Arturo Logroño

Arturo Logroño

A mediados del año 1934 el dictador Rafael L. Trujillo impartió “instrucciones precisas” para que se organizara un baile en su honor en el Centro de Recreo, de Santiago, el exclusivo club social cuya directiva rechazó su solicitud de ingreso, cuando era comandante militar en el Cibao. Para la noche del acto se preparó un complot para matarlo en el lugar. La peligrosa tarea fue confiada, entre otros, a Ramón Vila Piola, los hermanos Patiño, familia Perozo Fermín y al profesor Ángel Miolán, que después de ser tenazmente perseguido logró escapar por Haití. Miolán no regresó hasta después de asesinado Trujillo.
Abultada la trama por los cuerpos de seguridad del dictador, la conspiración se trasladó a la ciudad capital, donde se incorporaron importantes personalidades, entre las que estaban dos ciudadanos italianos: Juan Bautista del Giudice (don Tito) y Amadeo Barletta, que ostentaba el cargo de cónsul de su país. Además, el italiano tenía vínculos con la poderosa familia Vicini, que en ocasiones disentía de algunas acciones del gobierno.
Como en el texto de los interrogatorios a los detenidos, Barletta aparecía como participante en la conjura, Trujillo quería apresar al cónsul italiano, pero advirtió que por su condición de cónsul gozaba de inmunidad o impedimento diplomático para hacerlo. En tal sentido, llamó al secretario de Relaciones Exteriores, el Lic. Arturo Logroño, a quien preguntó si a un cónsul se le podía detener.
Para responder inquietudes del dictador sobre el caso, don Arturo se limitó estrictamente al ámbito jurídico internacional y explicó a Trujillo que un cónsul no es más que un representante comercial del Estado que lo acredita el país en que está nombrado y que, por tanto, no tenía “estatus diplomático ni inmunidad alguna”. Que no existía impedimento alguno para tomar la medida de encarcelamiento.
El Jefe se llevó de esta opinión y apresó a Barletta, y a pocas horas el dictador recibió una nota conminatoria del también dictador Benito Mussolini, exigiéndole poner inmediatamente en libertad al cónsul encarcelado.. La nota estaba acompañada con la presencia de un crucero apuntando sus cañones hacia la ciudad capital, con amenazas de bombardearla si no se cumplía dentro de las próximas 24 horas el requerimiento. Horas más tarde Amadeo salía en libertad y de inmediato viajó a Cuba donde abrió una nueva agencia de la General Motors, que representaba hasta entonces en el Distrito Nacional. Acto seguido Trujillo asignó la representación de la empresa extranjera a su cuñado Paquito Martínez Alba, hermano de doña María.
Como consecuencia de su consulta jurídica, Logroño, que se encontraba en su despacho de secretario de Relaciones Exteriores en el Palacio de Borgellá, en la zona colonial, escuchó los dos pitazos clásicos de la sirena del Listín Diario, editora que tenía su taller al lado de la cancillería y que regularmente anunciaba los sucesos importantes con un pitazo largo, si el caso era internacional, y de dos pitazos si eran nacionales. Además, se escribía la noticia en un pizarrón colocado en la acera del frente del edificio del periódico.
Cuando sonaron dos cortos pitazos, un Arturo sorprendido, salió a la galería del frente de su oficina y preguntó a un transeúnte: –“Señor, ¿usted leyó la notica en el pizarrón?… ¿De qué se trata?, y el pobre hombre, a todo reír, contestó a Logroño: –“Oh, Don Arturo… que a usted lo acaban de cancelar”. Y don Arturo, que era rotundamente grueso, lo miró fijamente, y también riendo, le dijo: “Qué cosa más extraña… ¡Es la primera vez que veo que la soga rompe por lo más gordo..!”
Oportuno es recordar que Trujillo, a pesar de sus frecuentes tropelías, trataba de hacer las cosas con cierto apego de legalidad. Para tales fines, tenía un selecto número de intelectuales a los que llamaba “mis salomones”, en obvia referencia al Sabio Salomón. El los consultaba cuando tenía algún problema serio, como sucedió con Arturo Logroño y el caso Barleta. Si las medidas salían bien, el Jefe era el protagonista; si por el contrario, fracasaban la culpa era de sus colaboradores.
Además de Logroño, los especialistas consultores eran Rafael Vidal Torres, Mario Fermín Cabral, Manuel Arturo Peña Batlle, Cundo Amiama, Arturo Despradel, Manuel de Jesús Troncoso de la Concha y su hijo Jesús María y Carlos Sánchez y Sánchez.

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