Artistas vs asesino

Artistas vs asesino

¡Al fin… Madrid!  Habíamos separado habitaciones en el majestuoso Hotel Plaza, frente a la “Plaza España”. Un parquecillo del que Agustín Lara había pincelado una pícara acuarela “mentirante”, y junto a aquellos “agasajos postineros” del “Chicote”, nos regalara un Madrid poéticamente frívolo pero morbosamente humano.

Las “Muchachas de la Plaza España”, no eran ni tan bonitas ni tan honestas, y “El Chicote”, era realmente, un arrinconado y pululante lugar de “damiselas”, que hube de conocer a insistencias de mi siempre recordado Adriano Rodríguez, quien, banderillero atrevido en aquel ruedo desafiante del Madrid mundano, “armó la tremolina”, embrujado por la “gracia postinera” del Shottis inolvidable, una Gran Vía sin alfombras ni claveles, una femenina mañana con caderas al sol, traje de luces y un cuerpo alucinante para torear la vida.

Venció mi puerta soñolienta, pincelando discretamente unos toques teatrales, una estocada despampanante en traje de luces, una mirada de uvas negras desde muy arriba, el cante-hondo de unas hebras gitanas de pelo oscuro como la noche y un cuerpo zapateante de tablao flamenco. “Emperatriz de Lavapiés”, me tendió su mano de claveles rojos, le bese discreto, y me guarde el perfume para toda la vida. Agustín sabía de qué hablaba y mi querido Adriano sabía muy bien lo que es “canela fina”.

Defilló, Luchy, Lope, Cáffaro, yo… y la música de Solano, para sembrarla en la historia.

Timbreteaba el teléfono, mientras capeábamos inútilmente los entusiasmos de Lópe, sus adicciones infantiles a la desbordada gastronomía madrileña, contrariando nuestras delicadezas por disfrutar el premio del Teatro Español, el embrujo espumante del tablao’flamenco, los pinceles ilustres del Museo del Prado, nuestra competencia victoriosa por unas pestañas gitanas y las caderas nobles de la hermosa mucama y aquel bello e incontenible Madrizzz.

“–Habla el Coronel Rubirosa, de parte del General Trujillo–”. Aquel autoritarismo de tiempos idos, no resultaba gracioso. “–Dime ¡¡Pirulo!!–”. Era una manera de bajarle los “humos” a tan tenebroso personaje. Sutilezas de quien no solo sabe desnudar atardeceres “En la Oscuridad”. Las experiencias de músicos abusados se cuentan por montones. Su personalidad siniestra se menciona en las bestialidades del “9”, “La 40” y la Masacre monstruosa de Hacienda María. Sus llamadas no merecieron respeto.

La invitación regresó protocolarmente. Aceptamos. “–¡Pero que nadie le diga General!; el que quiera le dice tu, o usted, o Ramfis –”. Arribamos a su oficina de “Conservas Trujillo”. Un eco mantenido de cristales de sonoro Baccarat como ballerinas en punta, frivolizó el ambiente. El primer brindis, pasó resoplando como un Miura embrutecido. El aroma aristócrata del Carlos I, etiquetado principescamente: “…para su Excelencia Rafael Leónidas Trujillo Molina”, se insinuó en mi memoria de tomador discreto, ha tiempo olvidada. Obvié con discreción el primer toro. ¡¡Ole!!

Unas lloviznas tercas junto a las sienes salpicando el entorno ceniciento, unas líneas en voz baja, indiscretas, obsesivas, comenzando a decorar un rostro que parecía haber olvidado la última vez que logró sonreír, y el oleaje tormentoso del ancestro inevitable, delataban una semejanza perturbadora con el padre. Se dirigió a mí: “–Casado, si tiene usted alguna preferencia, lo que usted diga–”. Mantenía una exitosa carrera de abstemio, pero advertía que negarse a compartir, podría sugerir alguna predisposición inoportuna a su persona. Decidí aceptar. Repentinamente Rámfis propuso trasladar la escena y categorizar el “encuentro” en su suntuosa residencia: “–Allí tendremos un piano, y además, quiero que mis hijos y mi esposa conozcan a los artistas importantes de mi país–”.

Un piano blanco impresionante en un rectángulo en desnivel, decoraba aquella sala japonesa. Los tragos habían rebasado la adultez cuando Rámfis decidió cantar. Revolcando tormentos, “sangraba”: “Ay… como duele y molesta una traición… aunque sea… en la imaginación… como duele, aunque tú lo disimules… como duele una traición”. Mi mirada corcoveó en los ángulos de aquella sala brillantina de portada, rebuscando cómplice al “actor” detrás del consagrado pianista de Poramores y Primaveras Mundanas. Su mirada, digna de un “Oscar”, retrató la tragedia de aquel espíritu vencido.

Las canciones florecían entre anécdotas multicolores, cuando el encanto efervescente de la escena se perfumó con la hermosura excitante de Lita Milán. Detrás de su historia, tres niños y toda la frescura de la inocencia.

La algazara se precipitó hacia terreno movedizo. Fermentábamos discretos, junto al aroma incisivo del coñac, Cesar Báez y Pirulo, cuando estallaron las metrallas y maldiciones de “Abril”. Alguien manoseaba “la Batalla del Puente”, cuando intervino un Rámfis caldeado y voluntarioso. Traicionado por su naturaleza, sembró el escenario: “–Wessin no fue más que un pendejo, si hubiera sido yo, le hubiera tirado napalm, como en Constanza–”. Estalló el cristal de la prudencia. Había demasiados muertos en el camino, agonía, sufrimientos, luto. Estalló profundo, como un borbotón incontenible.

Con la fortaleza de la razón le espeté con firmeza: “–¡Usted está equivocado!–”. Hubo un silencio expectante. Respondió: “–¿Por qué?—”. Continué decidido: “–¡Porque lo que pasó en el Puente nunca dependió de la voluntad de Wessin. Fuera cual fuera la actitud que él hubiera tomado, los resultados hubiesen sido los mismos, porque allí había un pueblo que estaba dispuesto a morirse!–”. Me clavó una mirada que pocos conocieron y conservaron la vida. Transigió: “–Tú tienes razón… en cierto modo–” y evadió el incidente. La “fiesta” perdió estilo y regresamos a una realidad más humana…  sin retratos de Trujillo.

No supe hasta después, qué tanto efecto había causado mi osada intervención. El incidente se quedó en sus recuerdos. Volvieron, al año siguiente, Cáffaro, Lope y Horacio. Al regreso, Solano comentóme: “– ¿Adivina lo primero que me preguntó… el hombre?–”. “–¿Qué cosa?–”. La respuesta, no es solo ejercicio de buena memoria: “–¿Y Casado, aquel de la discusión, no vino?–”.

El respeto a sí mismo, compromete el de los demás. Si callaba, la conciencia jamás me hubiese perdonado… Ni quienes sufrieron el Napalm de Constanza… Ni los que cruzaron aquel Puente Heroico hacia la Gloria en aquel rabioso Abril.

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