ARZOBISPO ROMERO
De cura conservador pasó a “revolucionario de Dios”

<strong>ARZOBISPO ROMERO</strong> <br/>De cura conservador pasó a “revolucionario de Dios”

POR ÁNGELA PEÑA
Cuando el padre José Luis Alemán visitaba a sus hermanos jesuitas de El Salvador en su función de secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano del Centro de Investigación y Acción Social de la Compañía de Jesús (CIAS), le causaba asombro cuanto le contaban sobre aquel Arzobispo que a través de ardorosas homilías se entregaba a la causa de los pobres de su pueblo.

Porque la postura anterior de monseñor Oscar Arnulfo Romero era tan conservadora que la congregación  pensaba que podía haber estado ligado al ejército o a las fuerzas armadas “y eso no era lo mejor frente a una situación tan tensa”. A la Orden, confiesa el reconocido economista y académico, “no le cayó bien el nombramiento de monseñor Romero como Arzobispo de El Salvador”.

Lo que  fue una sorpresa para Alemán lo han ratificado posteriormente biógrafos del llamado “Revolucionario de Dios”. La designación, dicen, “fue una alegría para el gobierno y los grupos de poder, que vieron en este religioso de 59 años un posible freno a la actividad de compromiso con los más pobres, que estaba desarrollando la Arquidiócesis”.

Por esa razón, a 27 años del salvaje asesinato del prelado, el padre José Luis Alemán concluye en que lo que se operó en él “fue una conversión. Él se convenció de que el compromiso con los pobres era vital en un arzobispo”. El Salvador, agrega, era el país de las 27 familias, “el caso típico de América Latina, de las familias que tenían el control, prácticamente, de los salvadoreños, digamos, una oligarquía muy concentrada, entonces él cayó en la cuenta de que tenía que poner la iglesia al servicio de los pobres. Y ese fue su cambio, sorprendentemente para los jesuitas”.

El padre Alemán visitó El Salvador en más de una ocasión. Conoció y trató a muchos de los jesuitas que cayeron abatidos por su condena a las injusticias en un pueblo entonces oprimido y humillado. Sus hermanos de comunidad insistían en presentarle a algunos de los jefes de la guerrilla del FMLN, a lo que se opuso. El entusiasmo con que le hablaban de Romero le emocionaba, pero al mismo tiempo le inquietaba: “Yo veía venir la tragedia de los jesuitas, un gobierno de derecha en posición agresiva era un problema de o ellos o nosotros, las guerrillas o el gobierno. Ahí iba a haber muertos y ahí murió la flor y nata de los jesuitas de El Salvador”, expresa, citando con familiaridad los nombres de los abatidos. Conociendo las visitas de Alemán a El Salvador, representantes de la embajada americana en el país fueron a visitarle para explicarle lo ocurrido.

La muerte de Romero le conmovió tremendamente, “quizá por el hecho mismo de cómo lo mataron, celebrando la misa, en la exposición del Santísimo. A diferencia de los jesuitas asesinados, que se supo quienes los mataron, y fueron condenados, en este caso no se supo siquiera quien lo mató, no se condenó a nadie”.  Romero fue ultimado el 24 de marzo de 1980 cuando oficiaba en la capilla del hospital de La Divina Providencia. Un disparo de un francotirador impactó en su corazón, en el preciso momento de la Eucaristía. En 1993 la Comisión de la Verdad concluyó que había sido ejecutado por un escuadrón de la muerte formado por civiles y militares de ultraderecha y dirigidos por el mayor Roberto d’Aubuisson. Éste nunca fue procesado.

“Uno sabía que aquella gente estaba jugándose la vida, uno pudiera discutir la posición belicosa, política, de los jesuitas, pero la de Romero no, Romero era el Evangelio y punto. Me hizo mucho impacto su muerte, tal vez por el conocimiento de él que tuve a través de los jesuitas, que no estaban en la guerrilla, tenían relaciones, pero Romero, ni hablar, Romero era un evangelizador profético por los pobres. Fue un santo, un hombre bueno, un cura ejemplar que criticaba lo malo sin pelos en la lengua. Por eso murió”.

El padre Alemán trató a los jesuitas Ignacio Ellacuría, Martín Baró, Moreno, Armando López, cuatro de los asesinados; los padres Jerez y Paco Pico Hernández, que lograron escapar de El Salvador y Luis Chávez González, el obispo auxiliar que precedió a Romero. En un sínodo de obispos celebrado en Roma en 1997, en el que Alemán estuvo presente, Chávez estremeció a los participantes al hablar del martirio de la iglesia, “como dando testimonio de Cristo en un mundo donde hay tanto abuso. Fue impresionante, todo el mundo le escuchó con un respeto tremendo”. Él es uno de los principales impulsores de la canonización de Romero como mártir.

