Hipócrates nos dejó dicho que “la vida es breve, el arte duradero, la ocasión fugaz, el experimento peligroso y el juicio difícil” (Vita brevis, ars lunga, occasio praeceps, experimentum pericolosum, iudicium difficile). De este primer aforismo del médico más importante de la antigüedad griega, quien nos legó el Juramento Hipocrático –que por lo visto es muy difícil de obedecer, dada la condición humana– quiero referirme al arte, al sentimiento y los juicios que produce.
Para mí siempre ha sido extremadamente difícil juzgar. Hay tantas circunstancias que inciden en los actos humanos… que los modelan, actuando desde las tinieblas del inconsciente, hijas de acontecimientos pasados, aparentemente sumergidos en el olvido, que se manifiestan como sensaciones autónomas y crean prejuicios.
Se sabe que Johannes Brahms, jurado del “Premio Beethoven” de composición, le negó el mismo a Richard Wagner, quien presentaba una de sus tempranas producciones. Por lo visto, dijo horrores de la obra, que resultó tener los elementos geniales que llevaron a Wagner a la cima del fervor de los más exigentes auditorios. Poco después Brahms se dio cuenta de los valores y escribió una carta dando testimonio de su admiración por la misma. Y es que en esto de los juicios es necesario fabricarse una disposición especial, borradora de prejuicios, de antagonismos y rivalidades, a menudo sin fundamento.
Para juzgar el arte se requiere, además de mucho conocimiento y limpio propósito, una concesión de “tiempo atento”, escrutador y analítico. En el caso de la música, a veces me impresiona que personas que dicen disfrutar profundamente la gran música, lean un periódico o un excelente libro mientras “escuchan” una obra maestra maravillosamente bien interpretada por uno de sus artistas predilectos. Puede que yo sea especialmente sensible a ese repartir la atención, porque sé el trabajo que cuesta realizar una obra de arte, los sufrimientos que conlleva, el tiempo difícil que absorbe, las múltiples privaciones que demanda la tarea de atrapar y plasmar el sentimiento que se tiene… los tormentos furiosos de un Beethoven, persiguiendo “la música que le dictan las esferas”, como le gritó a un integrante del Cuarteto Schuppanzigh, quien al mirar la partitura de un nuevo Cuarteto, le dijo que había un pasaje muy difícil para el violín. Beethoven, frenético, le dijo trepidando de ira: ¡Idiota! ¿Crees que tengo en cuenta tu estúpido violín cuando me hablan las esferas? Luego hay que tener en cuenta las enormes exigencias que recaen en los intérpretes, buscando “la música”, que no se limita a la reproducción de los sonidos escritos, sino que se empeña en encontrar los sentimientos del creador… lo que quiso expresar… lo que sentía, lo que imaginaba, lo que inundaba su inspiración.
Eso que Arthur Rubinstein siempre persiguió gloriosamente y que le hizo decir, comentando la gran cantidad de pianistas jóvenes: “Es sorprendente… ellos lo tocan todo, no les falta una nota ni se equivocan, pero me pregunto al final… ¿y la música, ¿dónde está?
Es teniendo en mente la dedicación esforzada de los creadores de arte, que les pido a los amigos de las letras y de los sonidos que tengan en cuenta el trabajo que cuesta escribir y componer. Y en el caso de la música, darle nuevamente vida a los sentimientos del autor.
Y eso es un privilegio.