en la zona Colonial

La noche del pasado sábado 11, el duende mayor de la zona intramuros  -Carlos Goico- también conocido como el Van Gogh dominicano o el  “Fauno de las Uvas de Oro”, se nos ha ido en una nube. En camino a una fiesta donde su mecenas y caro amigo Lolón, en pleno Corazón de Santa Bárbara.  Su partida inesperada proclama la tristeza y desolación de toda la ciudad: “derecho, hasta el puente, en un solo rumor se desmadejan duendes y aleaciones, llenando de casi azul las voladoras”.

Las líneas que anteceden y las que siguen las ha firmado en cualquier esquina René Rodríguez  Soriano. Como él muy bien ha dicho:  todos somos Carlos y por eso  mismo las reenvío a través de este espacio de Areíto a nombre del René, Tony, Isaac, Chiqui, Luis, Eddy, Soraya, Víctor, Amado, Rosalba, Mateo, José, Fernando, Viriato,  Loly, Rita, Patricia, Carlos, Miguelin, Sandy, Martha, Alejandro, Plinio, César y su interminable legión de admiradores.

“No atino a recordar ni lugar ni momento preciso de mi primer encuentro con Carlos. No creo que tenga importancia ahora. Lo conocí. Puedo contar cientos de historias llenas de colores ocres, pardos, mustios, relacionadas con Carlos, relacionadas con una resbalosa realidad que, aunque se intentara empañar con óleos o acrílicos, tiene color y vida. Pero no las contaré.

Pudiera hablar del día en que la contadora entró corriendo a mi oficina para anunciarme que, agresivo, Carlos andaba destruyendo azules y rojos intensos en plena calle. Venga a ver -me dijo- acaba de quebrar un cuadro, tiene unos ojos rarísimos. El rojo es amor, René -me desarmó Carlos, con su mirada de niño sorprendido en el instante mismo en que acaba de derramar la leche sobre el punto de cruz que bordaba la abuelita-. Pero no, tampoco hablaré del otro día en que, pálida como una lámpara, la recepcionista llamó a Juan Freddy porque Goico -por amor-, quiso pintar un fresco con su sangre sobre la alfombra de la agencia…

La realidad es simple: Carlos existe y, en cierto modo, si no somos todos, casi tengo la razón. Todos somos Carlos. Si la ternura fuera un trazo rojo intenso que nos golpeara la vida con locura, todos conoceríamos a Carlos. Si la alegría fuera un pez chorreando de azul por la avenida de la tarde que se puebla de amarillas consecuencias, todos soñaríamos con Carlos.

Si la tarde fuera un espacio imaginario que, de tres pinceladas tenues a la taza, hiciera café fortísimo sin cafeína, todos odiaríamos a Carlos. Si la ciudad fuera un lienzo, plácidamente extendido sobre el baldío lleno de verdes juguetones, todos amaríamos a Carlos. Si las islas -sin fronteras, todas- fueran un jardín flotante con un rey manco, con la sonrisa rota de miel y mariposas, todos le temerían a Carlos. Pero, ¿quién le teme a un trazo afónico con la sonrisa trunca, gris y chata, como las uvas de la ira, mal calzado y mal peinado? ¿Quién se ocupa de un duende taciturno que, una tarde de lirios y margaritas, tratando de descifrarle un guiño a la Vía Láctea, perdió el tren y se quedó sin calendario en el andén?

¿Quién le sigue los pasos (taciturno, atrevido, retozón, mágico y lúdico), por las calles y plazas y, en alados corceles de espuma, se interna sin visa por los claros pasadizos que conducen a sus sueños poblados de sirenas, faunos y reyes sin reinos de este mundo?

¿Cuántos saltimbanquis o atildados funcionarios se ríen, lloran o se doblan de ternura ante una Alfonsina desgarbada de Carlos? ¿Cuántos rabian sus horas por las calles sin rumbo junto a una Reina amarilla o un Rey solo siempre, negro? ¿Y, a fin de cuentas, quién viene a ser el desdentado Carlos, en cuestión? ¿De dónde diablos viene? ¿Adónde va?

Todos, a tiempo completo, lo ignoran. Y, aunque se hagan de la vista gorda, engañándose en blandas realidades de videocasete, Carlos existe. Pinta. Se desangra y nos estruja la vida con todos sus matices. Todos soñamos con él y, sin proponérnoslo, lo miramos sin verlo cada día, en cada trazo suelto, en cada esquina.

Y, aunque le pongamos todo el amargo azúcar, él nos endulza la existencia, casi sin intentarlo. Carlos Goico es así: mágico y manso. En la inmancable compañía de sus héroes mitológicos, sus pinceles, sus colores y sus lienzos, viene y se va por los recodos de las horas y el silencio. Todos somos Carlos…

…Podríamos entrar al jardín de las delicias, dilatarnos en la transparencia de los sueños, soñar. Despatarrarnos de azules consecuencias y desmorirnos en la flauta de un fauno edulcorando margaritas y lirios y geranios y un rey, con la sonrisa trunca, gris y chita, como las uvas de la ira, o un sortilegio de la nada; un pincel afónico y pleno de colores sin mando, sin remos en las olas y Carlos pilotando las horas y las aguas, y Alfonsina, funámbula, mágica, desdoblando los pétalos del trópico en pañales, en la acuarela sin bridas de esta expresión que somos cuando no nos dejan ser”.

Nacido en Santo Domingo, en 1952, Carlos Goico se formo de manera autodidacta. En su adolescencia rechazó los preceptos academicistas, siendo rechazado al momento de solicitar su inscripción en la Escuela Nacional de Bellas Artes.

Frecuentó asiduamente los talleres de grandes artistas dominicanos como Eligio Pichardo, Ada Balcácer y José Cesteros. En 1976 expuso individualmente en la Biblioteca Nacional y posteriormente en Casa de Teatro (1983), CODIA (1986) y Biblioteca Nacional (1990). Participó en varias ocasiones en la Bienal Nacional de Artes Visuales. Hacia principios de la segunda mitad de los 80, a raíz de la muerte de su madre y de una serie de acontecimientos que le impactaron emocionalmente, Carlos Goico se internó en el Hospital Psiquiátrico Padre Billini, donde permaneció libremente hasta principios de los 90, compartiendo con pacientes, psicoanalistas y visitantes. De esta experiencia resultaron varias exposiciones con dibujos, pinturas y collages realizados por él y sus “alumnos, constituyendo una experiencia trascendental en lo referente a la relación entre arte y sociedad en Santo Domingo.

Carlos filosofa al compás de una pizza. El diseño de su t-shirt es parte de su obra.

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