Artistas artificiosos

Artistas artificiosos

Desde hace varias décadas los escritores, los poetas, músicos, pintores, periodistas, cantantes, gastan más energía en “promoción y mercadeo” que en producir sus propias obras artísticas. Algunos artistas prefieren distinguirse por su indumentaria, antes que por el carácter, la calidad o el número de sus trabajos. Es mucho más importante “parecer artista” que llegar a serlo por el mérito de las realizaciones efectivas. De ahí que las extravagancias en la vestimenta vayan unidas al cortejo de críticos, productores de televisión, propietarios de galerías de arte. No es una cosa nueva; es un legado del romanticismo tardío, que prolifera hipertrofiado en nuestro tiempo.
Si quisiéramos rastrear estas actitudes y estereotipos podríamos remontarnos hasta el Renacimiento italiano. Basta con decir que un artista “que se respete” debe usar una boina, tener un bigote copioso, una barba en punta o lucir una melena atada con una cinta. Estas son las pruebas externas de su rechazo a las convenciones sociales, tanto de los burgueses como de los “inartísticos hombres comunes”. Desde luego, el arte pictórico, por ejemplo, es un arte consumido, en primer lugar, por los burgueses. Solamente los burgueses poseen casas con las paredes adecuadas para colgar cuadros de gran tamaño. Únicamente ellos tienen dinero suficiente para comprarlos.
Los cuadros más famosos de la historia del arte moderno alcanzan precios astronómicos; quiere decir que suponen, como requisitos previos, riqueza y lujo. El desdeñado hombre burgués puede ser, en muchísimos casos, el “consumidor final”. A pesar de que buen número de estos artistas profesan credos de “izquierda revolucionaria”, exigen una educación estética que no pueden poseer muchos proletarios. El asunto central es que han olvidado que “la cultura es burguesa”; que ha surgido en las ciudades –en los burgos-, por oposición a la cultura rural, esto es, a la de los campesinos y jornaleros.
Es obvio que los pobres no tienen ropa, ni atención médica, ni “escolaridad”. Y, por supuesto, es lícito luchar por que lleguen a tener las tres cosas. Se trata de una cuestión política acerca del reparto de la riqueza social. Pero eso no impide que examinemos algunas mentiras en las que chapoteamos todos los días; nadie se atreve a denunciarlas… para no parecer ser “políticamente incorrecto”.

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