ARTE CONTEMPORÁNEO
Nueva mirada sobre la
posmodernidad artística dominicana

<STRONG>ARTE CONTEMPORÁNEO<BR></STRONG>Nueva mirada sobre la <BR>posmodernidad artística dominicana

La reflexión crítica en torno a las definitorias, implicantes y significativas claves de  la posmodernidad artística dominicana, sigue siendo una tarea pendiente. Desde mi particular punto de vista, en  la República Dominicana,  el proceso transitorio desde el final de los 31 años de la espantosa tiranía encabezada por Rafael L. Trujillo (1961) hasta la llamada “vuelta a la democracia” (1966) a penas registra su penúltimo “cierre” con los resultados de las elecciones de 1978.

La dictadura ilustrada del Dr. Joaquín Balaguer  es finiquitada por la victoria del Partido Revolucionario Dominicano, llevando a la presidencia al empresario Antonio Guzmán Fernández, quien cometería suicidio en plena posesión del cargo (1982). Tales resultados, tocarán sensiblemente, entre otras problemáticas, a las prácticas políticas, ideológicas, culturales, artísticas, poéticas, cognitivas y espirituales en nuestra sociedad.

Hacia finales  de la primera mitad de la década de los 70 del siglo XX, la tasa de crecimiento económico de nuestro país asciende hasta un 12% anual, una de las más alta en América Latina. Entre 1966 y 1971, la inversión supera los U$1,000 millones. En 1975, los precios del azúcar, principal producto de exportación, se disparan en el mercado mundial y al siguiente año, nuestro país tendrá el máximo nivel de ingreso de divisas en su historia económica contemporánea.

Pero, entre 1966 y 1974, más de tres mil dominicanos pierden la vida en hechos de violencia política. Persecuciones, asesinatos de jóvenes y comunicadores en plena calle y dentro del propio hogar. El país era otra vez de los caciques militares, la “banda colorᔠ y las turbas “incontrolables”; el “caliesaje”, los “casconegros” de la policía represora y homicida; los míticos MPD y “socialpistolas” de la izquierda marxista-leninista, más “naive” que  “josca” o cimarrona… Siempre feliz y desubicada.

Instantes de guerrillas desembarcando en Caracoles. “La muerte en el combate” (Vásquez.) del Coronel de Abril, la impecable inmolación  de Amaury, los Palmeros, Sagrario y el martirio estudiantil en la UASD. Luego vendrá el exilio, la fuga, la nostalgia intramuros desde la Zona Colonial por “el café de las cinco en la Calle el Conde” (Rene del Risco Bermúdez), la “nueva trova cubana” y “7 días con el pueblo”. Instantes de los sueños  “al borde del asombro” (Francisco-Paco Rodríguez),  la más bella Utopía en el Caribe, “Cuba, territorio libre en América…la revolución al doblar de cualquier esquina en la “ciudad romántica”, esta vez con todos sus fantasmas y poetas que sí se suicidaban.

En esta etapa, la clase media crece y  se percibe el brote de una instintiva “estrategia del gusto” ante el producto artístico en Santo Domingo. En el aspecto específico de la socialización de nuestra producción plástica, el clímax de las nuevas mitologías y estrategias del gusto de la modernidad cultural occidental, expresado en la vertiginosa articulación y expansión del mercado internacional, encabezado por las grandes casas de subastas, impacta, precisamente, los inicios de nuestra pequeña industria de la representación cultural.

Ya hacia mediados de los 80, ese impacto determinará una cierta “cotización” de la obra y la misma consagración de los artistas de los años 40, 50 y 60, así como una sorprendente multiplicación de los nuevos creadores. Son los efectos identitarios de un absurdo expansivo y desquiciante: esperanzador proceso de transformación de una paradisíaca “República Bananera” en un mixtificado,  hipermimético, “transparente” y posmoderno espacio social “urbanoagrario” (Denis Mota Álvarez).

Tales antecedentes, habrán de signar las múltiples visiones y lecturas del “turbión psicohistórico” dominicano de las últimas cuatro décadas. Es decir, la paradoja, el espanto y la tragedia que experimenta el país en los instantes del despegue de su proceso de desarrollo económico, de su “renacimiento” cultural y de la “ruptura epistemológica” que habrá de situarnos al filo de “la condición posmoderna”. En ese sentido, si acaso existiera la posibilidad de una lúcida crónica o intento de deconstrucción crítica de la polisíntesis/y o posmodernidad dominicana, quizás no sea mala idea buscar estas claves en los signos especulares que nos depara el entrecruce de los múltiples caudales reactivadores de nuestro fabuloso laboratorio etnogenético, en las fascinantes riquezas de la policromía interracial, en el ritmo y la solidaridad populares. Así, talvez podamos “escapar” a la terrible amnesia colectiva que profundizan las escisiones ontológicas y ancestrales de nuestra memoria identitaria.

Otras claves estarían cifradas en la constante máxima de “fuga y aglutinación/migración y retorno” (Tony-Yaguari-de Moya), en la vigencia de las perversas prácticas autoritarias y en la misma riqueza material que hoy ostentan amplios sectores de la clase política y el empresariado. 

Asimismo, una mirada penetrante de la expresión del y/o lo dominicano a través de la imagen, reclamaría una puntual  apreciación de la extraordinaria voluntad de “prosperidad” espiritual, materializada, de manera hermosa y cristalina, en los efectos trascendentales de la  relación “vida y obra” que aportan los más auténticos exponentes del arte dominicano de la posmodernidad.

Hacia el inicio del tercer período del primer balaguerato (1966-1978), por distintas vías, búsquedas y motivaciones, una serie de creadores, hoy consagrados y responsables del aporte de valores legítimos y paradigmáticos a la producción plástica dominicana contemporánea, se establecen en ciudades culturalmente importantes de Europa y EE. UU.: Clara Ledesma, Eligio Pichardo, Antonio Toribio, José Perdomo, Bismarck Victoria, Dionis Figueroa, Freddy Rodríguez y Adolfo Piantini (Nueva York); Darío Suro (Washington, DC.); Silvano Lora,  Iván Tovar, Vicente Pimentel, Fernando Peña Defilló (París/Madrid); José Rincón Mora (Munich); José García Cordero y -más adelante-Víctor Ulloa y  Radhamés Mejía (París); Elsa Núñez, Alberto Ulloa, Alonzo Cuevas, Ignacio Rincón Valverde-Kuma y Manuel Montilla (Madrid).

En el caso especifico de los artistas de la “Generación del 70”, una notable legión de ellos emerge dentro de agrupaciones cuyos “objetivos programáticos” subrayan la formación académica, el diálogo intergeneracional, la experimentación con los nuevos medios, lenguajes y recursos expresivos; la reflexión sobre la realidad y hasta la acción social a través de prácticas artísticas, ética, política e ideológicamente comprometidas. Además de asumir una vía alternativa de vinculación entre arte y sociedad, estos grupos continúan la fuerte tradición colectiva que en nuestra historia artística se remonta a grupos como “Los Cuatro”, fundado en 1954 por Jaime Colson, Clara Ledesma, Gilberto Hernández Ortega y José Gausachs…

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