“Pero las fuentes directas del trato con Romero fueron el padre Armando López, que fue asesinado, y el padre Pico Hernández, que trabajó mucho con Romero. Los conocí en El Salvador en mi trabajo con el CIAS”.

El escritor y catedrático universitario fue entrevistado a propósito de la calle del barrio Enriquillo, de Sabana Perdida, que lleva el nombre del Arzobispo, conocido en América Latina como “San Romero de América”.

“Resucitaré en el pueblo”
Oscar Arnulfo nació en Ciudad Barrios el 15 de agosto de 1917, hijo de Santos Romero, empleado de correo y telegrafista, y Guadalupe Galdamuz, ama de casa. Desde niño su salud fue frágil y él reservado, tímido, callado. En la escuela destacó en carreras humanísticas más que en las numéricas. Practicó desde su infancia la oración nocturna y la veneración al Inmaculado Corazón de María.

Interrumpió sus estudios a los 12 años debido a una grave enfermedad y se dedicó a aprendiz de carpintería. Más tarde, la extrema pobreza de la familia le obligó a trabajar en las minas de oro de Potosí, ganando 50 centavos. A los 13 años, ingresó al Colegio Menor San Miguel, de los padres claretianos, y en 1937 al seminario de San José de la Montaña. Ese año viajó a Roma donde continuó sus estudios de teología en el Colegio Pío Latino (actual Universidad Gregoriana). El cuatro de abril de 1942 fue ordenado sacerdote.

Fue párroco de varias iglesias salvadoreñas, dirigió el seminario interdiocesano y fue nombrado obispo en 1967. El 23 de febrero de 1978 el Parlamento Inglés lo propuso como candidato al Premio Nóbel de la Paz 1979. En 1980 la Universidad Complutense de Madrid le concedió el Doctorado Honoris Causa.

En la homilía del “Domingo de Palmas” monseñor Romero llamó a los soldados a desobedecer la orden de matar a sus hermanos campesinos indefensos. “Ante una orden de matar que dé un hombre, debe prevalecer la ley de Dios, que dice: no matar. Ningún soldado está obligado a obedecer una orden contra le Ley de Dios. Una ley inmoral, nadie tiene que cumplirla…”, expresaba entre otras cosas. El día siguiente caía abatido por el disparo de un francotirador. Es considerado ya como “San Romero de las Américas”.

En 1989 se hizo la película “Romero”, basada en su biografía. “Y si me matan, resucitaré en el pueblo salvadoreño”, decía.

“Era un pastor”
Alemán recrea el ambiente de la guerra fría imperante en El Salvador que visitaba. “Te estoy hablando de 1970-1975, ya se veía una grave lucha que era casi eclesiástica, contra el Gobierno. Romero no era el símbolo de esa guerra, era un pastor, un sacerdote que trabajaba con la gente y que decía lo que él pensaba. Sus homilías de los domingos eran todo un acontecimiento porque realmente hablaba en nombre de los pobres y para los pobres. Captó la situación y se convirtió en un icono de las aspiraciones de la sociedad”.

Agrega que Romero no tenía compromisos políticos, “no estaba metido en las guerrillas ni nada que se le parezca. Era una situación difícil, había muchos crímenes de las fuerzas armadas y de personas que tenían el poder”. Cuenta que mientras y después de estar en El Salvador “veía un conflicto como no había visto en ninguna parte de América Latina, la iglesia guiada por un grupo de sacerdotes, no solamente jesuitas, no estaba muy dividida sino bastante unida en contra de un régimen”. Señala que los jesuitas, aunque siempre se distinguieron por su trabajo pastoral, científico, académico, de investigación, “querían ir más allá, ayudar al cambio político directamente, no para tomar el poder, no eran marxistas ni nada parecido, pero evidentemente ese grupo de sacerdotes con el que yo traté, sí tenía por objetivo acabar  con el gobierno”.

“Pero monseñor Romero no estaba fijo en esa onda, él era más un cura, con su gente y las necesidades que veía, combatiendo abusos y tropelías, hablaba, era una especie de profeta, ahora, no andaba montando ninguna especie de campaña antigubernamental”. Cree que Romero fue un santo y justifica su canonización.

La calle
Es probable que fuera iniciativa del pueblo. Se desconoce si la calle que lleva su nombre en el barrio Enriquillo, de Sabana Perdida, es una decisión del Ayuntamiento. Alemán piensa que es obra de sacerdotes que sienten por monseñor Romero admiración y respeto. “No me extrañaría que religiosos identificados con los pobres hayan tratado de poner a un ideal de lo que debe ser un sacerdote. No creo que tenga nada que ver con que fuera arzobispo, es sencillamente un reconocimiento a un apóstol de los pobres, un misionero y, más que nada, un cristiano”.

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