Arte: Epopeya de bondad y belleza

Arte: Epopeya de bondad y belleza

Arte

Arte: dinamo que te carga de luz, comensal camarada que hace que te sientas más.

Arte es como el primer amor, que deja huellas imborrables y grato recuerdo para toda la vida.

Arte es como la primavera, perfumada y fragante, con esa carga agradable del aroma de jazmín en flor.

El arte no tiene destino fijo, es un trayecto difícil, con caídas y esfuerzos, pero firme, en busca de la belleza y la armonía, transparente, proyecto de fe y esperanza, torbellino de pasión que no tiene final.

El arte un legado del hombre al mundo, un legado muy singular y que al parecer todo es espontáneo, está sostenido por un entramado muy propio, posee sus reglas y condiciones precisas, juego y verdad que moldean su espíritu y hacen un tránsito que va a determinar hacia dónde esa expresión de la conciencia marcha su derrotero.

Cada vocación del hombre artista nos va a ofrecer las características de cada logro creativo.

Por diferente modalidad propia del arte, por diferentes senderos la luz de la belleza asoma en la pintura, la música, la danza, la poesía, el teatro, la literatura, la escultura.

Pero todas, cada una de ellas, preñada con la misma fragancia, la misma inquietud, la misma certeza de la seducción, con ese dejo diferente a todas las otras cosas del mundo, con la magia loca del encanto, en fin, todo ese extraño parecer, parecer cargado de ilusiones, con el espíritu del más sentido poema, se concilian para darnos el más querido sentimiento del hombre: la obra de arte.

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En todo esto prima algo muy importante; el sentido del alma, el calor del espíritu, la más tierna nostalgia, el frágil acontecer de lo inesperado, tentación, incertidumbre y ese algo que calcina las entrañas, rincón donde se forjan los sueños y la aventura.

El arte es una tibia e íntima aventura, unas veces, otras, una alegre parranda, derroche de armonía, belleza y candor, cantada a los cuatro vientos con la voz del más intenso amor.

Arte, destino último de dolor, lágrimas y tormento del más extraño sentir que agobia al hombre, a ese especial hombre que se arrima al mundo cargando a sus espaldas un hermoso poema.

Alguien dijo: escribir da dolor. Y es cierto, cada retazo del alma se preña de angustia, cada mirada de sueños, cada ilusión que se evoca, cada canción que se canta, cada poema que dice lo acompaña una lágrima.

Solo el inmenso temor, la angustiosa manera de estar, el malestar inmenso de evocar, lo compensa la tierna sensación, apacible estado de paz, el final del destino de todo, el porqué de tanto padecer: el arte.
La historia de nuestro convulso mundo está plagada de hechos trascendentales que han ido transformando, tanto la faz como los hábitos de este.

Tierra y mares han sido testigos de cómo la audacia y la voracidad del hombre han ido creando mundos diferentes con hechos de inmensa importancia al través de los siglos de convivencia.

Guerras, aventuras y trágicas conquistas plagada de peores intereses forjadoras de desgracias y malestar para los conquistados, las llamadas epopeyas con un final triste y desconsolador que han llenado de luto y tristeza a los seres de todos los confines.

Las afamadas epopeyas, la ciencia, las cuales más han llenado su cometido de bien y otras han terminado en genocidios nucleares.

Los imperios económicos y militares han sido los grandes autores de las más trágicas epopeyas.

Epopeyas que han sido ejemplos de las más crueles verdades que el hombre al transitar por el tiempo, ha padecido.

En definitiva, no han sido más que eso: crueles epopeyas, acciones malditas a la medida del dolor del hombre.

Ahora nos toca la “Epopeya”, la Gran Epopeya cargada de siglos de bondad, de belleza, de paz y alegría, del más hermoso y cierto mensaje creado por el hombre, de espléndida y cándida intención, cálido refugio donde el hombre sueña y tiene su más grata forma de vivir: el arte.

Epopeya forjada por la genialidad del hombre artista. Del hombre capaz de soñar, sufrir, llorar, cantar, sentir, para entregarnos la buena voluntad de hacernos felices.

Hombre de bien, con la ilusión del cielo infinito y el embrujo mágico de la ternura y la verdad.
Hombre de arte, de la cultura y el saber, del espléndido mensaje de su más loca pasión, gestada en el convulso padecer de su alma noble y generosa.

Cientos de hombres de genial estirpe crearon esa épica epopeya, nacieron en todas las latitudes: Europa, Oriente, América, África, Antillas y tantas otras, para ofrendarnos el más cálido sentir; su rebeldía, su paz, su canción y su credo.

Para un ejemplo basta La Ronda de Noche de Rembrandt o El Amén de Mariposas de Pedro.

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