ARTE CONTEMPORÁNEO
¿Parque Temático o agresión visual?

<STRONG>ARTE CONTEMPORÁNEO<BR></STRONG>¿Parque Temático o agresión visual?

Aunque no se puedan negar las rigurosas y escasas excepciones de lugar, en la República Dominicana de estos caóticos y vertiginosos umbrales del siglo XXl, todavía no es posible hablar con propiedad de un arte público contemporáneo a escala cívica o monumental. Definitivamente, el derecho de los pueblos a la cultura y el apoyo a las utopías de los artistas, arquitectos y urbanistas nacionales, son asuntos  de muy poca importancia en las agendas de los políticos o gerentes de las altas instancias oficiales, municipales y hasta empresariales de nuestro país.

Ninguno de estos sectores ha podido advertir a tiempo la capacidad transformadora y unificadora del arte público, que es lo mismo decir, de la creatividad y la imaginación en el proceso de desarrollo integral del individuo y la sociedad. A través del arte público verdadero, las personas pueden acceder directamente a las interpretaciones más libres y profundas de la biodiversidad, el universo, la naturaleza, la realidad, las experiencias, las ideas, los sueños y las ilusiones más intimas.

Interpretaciones que, en primera instancia, constituyen la representación del pensamiento y las visiones particulares de cada uno de los artistas que las conciben y las llegan a materializar. Y es en esta particularidad donde reside su potencial como huella, como  signo de la memoria, como marca identitaria del “paisaje”, de la consciencia, del ritual(ancestral o cotidiano), de la historia y el tiempo.

El arte público autentico contribuye al aumento de la calidad de vida de los habitantes de la ciudad, incidiendo de manera específica en la viabilidad de una relación eminentemente cualitativa, lúdica y espiritual con el entorno; provocando nuestras mejores ideas, sentimientos y emociones. Ya lo he advertido, y jamás me cansaré de repetirlo: invertir en arte público sería invertir en el desarrollo integral de la sociedad y de la gente.

La recuperación y transformación de los espacios públicos citadinos en escenarios estéticos, alternativos y recreativos, constituye uno de los mayores anhelos de los sectores más sensibles de la sociedad dominicana contemporánea. La penosa situación del arte público contemporáneo en la ciudad de Santo Domingo se ha puesto nuevamente sobre la alfombra roja del debate a propósito del fuerte rechazo que viene recibiendo en las últimas semanas el denominado “Parque Temático” que construye el Ayuntamiento del Distrito Nacional en la confluencia de las avenidas Abraham Lincoln/Los Próceres y John F. Kennedy. Los distintos enfoques del debate indican ya los niveles alarmantes de   confusión en torno a los conceptos generales de desarrollo urbanístico,  modernidad, parque temático y artes visuales en el espacio público.

El principal ideólogo y “doliente”  de este proyecto que en lo absoluto tiene algo que ver con un verdadero “parque temático” ni con el arte público es, nada más y nada menos, que el honorable Alcalde del Distrito Nacional, don Roberto Esmerito Salcedo, quien, ante las críticas y el rechazo totalmente justificados al mayor hecho de violencia urbanística y agresión visual que la capital dominicana haya enfrentado en las últimas dos décadas, se ha visto en la obligación de revelar “el sentido y la razón del Parque Temático”, proclamando  que “hoy Santo Domingo tiene un compromiso con el verde, con la flora y con la fauna y por eso es que se han ejecutado decenas de jornadas de siembra de árboles y otras plantas, cuyos resultados han comenzado a verse. Los animales poseen un esqueleto metálico y recubrimiento en fibra de vidrio”.

Esos animales a los cuales don Roberto Salcedo se refiere son dos patéticos y tristísimos elefantes;  un desproporcionado gorila con ojos “brotaos” y enrojecidos que más tarde les fueron pintados de verde, ¿o será que usa lentes de contacto?; una transgénica o mutante “cacata” gigante a la cual ya Raúl Recio le ha contado diez patas;  una formidable y desconcertante “Tortuga Ninja”; una jirafa de movimientos imposibles y gestos definitivamente esquizoides; un águila americana con alas de un jumbo 747 después de la catástrofe; un famélico cocodrilo que  al parecer ha extraviado las nutritivas aguas del pantano y una serpiente más venenosa y pesadillesca ante la mirada de los inocentes espectadores que la misma “Anaconda”.

Todas estas bestias del escándalo han sido facturadas  en fibra de vidrio, dimensión espectacular y  se destacan principalmente por su pobreza artesanal y por una pátina verdosa tan desagradable que nos provoca decir automáticamente: ¡Guácala!, palabra  taína que, según Tony -Yaguari- de Moya, los dominicanos pronunciamos de manera instintiva cuando experimentamos lo  fuertemente desagradable. Asimismo, De Moya sostiene que esta palabra expresa una situación parecida a la de la frase popular “guay mi may” que a muchos dominicanos y caribeños les sale ante el sentimiento de peligro inmediato, dolor  inminente o muerte fulminante.

Ubicado en una isleta de 6 mil 700 metros cuadrados, recuperados por el cabildo tras ganar una causa en los tribunales, el desafortunado Parque Temático o “Parque Verde”, como le llama el propio Alcalde del DN, antes de su inauguración ya también esta siendo denominado en las redes sociales y de comunicación como el “Zooberto Park”,  “Parque de los Monstruos” y “Parque de las Pesadillas”. ¿Que más se podría decir o agregar? En estas redes figuran artistas, curadores, arquitectos, ingenieros, urbanistas, ecologistas, gestores culturales, comunicadores, especialistas  y simples ciudadanos, confrontando  activamente el proceso de agresión visual que afecta la relación vital entre espacio habitable y ciudadanía e interesados esencialmente en la salud mental de la comunidad.

Así, ante esta fauna del horror cuya razón de ser más bien parece ser el fastidio que  ya nos depara el autoritarismo de la politiquería local, así como el mal gusto de los asesores en asuntos urbanos y culturales del cabildo, sólo puedo decir: ¡Guácala, Roberto! por favor, reconsidere esta “metida de pata” y dénos una lección de sensatez. Todavía está  usted a tiempo para remediar los efectos inminentes de la desprevención y el desastre. No vaya a ser que los altos costos económicos y políticos de este bochornoso  “matadero” urbanístico y estético que los habitantes de Santo Domingo no han pedido ni se merecen, puedan “dispararse”, repentina y concientemente, ya en las primeras horas del  próximo 16 de mayo. 

Publicaciones Relacionadas

Más leídas